Dios, la guerra y morir en la hoguera: cómo pudo una mujer y campesina llegar a ser Juana de Arco
Ático de los Libros edita en español la magnífica biografía de la historiadora británica Helen Castor sobre la legendaria adolescente que marcó el curso de la Guerra de los Cien Años.
25 junio, 2021 01:11Noticias relacionadas
Era una adolescente de dieciséis años, que además de ser joven no tenía experiencia ni había recibido educación alguna —se crio entre ovejas, en una familia campesina de los campos de Domrémy, al noreste de Francia—. Un día escuchó unas voces celestiales que le transmitieron un mensaje mesiánico: de ella dependía salvar a su nación de la invasión inglesa y la sangrienta guerra civil. Vestida como un hombre, con camisa, jubón, calzas y pantalones de montar, cabalgó hasta Chinon, donde se encontraba la corte del delfín y futuro rey, Carlos VII; y le dijo: Dios mismo me envía, dame un ejército y expulsaré a tus enemigos y te conduciré hasta Reims para tu coronación.
La legendaria vida de Juana de Arco, un nombre tomado del apellido de su padre y que ella nunca utilizó —se refería a sí misma como "Jeanne la Pucelle", Juana la Doncella, para enfatizar su estatus como sierva elegida por el Señor y su proximidad a la Virgen—, es "una gran estrella en el firmamento de la historia". Así lo asevera la historiadora británica Helen Castor en la primera línea de su biografía sobre esta fascinante y única mujer, que acaba de editar en castellano Ático de los Libros; una obra que narra la epopeya de la guerrera santa de una manera novedosa, profunda e inteligente, otro estupendo ejercicio de investigación histórica medieval de una autora consagrada gracias a ensayos como Lobas.
Castor asume el vértigo de la inmersión en la breve vida de la mujer más famosa del siglo XV, que murió en la hoguera a los diecinueve años, condenada por hereje tras caer en manos inglesas a raíz de una traición y después de haber firmado hazañas bélicas como la liberación de la plaza de Orleans en cuatro días tras seis meses de asedio. "Se trata de un incono proteico: una heroína para nacionalistas, monárquicos, liberales, socialistas, la derecha, la izquierda, católicos, protestantes, el régimen de Vichy y la Resistencia francesa", narra la historiadora y presentadora. ¿Existe alguna figura más universalmente reivindicada que la de Juana de Arco?
El relato que propone la profesora y miembro del Sidney Sussex College de la Universidad de Cambridge no sigue los cánones biográficos, sino que despliega un intento de reconstruir al detalle la Francia del momento y los pasos de la célebre mujer "siempre hacia adelante, y no al revés, como un relato en el que los seres humanos se esfuerzan por comprender el mundo que habitan y —como nos ocurre a nosotros— no tienen ni idea de lo que les depara el futuro". Por eso arranca su narración con una vívida descripción de la catástrofe francesa en la batalla de Azincourt (1415), que los ingleses denominaban Agincourt, y Juana no aparece durante sus primeros catorce años —los datos sobre su familia y su infancia se descubren al final—.
Vida a descubrir
Una historia tan extraordinaria se disfruta todavía más con el estilo dinámico y de gran tensión narrativa que caracteriza a Castor. El párrafo de la muerte de la joven en una plaza del mercado de Ruan da buena muestra de ello: "Los soldados ingleses sostuvieron su cuerpo delgado mientras la ataban al poste de madera, muy por encima de la muchedumbre que aguardaba. Juana movía los labios en una plegaria inquieta e incesante. De pronto, el aire cambió; resonaron unos chasquidos y el humo le picaba en la garganta. Juana levantó la voz con urgencia: 'Jesús. Jesús. Jesús'. Y el fuego ardió".
A pesar de enmarcarse en la Baja Edad Media, la vida de Juana de Arco está muy bien documentada en base a cartas, crónicas, poemas, tratados, libros de cuentas y, sobre todo, las actas de su juicio por herejía en 1431 y las del "juicio de anulación" que los franceses celebraron veinticinco años más tarde para rehabilitar su nombre. En cualquier caso, Castor no se ciñe exclusivamente a la letra escrita y escarba entre líneas, buscando las contradicciones y distorsiones de los testimonios para toparse con la doncella más real posible. Algo que parece una quimera, como manifiesta la historiadora al final del libro:
"Juana todavía espera a ser descubierta. Si leemos los documentos excepcionales que dejan constancia de una vida totalmente extraordinaria con el conocimiento de cómo llegaron a redactarse, nos sumergimos en su mundo, un universo refinado, brutal y de una incertidumbre terrorífica en el que nada es seguro salvo la fuerza suprema de la voluntad de Dios; y entonces, tal vez, podemos comenzar a comprender a Juana: lo que creía que estaba haciendo; por qué quienes la rodeaban reaccionaron como lo hicieron; cómo aprovechó ella la oportunidad, con un resultado milagroso, y qué ocurrió, al final, cuando los milagros dejaron de producirse".
También es destacable el esfuerzo de Helen Castor por masticar para el lector del siglo XXI las fortísimas creencias religiosas que marcaban la vida de una persona del XV, un contexto imprescindible para que el mensaje de Juana de Arco fuese tan poderoso. El verdadero milagro, más allá de abrir el camino a la reunificación de Francia y determinar el rumbo de la Guerra de los Cien Años en el campo de batalla, radica en que la creyesen: según las prescripciones del Deuteronomio, una mujer no debía vestir con ropa de hombre ya que se trataba de "una abominación para Dios". Ella no solo transgredió este postulado, sino que se atrevió a decir que el Señor la había mandado a luchar contra los ingleses.