Plumas. Sandalias con calcetines. Estampado de leopardo allá por donde se mire. Langostas, incluso: las microtendencias de moda de 2024 no hacen más que apuntar a una corriente visual más amplia que cobra fuerza a pasos agigantados gracias a (con permiso de las pasarelas) las redes sociales y la diversidad visual que allí se puede encontrar: la del maximalismo. Y, con ella, varias preguntas.
La primera, con dosis de pragmatismo: ¿de verdad es posible usar tendencias maximalistas en nuestra vida diaria? ¿Tiene sentido practicar el overdressing maximalista (es decir, arreglarse demasiado) en la oficina, en un restaurante o en la puerta del colegio de nuestros hijos?
La idea de sobrevestir, de arreglarse demasiado, puede pasar de duda a miedo en cuestión de segundos, especialmente si una es consciente del impacto que las decisiones estéticas pueden tener en su carrera profesional y su vida diaria.
Y puede llegar incluso a convertirse en titular: a finales de agosto de 2024, la crítica de moda Vanessa Friedman recogía en The New York Times la inquietud Rachel, una lectora residente en Brooklyn que no sabía si era 'mejor' practicar el overdressing o el underdressing en algunos eventos.
¿El motivo? Que la de Nueva York quería atreverse a probar un look concreto y luego le entraba inseguridad por si destacaría demasiado, ya fuese por arriba, ya fuese por abajo.
No es la única persona en el mundo a la que le pasa, y no hace falta irse a los mensajes en línea que hay sobre looks de invitada (por eso de que las bodas son los eventos en los que, por falta de práctica, más perdidas podemos estar). "Estamos en una cultura que ha valorado la conformidad sobre la individualidad; nos han enseñado a no sobresalir para no ser juzgados o etiquetados", reflexiona Celia Bernardo, la diseñadora asturiana tras Celia B, marca de renombre internacional.
¿Un estilo excesivo?
"Medir si alguien está 'sobrevestido' es algo muy subjetivo, especialmente porque la moda es un medio de expresión profundamente personal y el concepto de overdressing es algo restrictivo", continúa.
"No deberíamos medir si alguien está 'demasiado' vestido, sino si su atuendo refleja quién es y cómo se siente". Bernardo, activista del color y abanderada de los diseños maximalistas y femeninos, considera que las herramientas como el color no son sólo "esenciales para vivir una vida auténtica", sino también un instrumento que "afecta también nuestro estado de ánimo y nuestra forma de enfrentar el día a día".
"Puede ser una chispa de alegría en medio de la rutina", afirma. "La moda debería ser una celebración de quiénes somos, no algo que esconda nuestra luz por temor a ser juzgados". Llamar la atención con tu look vs. 'donde fueres, haz lo que vieres'.
La idea de la asturiana no está lanzada al azar: se basa en uno de los pares opuestos que según el filósofo George Simmel (Berlín, 1858-1918) rigen la psicología y la sociología del vestir. Los plasmó en su ensayo La Moda, de 1905: universal/particular, igualdad/diferenciación y cohesión/separación. Cada uno de ellos tiene matices, pero los tres vienen a representar el conflicto entre la necesidad de integrarnos en un grupo y, al mismo tiempo, de destacar dentro de él.
Una disputa que parece más relevante que nunca, si se tiene en cuenta el impacto que las redes sociales tienen en la presentación y creación de identidades visuales: una ya no solo tiene que insertarse en los grupos que la rutina y la geografía le conceden, sino también en otros con unos márgenes tan amplios que solo el algoritmo puede delimitarlos. Es decir, que el número de personas entre las que hay que sobresalir, es mayor.
Y eso, de manera más o menos inevitable, va a llevar a la exageración de los códigos habituales, se tenga el estilo que se tenga. Eso explicaría, junto con otros motivos, el auge de microtendencias como el old money, el corpcore; la estética mob wife, las coastal cowgirls (parece un trabalenguas, pero basta con buscar en TikTok o en Pinterest para desentrañarlo) y otros tantos anglicismos que se acompañan de vídeos en los que hay looks extremos en su interpretación.
En ellos no hay mezcla de estilos, no hay medias tintas ni atisbo de dudas: puede distinguirse en pocos segundos a qué escuela estética pertenecen, lo que es otro modo de practicar el overdressing. Otro modo de destacar. Incluso con prendas aparentemente inocuas e incluso anodinas.
Para muestra, la gorra de cashmere de Loro Piana. Ese accesorio ejemplifica muy bien cómo incluso dentro de las corrientes más asépticas a nivel estético, las ganas (e incluso la necesidad) de destacar terminan abriéndose paso de un modo u otro.
Los materiales y las técnicas de confección cuasi artesanales son dos caminos más sutiles y más aceptados socialmente, pero son unos costosos que solamente están al alcance de unos cuantos (no solo por el precio del producto, sino porque solamente será valorado por un pequeño grupo).
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Sin embargo, cuando el overdressing se une con el maximalismo, despuntar no cuesta tanto, ni literal, ni metafóricamente. Y las marcas, lo saben. Cuando el maximalismo se encuentra con el overdressing.
"Cada vez hay más demanda de productos más creativos, diferentes y originales, así que las marcas están empezando a ofrecer este tipo de diseños", explica Tomás Morales, showroom manager de Fabra Comunicación. "Las prendas más básicas se han quedado en un segundo plano, cada vez se buscan piezas más especiales; sobre todo, se nota mucho en el universo de los accesorios, donde las joyas o los bolsos ganan cada vez más peso con formatos más grandes y detalles especiales".
En el showroom madrileño, donde visten a mujeres como Eva Longoria, Blanca Suárez, Aitana, María Pombo, Mafalda Patricio o Lucía Rivera, perciben cómo el miedo al overdressing se va perdiendo.
"Cada vez más las celebrities y los estilistas buscan looks más diferenciados", cuenta Morales. "Se puede conseguir a través de diseños especiales o también a través de la combinación de prendas que, a priori, no se te habrían pasado nunca por la cabeza y que incluso rompen las reglas de lo que hasta ahora se tenía como vestir bien: combinaciones de diferentes estampados, prendas contrarias... ¡o calcetines con sandalias", detalla.
"Además, se busca la comodidad de elegir un look que sirva para todo el día, que puedas llevarlo tanto para ir a trabajar como para salir por la noche, y eso significa que cada vez salimos más arreglados por la mañana. La época de la moda comfy parece que ha quedado atrás", añade.
Celia Bernardo también lo nota, aunque sostiene que hay "dos tendencias en el panorama actual. Por un lado, está el movimiento maximalista, lleno de superposiciones de prendas, mezclas de colores vibrantes y un espíritu que celebra la individualidad", desarrolla.
"Pero también hay una tendencia muy clean donde predominan los tonos neutros y una estética minimalista. Este estilo es más seguro y sigue siendo popular, especialmente entre aquellos que prefieren seguir lo que hacen las influencers más tradicionales", subraya.
Morales observa la misma diferencia que la diseñadora. "Las mujeres que tienen tendencia a un estilo más sobrio y clásico es muy complicado que arriesguen con algo origina", cuenta Morales. "De igual manera, esas personas a las que siempre les gusta destacar, nunca se van a sentir cómodas con un look sencillo".
¿Cuál es, entonces, la clave para acertar? "Cuando visto a alguien en el showroom, siempre digo que el look que elijan tiene que gustarles de verdad, que no se sientan disfrazados", revela. "No hay nada peor que eso, porque al final, se nota y no defienden el look. Puede haber un vestido maravilloso que a la celebrity le siente de maravilla, pero si no va con su estilo y no se siente cómoda, mejor que opte por una alternativa".
¿Y qué hay del día a día y de quienes no ostentan ese estilo de vida? "Las propuestas de moda siempre van a tener un toque más excesivo de lo que se lleva en la realidad", confiesa Morales. Pero eso no significa que no influyan en el street style que presencias todos los días antes de subir a la oficina.
"Si una persona ve en una revista o en un perfil de Instagram un look que le guste, va a pensar si puede imitarlo con las prendas que tiene en su armario", cuenta. Con las de las tiendas, también: "Esta temporada se nota una mayor predilección por lo maxi, tanto en patrones, como abrigos larguísimos, como en tejidos, donde la prendas de lana adoptan unos tamaños que impresionan".
Sostenibilidad y compromiso
¿Es sostenible el overdressing maximalista? Ahora que parece que parte de las propuestas de la temporada apuntan a lo que en inglés se conoce como statement pieces (vamos, esas piezas especiales que llaman la atención), es inevitable preguntarse dónde encaja aquí el discurso que nos habían vendido como sostenible.
Si el mandamiento para practicar el consumo responsable era construir un armario de prendas básicas en colores neutros para combinar de mil y una maneras y así no fomentar la sobreproducción de ropa y cuidar nuestros bolsillos, ¿comprar prendas maximalistas y llamativas implica falta de conciencia? ¿Somos menos sostenibles si adquirimos abrigos voluminosos, vestidos estampados o accesorios con acabado peluche?
"Una pieza maximalista, lejos de ser solo una tendencia pasajera, es atemporal", sostiene Celia Bernardo. "El maximalismo siempre ha estado presente; grandes diseñadoras, como Zandra Rhodes (con quien hemos tenido el placer de colaborar) han sido pioneras en esta tendencia durante décadas. No se trata de acumular prendas para seguir modas efímeras, sino de invertir en piezas únicas que expresen quiénes somos realmente", argumenta.
"Mientras que algunas personas optan por comprar diez camisetas negras para asegurarse de tener lo 'necesario', quienes adoptan el maximalismo buscan algo más profundo: una conexión emocional con lo que llevan puesto". "El maximalismo no tiene por qué ser un enemigo de la sostenibilidad", concuerda Morales. "Puedes encontrar prendas locas que sean vintage y darles una nueva vida, o jugar con las superposiciones de diferentes prendas en un mismo look".
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Incluso, como señala, optar por el arreglo y la personalización, otros dos caminos que hacen que tanto el overdressing como el maximalismo se alineen con el ubicuo (y también marketiniano) consumo responsable.
"Los que hemos vivido el boom del fast fashion nos hemos acostumbrado a utilizar ropa de usar y tirar y de convivir con el miedo de coincidir con el mismo look que otra persona", comparte el showroom manager.
"La gente joven está dando un paso más allá y cuando va de shopping ve la ropa como una materia prima sobre la que crear ellos mismos su propio diseño: la rompen, la destiñen o la imprimen imágenes, y eso hace que la prenda sea completamente única y especial. ¿Hay algo mejor que sentirse así cuando te vistes por la mañana?", concluye.