Alfonso VIII se enamoró perdidamente de una mujer judía conocida como Raquel (Rahel la Fermosa). El rey se llegó a encerrar con ella siete años en su palacete toledano de La Galiana, olvidándose de su esposa y desatendiendo el gobierno de Castilla.
Bajo su influencia, varios judíos españoles fueron designados para diversos cargos de la Corte Real y el rey fue criticado por este trato favorable hacia la población judía y dejarse manipular por una de ellas para reinar. Finalmente, una conjura de nobles, instigada por la esposa de Alfonso, Leonor, y por la Iglesia tras la derrota de Alarcos, que fue vista como un castigo divino, puso fin al romance entre Raquel y Alfonso.