¡Larga vida a la Reina!" es en realidad un grito inesperado. Para que los británicos recibieran así a Isabel Alejandra María el 6 de febrero de 1952, después de que su padre Jorge VI, último emperador de la India, falleciera tras una enfermedad de cáncer de pulmón, se tuvieron que dar varias circunstancias imposibles de predecir, entre las que resalta una: la primera abdicación voluntaria de un rey británico en la historia, además, por amor.
La llegada al trono de Isabel II no era algo previsto, ni siquiera presagiado: Isabel se había casado cinco años antes e incluso había dado a luz a sus hijos mayores, Carlos y Ana, y estaba instalada en un estilo de vida con un grado de responsabilidad muy limitado que nada tenía que ver con el que imaginaba, ni con el legado que dejaría hace unos días.
Más aún, el fabuloso reinado de las siete décadas es posible únicamente porque Eduardo VIII decide abdicar en su hermano tras un breve reinado de sólo diez meses, para casarse con una mujer. Ella se llamaba Wallis Simpson, y se convirtió en la estadounidense socialmente más cuestionada del siglo XX.
En su sincero discurso de renuncia [traducción], Eduardo VII explicaba con sinceridad sus razones: “me ha resultado imposible llevar la pesada carga de la responsabilidad y cumplir con mis deberes como Rey, como desearía hacerlo, sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo”. La ley le impedía casarse con ella por sus circunstancias pasadas. En su discurso, el Rey añadía algo más. “Y quiero hacer saber que la decisión que he tomado ha sido mía y solo mía… La otra persona más concernida ha continuado hasta el final para persuadirme en el sentido contrario”.
Mucho antes de que existieran Oprah Winfrey, los duques de Sussex, Lady Di y todos los nuevos personajes que orbitarían alrededor de la Reina en esta saga familiar, como describe en Biography Dorothy Rompalske (1999), “los ingleses estaban en shock: ¿quién era esa misteriosa mujer americana […]?”. Una mujer elegante sin duda, pero con un punto extravagante que, incluso aquellos que simpatizaban con ella, describirían con ambigüedad, como el conocido fotógrafo Cecil Beaton.
ADORACIÓN DE UN REY
“¿Sabes cuál fue mi día hoy? Me levanté tarde y luego fui con la duquesa y la miré mientras compraba un sombrero”, publica Rompalske que relató en una ocasión el duque de Windsor a un amigo, para describir hasta qué punto tenía una fijación con su esposa el Rey abdicado, una mujer que le fascinaba hasta el extremo. Jane Seymour, que interpretó el papel de Wallis Simpson en The Woman He Loved en 1988, declaró a People refiriéndose a Wallis Simpson que quizá “ella le hacía sentir como un hombre”.
Jessie Wallis Warfield había nacido en un lugar llamado Blue Ridgde Summit como la pequeña Bessie Wallis Warfield (Pensilvania, 16 de junio de 1896, París, 24 de abril de 1986) de la unión de dos acomodadas familias americanas. Su padre, Teackle Wallis y su madre, Alice Montague, se habían enamorado rápidamente y casado poco después de conocerse. Su lugar de nacimiento había sido elegido para recuperarse de la tuberculosis, pero sólo su madre mejoró y el padre de Wallis murió cuando ella tenía sólo cinco meses. Aquel suceso marcó su carácter y, sin recursos, en una época muy diferente a la actual, su madre es descrita por los biógrafos como una mujer viuda con mucha energía que se vio obligada a refugiarse en su casa materna y, aunque se volvería a casar, nunca tendría dinero.
El matrimonio de Wallis Simpson con el heredero al trono de Inglaterra sería en realidad en terceras nupcias, tras otros dos previos, el primero con Earl Winfield Spencer Jr., un agresivo piloto de la Armada norteamericana, con el que viajó por todo el mundo y pasó diferentes estancias en Asia; y el segundo con Ernest Aldrich Simpson, un acomodado angloestadounidense ejecutivo del transporte marítimo. Sin duda, era una mujer que adoraba viajar y conocer otros lugares, y que no era temerosa, sino todo lo contrario. Dorothy Rompalske describe a Wallis Simpson como “una chica de Baltimore, modesta, pero enérgica” que, ayudada por parientes ricos, había sido criada como una socialité y que tenía la capacidad de desenvolverse extraordinariamente en ambientes sociales y entrelazar sus anécdotas con un ritmo fascinante.
Según algunas fuentes, Wallis conocerá al Príncipe a través de una amiga en común, pero lo cierto es que el encuentro se produce cuando reside en Londres en su segundo matrimonio. “Por 1932, ella y Ernest eran invitados regulares a los retiros de campo del Príncipe de Gales, y pronto comenzó entre ellos una relación platónica” que comienza a ser una relación en firme “en 1934 como tarde”, confirma Rompalske. Al parecer la fascinación de Eduardo por Wallis fue absolutamente instantánea y en una de sus biografías él mismo llegó a admitir que nada más verla se dio cuenta de que “con ella yo sería una persona más creativa y útil“.
A FAVOR Y EN CONTRA
Para la autora Anne Sebba (That woman, 2011), “estas dos personas estaban destinadas a conocerse”. Según ella, “el rey no se encontraba bien y tenía problemas mentales y físicos, [sexuales, sugiere esta autora]”. Por eso, “terminaron poniendo sus energías en divertirse”, siempre en las mismas cosas, como “la moda, socializar sin límites…”. A la Duquesa de Windsor americana de hecho se le atribuyen frases de una irónica frivolidad como "Nunca se puede ser demasiado rica ni demasiado delgada". Para Sebba, fueron una pareja de privilegiados que pudieron, por su posición, crear un universo a su medida, algo que pocos pueden hacer.
Para el controvertido Andrew Morton (Wallis in Love, 2018), autor también de la biografía más escandalosa de Lady Di, “el pensamiento de ella era que lo que vivía se trataba de un juego, era así en su cabeza, así que tenía que hacerlo lo mejor posible”. Y señala cómo ella en realidad sintió verdadero amor por otros hombres que había conocido en paralelo [como Herman Rogers].
La revista Time nombró a Wallis Simpson su primera Mujer del Año (1936), por convertirse en “la persona de la que más se habla, se escribe, se titula y más atrae el interés del mundo”, lo cual fue criticado, y lo cierto es que la hemeroteca está llena de despiadadas descripciones, de dominatrix sin escrúpulos, a escaladora social o espía nazi. Anna Pasternak (The Real Wallis Simpson, 2019) se esfuerza en rehabilitar su memoria, explicando la necesidad de reescribir su biografía, tras consultar las memorias y correspondencias de Wallis, y los diarios y reminiscencias de asociados.
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Pasternak la retrata como una mujer fuerte e inteligente desautorizada por los hombres, víctima de una manipulación, y se centra en la obsesión que tenía Edward y la codependencia que desarrolló durante su vida. En esta línea de relatos que empatizan con ella estarían otras ficciones más recientes, como “Wallis: The Novel” de Anne Edwards e incluso “W.E.” la segunda película de Madonna. En algunos relatos, Stanley Baldwin aparece como un primer ministro siniestro que articula una trama para impedir este matrimonio, basándose en leyes que podrían haberse revisado institucionalmente. Kate Auspitz escribió también en 2010 un libro en el que se afirma que Wallis fue un instrumento de los aliados para alejar del trono a un simpatizante del fascismo.
EL FINAL DE SU VIDA
Sea como fuere, Michael L. Nash, uno de los autores de Contemporary review, explica cómo, en su opinión, ya al final de su vida, Wallis intentó tener una vida normal pero no lo logró. “Recibían a muchas personas” e “incluso ella escribió un libro de recetas”, señala. Sin embargo, “no lo disfrutaban, porque estaban ambos obsesionados con sus figuras, y probablemente ambos padecían lo que ahora llamaríamos desórdenes alimenticios”. Y termina afirmando que “es imposible no estar fascinados por Wallis y Edward”, pero no por las implicaciones políticas y constitucionales que tuvieron sus decisiones personales, sino “porque ninguno de los dos era común”.
Wallis Simpson murió a los 89 años en París, catorce años después del fallecimiento de su marido en la famosa Villa Windsor francesa. Habían estado casados desde 1937 hasta 1972 y su legado se repartió de una forma que sorprendió incluso a sus allegados: los 45 millones de dólares recaudados en una extraordinaria subasta en Sotheby´s fueron a parar al Instituto Pasteur para la investigación científica; y una parte del mobiliario y las obras de arte de su colección pasaron al Estado francés para su exhibición, gestos inesperados. Como si con esta contribución Wallis Simpson acallase definitivamente la voz de todos aquellos que afirmaron que su vida había sido una sucesión de cócteles sin sentido. Lo más probable es que se tratase de una persona fuera de su época [“ahead of his time”, dirían los americanos] y quizá simplemente, como afirmó Suyin Haynes, “cuando la modernidad choca con la tradición, nadie sale ileso”.