“Es algo fundamental para la vida de una mujer, para su dignidad. Es una decisión que ella debe tomar por sí misma. Cuando el gobierno controla esa decisión, se le trata como algo menos que un ser humano completamente adulto y responsable de sus propias decisiones”. Con estas palabras defendía el derecho al aborto, ahora abolido, Ruth Bader Ginsburg, icono feminista y jueza –fallecida en 2020– del Tribunal Supremo de Estados Unidos.
La reciente decisión del tribunal norteamericano que deroga el derecho a abortar hace ahora resucitar discursos de personalidades como Ginsburg. Algunos como el de su audiencia de confirmación a la Corte Suprema el 3 de agosto de 1993.
Aquel día, se convirtió en la segunda mujer en ocupar uno de los nueve cargos vitalicios en la instancia judicial más importante del país. Progresista y una firme defensora de los derechos de las mujeres y LGTBI, se convirtió en todo un icono cultural para las generaciones más jóvenes.
Era la Gloria Steinem de los despachos. Como abogada, lideró algunos de los casos que dieron un giro a la política de género en los años 70. Defendió y ganó litigios en los que despedían a mujeres por estar embarazadas e, incluso, otros en los que incluía a los hombres, como Califano contra Goldfarb.
Ginsburg defendió el derecho de este último a recibir la pensión de viudedad bajo el argumento de que la ley ignoraba el papel de las mujeres como sustento económico de la familia. Con este caso, la entonces abogada logró que la Ley de Seguridad Social estadounidense, que negaba los beneficios a los viudos, fuera inconstitucional.
No fue el único logro. A lo largo de su carrera, la abogada y magistrada dejó tras de sí todo un rastro jurídico feminista que sentó precedentes en las leyes del país. En 1973, cuando el caso Roe contra Wade reconoció el derecho al aborto en Estados Unidos, Ginsburg aplaudió lo que consideró un fallo histórico en pro de la igualdad de género.
Lo que determinó aquel litigio fue que la Constitución del país debía proteger la libertad de una mujer embarazada para elegir abortar, y sin restricciones por parte del Gobierno. A este caso le siguieron la derogación de multitud de leyes federales y estatales sobre el aborto y se abrió un debate que ha seguido vivo hasta hoy. Fue un caso, además, que polarizó a parte de la sociedad norteamericana entre los que estaban a favor y los que estaban en contra.
La recience abolición del derecho al aborto por parte del Tribunal Supremo deroga una sentencia que hace casi medio siglo cambió la vida de muchas mujeres. Desde entonces, se redujo la mortalidad femenina y los procedimientos para interrumpir los embarazos no deseados se volvieron más seguros.
Como recogen medios norteamericanos como The New York Times, ya en 1973, Ginsburg estaba convencida de que ese era un paso que la sociedad estadounidense debía dar. De lo que no estaba tan segura era de que se hubiera hecho de la mejor manera. Un escepticismo por el que fue muy criticada.
Del caso 'Struck' a 'Roe'
El icono feminista creía que Roe contra Wade se basaba más en una cuestión de la privacidad de la mujer -como así reconocieron los jueces entonces- que sobre el hecho de que restringir el aborto impedía alcanzar una igualdad de género. A su juicio, el caso se debería haber abordado sobre la cláusula de igual protección, porque eso habría reforzado aún más este fallo histórico de cara a futuros cuestionamientos.
Como confiesa al diario estadounidense Mary Hartnett, profesora de derecho en la Universidad de Georgetown y coautora de la única biografía autorizada de la jueza Ginsburg, la magistrada era una defensora acérrima de la igualdad, pero también medía mucho cómo alcanzar esas condiciones.
Para Ginsburg hay otro caso anterior que habría sentado una base más sólida sobre el derecho al aborto en Estados Unidos. Se trata del caso Struck contra Secretaría de Defensa, por el que una enfermera de la Fuerza Aérea en Vietnam se había quedado embarazada. Le dieron dos opciones: abortar –algo permitido entonces en las bases militares– o dejar el ejército.
Ginsburg ganó una suspensión que impedía el despido de Susan Struck mientras los tribunales revisaban el caso. La sola posibilidad de que ella pudiera ganar el litigio cambió el parecer de la Fuerza Aérea. Permitieron que tuviera a su hijo y mantuviera su trabajo, y todo antes de que llegara a oídos de la Corte Suprema.
Hartnett asegura que Ginsburg se llegó a plantear si Struck podría intentar dar con otros casos parecidos en el ejército para mantener vivo el caso. Y al mes siguiente, se emitió el fallo de Roe contra Wade.
Ginsburg apoyaba el derecho al aborto como el derecho de la mujer a tomar decisiones sobre su propia vida. Pero también es cierto que dejaba entrever cierto miedo a que ese cambio se produjera de golpe, demasiado rápido, y no de una forma gradual.
Según declaraciones de Ginsburg recogidas por The Washington Post, la jueza creía que esta decisión podría convertirla entre sus detractores en una causa que abolir aún con más fiereza. Y en parte, así sucedió cuando en 2020, la muerte de Ginsburg desató una batalla política en Washington y reavivó la lucha contra el aborto.
[En la muerte de Ruth Bader: "God save us!"]
La magistrada con la que el ex presidente Donald Trump mandó sustituir al icono feminista en el Supremo era todo lo contrario a Ginsburg. Amy Coney Barret, católica antiabortista, completó la mayoría conservadora de seis magistrados que ha acabado por derogar ahora la histórica sentencia de Roe.
Ya en la campaña de las presidenciales de 2016, el líder populista abanderó la causa antiabortista y la convirtió en su legado. No ha tenido reparos en afirmar que el día en que se anulara la histórica decisión sobre el aborto sería “una victoria de la vida”. Él mismo se ha autodefinido como pro-vida.
Tras la decisión del Supremo, el presidente Joe Biden aseguró que era “un día triste para el Tribunal Supremo y para el país”. Sólo tres jueces, todos de corte progresista, fallaron en contra de derogar la sentencia Roe. Por contra, la mayoría de seis jueces conservadores del Supremo considera “indignante” que pudiera llegar a tomarse esa decisión.
En su opinión “sus razonamientos eran extraordinariamente débiles y la decisión ha tenido consecuencias dañinas”. Unas palabras que harían revolverse en su tumba a la propia Ginsburg y a todas aquellas personas que han trabajado por devolverle a las mujeres la capacidad de decidir con libertad sobre su propio cuerpo y su propia vida.