El emperador Carlos V lo prohibió de forma expresa: en su flota de guerra no debían "embarcar mujeres y gente inútil". La mar era dominio de los hombres y oficialmente no se permitía la subida a las naos de féminas "públicas y privadas". No obstante, como recoge la historiadora Magdalena de Pazzis en su obra Tercios del mar (La Esfera de los Libros), estas medidas fueron aplicadas con relajación: hubo féminas "enamoradas" que tomaron parte en la batalla de Lepanto o en la Gran Armada de 1588, como María la Bailadora, quien "peleó con un arcabuz con tanto esfuerzo y destreza que a muchos turcos costó la vida", según la relación de un testigo presencial. También se arremolinaron esposas durante el día y prostitutas en ocasiones contadas.
No hubo mujeres en la expedición de Cristóbal Colón que culminaría con el descubrimiento de América ni tampoco en la empresa de Juan Sebastián Elcano y Fernando de Magallanes, pionera en la primera circunnavegación al planeta. Todos los navegantes y conquistadores del Pacífico y otros mares desconocidos tenían nombre masculino —Américo Vespucio, Vasco Núñez de Balboa, etcétera—. Pero a finales del siglo XVI se registró un hecho insólito: una mujer que recibe el cargo de almirante, la primera de la historia. Y era española.
Su nombre fue Isabel Barreto, nacida probablemente en Pontevedra (Galicia) hacia 1567. Muchas lagunas y pocas certezas hay sobre su vida porque toda la información que ha sobrevivido de ella procede de una única fuente, un relato además condicionado. Su infancia y adolescencia son una página en blanco: la joven aparece en la ciudad peruana de Lima donde conoce y se casa con Álvaro de Mendaña, natural de Congosto (León) y que le duplica la edad: 19 por 44.
¿Pero cómo pudo llegar Barreto hasta las lejanas tierras del Nuevo Mundo? Su marido Mendaña, sobrino del virrey de Perú, había descubierto en una primera expedición las Islas Salomón, sitias en el inmenso Océano Pacífico, cerca de Filipinas. Con el objetivo de levantar allí un asentamiento permanente, viajó a Castilla para buscar financiación de la Monarquía Hispánica: según las capitulaciones firmadas por Felipe II el 27 de abril de 1576, el rey le permitía poblar el archipiélago pero no le proporcionó fondos económicos para ello.
Isabel, que en aquel momento contaba con unos diez años, no se fue a América con su futuro marido. La hipótesis más plausible es que llegase a Lima como dama de Teresa de Castro, primera virreina de Perú tras el nombramiento de su esposo García Hurtado de Mendoza en 1588.
La Reina de Saba
Álvaro de Mendaña tuvo que emplear veinticinco años para reunir todos los elementos necesarios para lanzar su segundo viaje, para zarpar al reencuentro de las Islas Salomón. Reunió una flota de cuatro barcos con una tripulación de 368 personas, entre las que se integraban hombres, niños y mujeres. Ahí estaba Isabel Barreto, una fémina de cáracter correoso y excepcional, según se desprende de la aventura en la que estaba a punto de embarcarse.
La expedición partió en 1595 del puerto peruano de Paita y, tras navegar unos 9.000 kilómetros, alcanzó las desconocidas Islas Marquesas —la ruta se había desviado unos 400 kilómetros, lo que impidió el (re)hallazgo del archipiélago de las Salomón—. En uno de esos islotes, en el de Santa Cruz, la malaria derrotó a Álvaro de Mendaña, que durante todo el viaje tuvo que controlar las rivalidades entre sus dos hombres fuertes: Pedro Fernández de Quirós, un explorador nato, el piloto mayor y encargado de la gente de mar; y Pedro Marino Manrique, al mando de los soldados que engrosaban la tripulación.
Con la muerte del cabecilla de la flota, el hermano de Isabel Barreto, Lorenzo, quedó al mando del gobierno de los barcos. En su testamento, Mendaña escribió: "Nombro a doña Isabel Barreto, mi legítima esposa, gobernadora y heredera universal y señora del título del Marquesado que del Rey, Nuestro Señor, tengo". Sin embargo, a los pocos días, una flecha perdida también mató a Lorenzo. El mando pasó entonces a su hermana, convirtiéndose en la almirante de la escuadra, en la primera mujer de la historia en ostentar este título, un poder semejante.
Todo esto se conoce por los escritos del poeta y autor teatral Luis Belmonte Bermúdez, que a su vez era el secretario de Fernández de Quirós. Él es quien va levantando actas de todas las cosas que suceden durante el viaje: la marcha hacia Filipinas para reabastecerse —allí se casaría Isabel con su segundo marido, Fernando de Castro, familiar del gobernador local— y el definitivo regreso a Perú. ¿Problema? Se trata de una crónica partidista: el piloto mayor, aunque no llega a rebelarse contra su superiora, si muestra su resentimiento a través de las notas de Belmonte. Barreto es "cruel", "déspota" o "autoritaria". La típica descripción del enemigo de una mujer.
La Reina de Saba, como se le empezó a conocer por su relación con las Islas Salomón, logró mantener el mando durante toda la expedición, instaurando medidas como la pena de muerte para todo aquel que desembarcara en tierra firme sin permiso. Tras el regreso a Perú después de navegar miles de kilómetros por las aguas del Pacífico, la vida de Isabel Barreto se difumina: rivalizó con Quirós por armar una nueva expedición para tratar de encontrar el enigmático archipiélago, pero este le ganaría la partida en la exploración de la Terra Australis.
La almirante regresó a España con su marido, con quien supuestamente tuvo un hijo, en torno a 1607. Se conoce por diversos documentos que Isabel y su Fernando de Castro pleitearon en la Corte española ante las peticiones y las cédulas reales concedidas a Quirós por Felipe III —presionado a su vez por el papa Clemente VIII— para una nueva expedición a las Salomón. Sin embargo, estas reclamaciones no alcanzaron el éxito deseado. Algunas fuentes refieren que Barreto regresó a Perú, donde fallecería hacia 1622. Otras apuntan a su tierra natal. El lugar de su muerte, como la gran parte de su vida, es un misterio. Por fortuna, no su gran hito.