"Cuando visitamos el Castillo y los Jardines de Cap Roig en la Costa Brava, rara vez nos preguntamos cuál es su historia, quiénes fueron sus creadores, de dónde proceden sus raíces". Así arranca Luis Campo Vidal su libro La bañera de la rusa. La verdadera historia de Cap Roig.
Y quienes, cada verano, asisten a los conciertos de artistas internacionales de renombre mundial o pasean por esos jardines y disfrutan las maravillosas vistas de la bahía, no pueden imaginar que, detrás de cada piedra y cada planta, hay una pareja que conoció a personajes que están en los libros de la Historia de Europa.
Entre ellos, el zar Nicolás II de Rusia y Rasputín; lord Carnarvon (que financió las excavaciones de Howard Carter y el descubrimiento de la tumba de Tutankamon) y su mujer, Amina, hija ilegítima del banquero Alfred de Rothschild, y hasta la escritora Karen Blixen, inolvidable protagonista de Memorias de Africa.
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Pero no acaban ahí: por Cap Roig pasaron también otros nombres que escribieron la Historia del Arte y de la Moda, como Salvador Dalí, Josep María y Misia Sert, Coco Chanel, Cristóbal Balenciaga... y hasta del cine, como Madeleine Carroll, que concidideron en lo que Luis Campo Vidal define como "el Downton Abbey de la Costa Brava".
La historia de la Rusa que no era tal, sino inglesa, comienza en el Far de Sant Sebastià en Palafrugell, pequeña localidad de la Costa Brava, en 1927. Sus protagonistas son Dorothy Muriel Webster y Nikolá Stepanovich Woevodsky. Ambos eran altos, rubios y tenían 39 años.
Aunque para la época eran ya “mayores”, tenían toda una vida por delante y una historia de amor que tendría como escenario un rincón de la Costa Brava, adonde llegarían queriendo alejarse de las críticas de los tabloides y los cotilleos y reproches de la sociedad posvictoriana.
Luis Campo Vidal ha dedicado más de un año a investigar la historia del matrimonio Woevodsky. Consultor de televisión y telecomunicaciones, es también director y guionista de varios documentales y autor y editor de una decena de libros. Y pronto vio el potencial cinematográfico que hay detrás de esta pareja de visionarios.
Para escribir La bañera de la rusa. La verdadera historia de Cap Roig viajó a San Petersburgo y a Londres y entrevistó a personas que los conocieron o conocen a quienes lo hicieron. además de obtener copias de documentos e imágenes de gran valor histórico.
Nikolá Stepanovich Woevodsky nació en San Petersburgo (Rusia), en 1888, en una familia de marinos condecorados. Fue bautizado con el mismo nombre que el hijo del zar Alejandro, quien luego sería el zar Nicolás II. Su abuelo fue almirante de la flota imperial rusa y su padre, Ministro de Marina y presidente del Consejo del Azmirantazgo. Eran, pues, muy fieles a los Romanov.
Tanto Nicolás como sus hermanos hicieron carrera militar. Con el tiempo, el joven cadete Nikolai Woevodsky se enfrentaría al mismísimo Rasputín pero, entre tanto, sus conocimientos de aviación lo llevarían de agregado militar a la embajada rusa en Londres, con el encargo de comprar aviones con los que luchar contra los alemanes en la I Guerra Mundial.
En 1916 se casará con María Petrovo-Solovo, dama de honor de la corte, y un año más tarde, la revolución bolchevique obligaría a Maria y a su hija de pocos meses a huir de Rusia para reunirse en Londres con su marido. Tras la derrota zarista, quedaron sin patria ni trabajo.
Aunque Woevodsky trabajó para la RAF, muy pronto seguiría la suerte de otros 'rusos blancos' que, habiendo recibido una exquisita educación, tuvieron que colocarse a trabajar en hoteles de lujo (u otros lugares en los que aprovechar su conocimiento de varios idiomas) para sobrevivir.
La dureza de la vida de exiliados en Londres provocará el divorcio de Nikolai y María. Poco antes, él había conocido a Dorothy, a quien ayudará con los negocios de la tienda: durante un viaje a París para reunirse con proveedores, cenarán con el que fuera el Gran Duque de Rusia, Dimitri Romanov, que acudió acompañado de la mismísima Coco Chanel.
Dorothy Muriel Webster había nacido en Derbi (Inglaterra), en 1888, y su padre murió antes de que acabara el año. Su madre volvió a casarse varias veces y la joven Dorothy se crió en un ambiente “excéntrico a la vez que aristocrático”, como recuerda Campo Vidal, en cuyo libro puede verse la invitación con la que Dorothy acudió a la coronación, en 1902, de Eduardo VII.
Aunque podría haber aspirado a un matrimonio mucho mejor para la época, en 1910 se casó con Ian Dennistoun, un militar de origen escocés e hijo de un banquero: ella tenía 21 años y él, diez años más. Comenzó así una historia en la que, tras la ruina del suegro de Dorothy (que les pasaba una generosa pensión), el matrimonio se vio obligado a vivir con la exigua paga de militar de Ian.
Con el consentimiento de su marido, Dorothy inició una relación adúltera con el general Cowans, que logró destinar a Ian a puestos importantes en Jamaica, Gibraltar y Francia. Ian intentó sin éxito numerosos negocios, se retiró del ejército y, aunque vivían separados, presionaba a su mujer para que lo mantuviera.
A la muerte del general, y ya separada de su marido, Dorothy empieza otra relación, esta vez con Luis Bolín Bidwell (periodista español que sería corresponsal del diario ABC en el Reino Unido y, años después, participaría en la operación Dragon Rapide que facilitaría el triunfo de Franco durante la Guerra Civil).
Para aprovechar sus conexiones sociales y ganar dinero, abre una tienda de antigüedades y decoración llamada Rufus, en la que tenía como clientes a numerosos miembros de la aristocracia. Durante la I Guerra Mundial, trabaja como voluntaria en un hospital londinense, donde conocerá a Almina, esposa de Lord Carnarvon.
En otra historia apasionante que Luis Campo Vidal detalla en el libro, ambas se harán íntimas amigas y Dorothy viajará con los Carnarvon a Egipto (donde él financia la excavaciones de Howard Carter en El Cairo) e incluso a Kenia, donde se alojará en casa de Karen Blixen.
Con el tiempo, en un giro que parece de película, la condesa de Carnarvon iniciará una relación con Ian Dennistoun, ex marido de Dorothy, y al fallecer Lord Carnarvon, en 1923 (en lo que los priódicos llamaron "la maldición de Tutnakamon"), se casarán tan solo siete meses después.
Dorothy pidió ayuda económica a su ex marido y, cuando este se negó, presentó una demanda contra él, en 1924. Empezó entonces lo que se llamó “el juicio del año”, tanto en los tribunales como en los periódicos, que vieron como la palabra escándalo copaba los titulares.
Durante los interrogatorios, salieron todo tipo de trapos sucios y detalles obscenos sobre el trío protagonista, así como sobre Nikolai Woevodsky. No desvelaremos el resultado pero, para huir de la humillación, el acoso y el desprecio públicos, Dorothy y Nikolai iniciarán una huida en busca de un lugar en el que ser felices.
Según Luis Campo Vidal, la pareja había estado viajando durante dos años “por diferentes lugares, en busca de un lugar paradisíaco donde instalarse”. Descartaron la Costa Azul porque los terrenos eran demasiado caros y, después de recorrer cientos de miles de kilómetros de costa en Yugoslavia, Italia y Portugal, recalaron en España.
Según la exhaustiva información de Luis Campo Vidal, fue Jacinto Montllor, el director del Hotel Ritz de Barcelona, en el que se alojaron, quien les recomendó visitar Calella de Palafrugell y Tamariu. Estaban situadas en la zona que, en 1908, el periodista Ferrán Agulló había bautizado como Costa Brava, pero todavía no era tan conocida como años mas tarde, cuando Truman Capote lo convirtió en su escondite en España.
Desde el Faro de San Sebastián, que hoy continua iluminando la costa catalana, pueden verse las playas de Llafranc, Calella y un pequeño archipiélago, formado por unos diminutos islotes que parecen hormigas y por los que quizás reciben su nombre en catalán, Les Formigues.
“Los rusos” llamaron la atención de los habitantes de la Costa Brava ya desde su llegada en un Torpedo Voisin descapotable de color rojo, que contrastaba con los esporádicos coches negros que veían pasar de vez en cuando.
Se instalaron en dos habitaciones que tenía en la primera planta que había sobre la taberna de Ramón Agustí, recorrieron toda la zona, en coche y en barca. Encontraron su lugar soñado al borde de un acantilado desde el que también se divisan Les Formigues, lleno de rocas rojizas que bajaban hasta una pequeña cala, un paraje llamado Cap Roig.
Comenzaron a comprar terrenos sobre Cap Roig y la Cala Massoni, extasiados por la belleza de un “paisaje agreste y escarpado que caracteriza gran parte de la zona litoral de la provincia de Girona”, escribe Luis Campo Vidal. Para su propietario, aquellas tierras yermas en un terreno boscoso y difícil de trabajar solo valían para recoger leña.
Al mismo tiempo, disfrutaban del suquet de peix y de los salmonetes que les preparaba Ramón. Dorothy superó pronto que en la zona solo hubiera un tipo de té y logró que siempre tuvieran una botella de champán rosado para ella. Como escribe Luis Campo Vidal, parafraseaba a Napoleón: “En caso de éxito, me lo merezco; en caso de problemas, lo necesito”.
Tres años después del escándalo que mantuvo en vilo a miles de lectores ingleses, en 1928, The Times publicaba el anuncio de su compromiso matrimonial, y Dorothy y Nikolai Woevodsky se casaban en la iglesia ortodoxa rusa de Londres. Se fueron de luna de miel a Egipto y, a la vuelta, iniciarán entonces la construcción de un sueño, el castillo que hoy se erige en Cap Roig, y de sus magníficos jardines.
Y así empezó una historia que duraría medio siglo y los convertiría en un atractivo turístico más de la zona. Allí se relacionarán con el pintor Jose María Sert y su primera esposa, Misia, rusa nacida en San Petersburgo en 1872, rica, independiente (su segundo marido la convirtió en la mujer más rica de París) e íntima amiga de Coco Chanel.
Mujer de ideas muy avanzadas para su época, ella y Sert se habían casado bien entrada la cuarentena por lo que, cuando después de unos años casados, ella notó que su marido estaba perdiendo interés en ella, le buscó una escultora georgiana de 24 años, Roussy Mdivani, con la que mantener un trío para animar la relación.
En 1928, Sert se divorcia de Misia y se casa con Roussy, a quien le regala una casa en la playa del Castell de Palamós, Mas Juny. En ella se celebrarán unas fiestas salvajes y serán invitados desde Chanel a la pareja formada por Salvador Dalí y Gala, así como toda la élite artística parisina, encabezada por Jean Cocteau.
Aunque eran demasiado fiesteros para Nikolai y Dorothy, la amistad entre ellos duró años. Mientras tanto, “los rusos” habían comenzado las obras del castillo y construido un conjunto llamado Pueblo Español, compuesto por “siete casas, una capilla un garaje para seis coches, establos con taller de ferretería y lavaderos”.
Allí vivían los trabajadores, mientras que Dorothy y Nikolai Woevodsky lo hacían en las dos torres edificadas a la entrada de lo que sería la puerta principal del castillo. Cada uno vivía en una de ellas, en una curiosa organización conyugal.
Mientras Nikola revisa los planos y supervisa las obras, Dorothy, como buena inglesa, se centra en el inmenso jardín, que adaptará al terreno respetando el paisaje y ayudando a mantener su biodiversidad. Dirige un equipo de diez hombres y comienza con ellos a la siete de la mañana, bajo el sol abrasador.
Con el paso del tiempo, la construcción va avanzando, el jardín, creciendo, y los rusos ya son muy conocidos, especialmente en la zona, en la que los periódicos locales se hacen eco de sus idas y venidas. Hasta los años 60 seguirán comprando hectáreas de terreno para proteger al máximo su propiedad de la especulación inmobiliaria.
Alejados de la persecución mediática internacional, en las imágenes de la época el matrimonio Woevodsky aparece feliz: sonrientes y bronceados, celebran grandes comidas y cenas, servidas siempre por impecables camareros de chaqueta blanca, mientras el jardín y las obras progresan.
Construirán también un embarcadero en Cala Massoni (que, años depués, tendrá un uso soprendente) y comprarán una pequeña barca con la que navegarán en compañía de sus huéspedes por los alrededores, disfrutando del sol y la brisa marina.
Un empinado camino (que a veces Dorothy recorría en burro) baja desde la casa hasta el embacadero y la cala, en cuyas aguas cristalinas se bañaba cuando quería refrescarse después de trabajar horas y horas en el jardín. Y en muchas ocasiones lo hacía completamente desnuda.
"Cuando se corrió la voz, cuenta Jordi Noya, los pescadores de la zona, al acabar su faena, llevaban sus barcas frente a la cala para intentar ver a la rusa bañándose. Ella los veía y le daba igual; y de ahí el lugar acabó bautizado como "la bañera de la rusa".
Guillem Noya, el padre de Jordi, carpintero y electricista, fue uno de los trabajadores que participaron en la construcción del castillo de Cap Roig. Los Woevodsky y él llegaron a ser tan amigos que los rusos asistieron a la boda de su hijo Jordi con Montse.
Hoy siguen felizmente casados y, tras celebrar sus bodas de oro, pasean cada día, tanto en verano como en invierno, por la playa de Llafranc en compañía de amigos como Montse y Delfí. "Los rusos fiueron los descubridores de la Costa Brava", sentencia Jordi.
Noya rememora también cómo su padre ayudaba a Nikolai en la construcción de casas de verano en la zona para sus conocidos, como La Musclera, para el barón de Islington, o el Castillo Madeleine para la actriz Madeleine Carroll.
Suyas son otras muchas edificaciones "tanto en el pueblo de Calella como en los alrededores, por ejemplo en Platja D'Aro". Todas ellas conservan hoy ese aire de lo que no pasa de moda. "Los arcos de Calella también los hizo el ruso", comenta Jordi, de una de las edificaciones más famosas de la localidad.
Como tantas cosas en las que fueron pioneros (la idea de proteger la anturaleza y las costas de la urbanización masiva y del boom turístico, entre otras), en 1934, deciden abrir al público lo que Josep Pla calificó como “uno de los jardines botánicos más importantes del Mediterráneo".
Según relata Luis Campo Vidal, tenía "casi mil especies mediterráneas y tropicales, treinta y cuatro variedades de mimosas, ventiun tipos de acacias, diez de cactus y ocho de cipreses". Y querían que todo el mundo pueda disfrutarlos, así como las vistas desde el mirador de Les Formigues.
Entre las muchas historias que sucedieron en la zona, durante esa época, que Luis Campo Vidal relata en La bañera de la Rusa, está la de Alexis Mdivani, hermano de Roussy, experto en casarse con multimllonarias como Louise Astor y Barbara Hutton, a quien en ese momento le era infiel con Maud von Thyssen.
La segunda esposa del primer barón Thyssen-Bornemisza (y madrastra del segundo barón, Heinrich Thyssen, que cedería las obras para el Museo Thyssen Bornemisza en Madrid) sufrieron un accidente de coche que la prensa local tituló: "Un príncipe con zapatos blancos y una baronesa sin bragas".
Alexis murió en el acto y Maud quedó desfigurada. Además, nunca aparecieron las joyas de incalculable valor que llevaba en su joyero, entre ellas, un aderezo de esmeraldas que pertenecieron a la zarina Alejandra. Y, sospechosamente, justo después del suceso, algunos locales compraron tierras con dinero de inexplicable procedencia.
Tras el estallido de la Guerra Civil española, las obras quedan interrumpidas: los Woevodsky abandonan el país y vuelven a Londres, donde Nikolai retomará la relación con sus hijos. Incapaces de resistir la lluvia y la niebla, y ansiosos de sol y de brisa marina, viajan a Italia, Egipto e India, donde siguen viviendo numerosas aventuras.
Al acabar la Guerra Civil, regresan a Cap Roig, pero sus problemas no habían hecho más que empezar: tras tres años con las obras paradas, estalla la II Guerra Mundial y con ella, la situación financiera de "los rusos", que ya era delicada, empeora.
La contienda impide de nuevo la posibilidad de conseguir financiación con la venta de residencias de verano para celebrities internacionales en busca de anonimato o, simplemente, británicos y otros europeos desconocidos con ganas de sol y playa.
Dorothy y Nikolai no se desanimarán e inicirán todo tipo de actividades, entre las que se incluye prestar su cala y hacer la vista gorda al floreciente negocio del contrabando para el estraperlo que se inicia en España tras la guerra civil. Así irán sobreviviendo y pagando los salarios de los trabajadores, para intentar a toda costa terminar la construcción del castillo.
Además, en uno de esos giros del destino que salpican la biografía de los Woevodski, Luis Bolín, antiguo amante de Dorothy, es recompensado por el gobierno franquista por su ayuda en la victoria nacional con el cargo de Director General de Turismo. Y, a partir de entonces favorecerá el avance del proyecto de 'los rusos' del que se convertirá en el mejor embajador por el mundo.
Según Luis Campo Vidal, los Woevodski, ofrecieron "al ministro Fraga legar el castillo al gobierno de Franco, como residencia estival de autoridades, a cambio de una renta vitalicia", pero Fraga "prefirió traspasar el asunto a la Diputación de Girona".
Bolín sigue apoyándoles, "animando a muchas personalidades a hospedarse en las zonas del castillo ya terminadas", explica el investigador. Según este, los Woevodski, sin pretenderlo, "inauguraron una versión pionera del Airbnb en los años sesenta".
Entre esos visitantes que pasa largas estancias en Cap Roig estaba Cristóbal Balenciaga. "Se comentó que el modisto aportaba dinero de su bolsillo para contribuir a las obras del castillo y colaborar en el mantenimiento de la finca", descubre Campo Vidal. Pero Balenciaga (que diseñó allí numerosas colecciones e incluso el vestido de novia de Carmen Martínez-Bordiú), estaba enfermo y fallecería en 1972.
Según Luis Campo Vidal, rechazaron ofertas millonarias de especuladores que querían construir al borde del mar y, finalmente, en 1969 "firmaron un acuerdo con la Diputación Provincial de Gerona en la que este organismo se comprometía a pagarles cinco millones de pesetas anuales mientras que al menos uno de los dos se mantuviera con vida".
Comienza una década de tranquilidad: aunque, según lo inicialmente planeado, un ala del edificio se quedó sin construir por falta de fondos, ese vitalicio (condicionado a la conservación del Jardín Botánico y del castillo) les permitió terminar las obras y vivir a su manera, entre austera y suntuosa", describe el escritor.
En 1973, el Ministro de Información y Turismo les impone la Medalla de Oro al Mérito Turístico. Dos años después, fallece Nikolái, a los 86 años de edad, solo unos meses después de haber visto "culminado su sueño", explica Luis Campo Vidal. En una historia que parece no acabar nunca, dejó en herencia a sus descendientes "cinco baúles sellados de diferentes tamaños".
Tendrian que pasar más de diez años hasta que, en 1984, llegó a Cap Roig Nicholas Woyevodsky, nieto de Nikoái, para hacerse cargo del legado. Para saber por qué su apellido se escribe diferente al de su abuelo y conocer el sorprendente contenido de los baúles, tendrán que leer La Bañera de la Rusa.
Dorothy, la protagonista de esta historia que no era rusa, falleció en 1980. Ambos están enterrados en Cap Roig (gracias a un permiso especial de Manuel Fraga), junto a sus perros y su gato. Tuvo una vida plena, que no siempre fue feliz hasta que conoció a Nikolái.
"Algunos escritores lo han definido como una historia de amor, yo lo definiría como un homenaje a la tenacidad", escribe Luis Campo Vidal. Allá donde estén, su legado permanece: Cap Roig ha sido preservado como un Parque Natural que todo el mundo puede disfrutar.
Lo que está claro es que de su historia aún no se ha escrito la última palabra: se prepara una exposición sobre ellos y cada verano, los artistas más famosos del mundo acuden a Cap Roig a dar sus conciertos como si los Woevodski les hubieran invitado. Seguro que sus almas bailan entre los árboles.
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