Si el sábado 17 Roberto Diz cerraba los desfiles que han tenido lugar durante la Mercedes Benz Fashion Week (MBFW), que se celebra en el pabellón 14 de IFEMA, el domingo 18, a la castiza hora del aperitivo, la firma Devota & Lomba presentaba su colección en la no menos castiza Plaza del Carmen, donde acaba de abrir sus puertas el hotel Thompson Madrid.
El establecimiento, situado en un imponente edificio blanco, es el único europeo entre los 18 hoteles del sello, que pertenece al grupo Hyatt. Todos en Estados Unidos, excepto dos en México, precisamente en Playa del Carmen.
Pero si de la plaza del Carmen en Madrid a Playa del Carmen en México, como dirían los castizos, "hay un trecho", el Thompson madrileño está en pleno centro madrileño, a un paso de la Puerta del Sol y de la Gran Vía. Por cierto que el nombre de los hoteles viene del primero que abrieron, situado en la calle Thompson del SoHo neoyorquino.
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Y ¿por qué hablamos de un hotel en un artículo de crítica de moda? se preguntarán nuestros lectores. La respuesta es doble, pues el establecimiento hotelero no solo fue el escenario del desfile de Devota y Lomba, sino que, según Modesto Lomba, director creativo la firma, "el marco, arquitectónico y masculino del hotel Thompson Madrid, sirve de contraste para homenajear a la mujer" e incluso da nombre a la colección cápsula Thompson primavera-verano 2023.
"En el vacío cúbico del patio" situado en la cuarta planta y usado a modo de escenario, Devota y Lomba presentó "una colección de marcado carácter femenino y optimista, de corte retro".
No miente el creador, pues, a través de sus propuestas, vimos volver a la vida, en pleno siglo XXI, a las flappers, aquellas mujeres de los locos años 20 (del siglo XX), que se liberaron del corsé, llevaban el mítico corte de pelo bob, fumaban, conducían, bebían y bailaban al son de la nueva música jazz...
Todo eso que, hasta entonces, a ellas les estaba vedado, como asistir a la universidad o llevar pantalones. A aquellas mujeres, que querían ser tan libres como los hombres, Coco Chanel les dio un nuevo guardarropa y Virginia Woolf, un tratado de feminismo con su ensayo Una habitación propia (1929), en el que escribió: "Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción".
Capas, vestidos de corte recto y cintura baja (que no oprimen el cuerpo), mangas al codo y vestidos camiseros muy favorecedores, pero que permiten una absoluta libertad de movimientos, son algunas de las propuestas que admiramos.
La famosa escritora, autora también de La señora Dalloway (1925), Al faro (1927), Orlando: una biografía (1928), Las olas (1931) y Entre actos (1941), habría encontrado seguro una habitación propia entre las 175 que tiene el Thomson Madrid (incluidas 23 suites y un ático de dos plantas con preciosas vistas panorámicas).
Las mangas jamón, los largos vestidos blancos, los cortos de color negro (pensados para una mujer que trabaja) y los moños deshechos de algunas modelos, que posaban en parejas, nos recordaron a Virginia Woolf y a su hermana Vanessa Bell.
Ambas eran miembros del Grupo de Bloomsbury (barrio cerca del Museo Británico en el que residían de sus miembros), al que pertenecían algunos intelectuales británicos del primer tercio del siglo XX. Sus obras e ideas influyeron en la literatura, el arte, la estética, la economía y hasta en el feminismo, el pacifismo y las relaciones sexuales.
En los estampados, flores grandes y pequeñas, "en colores luminosos", verdes, rojos, coral, azul... como los que contemplaría la escritora británica desde su estudio de Monk's House, una casa de madera del siglo XVII, situada en el pueblo de Rodmell, cerca de Lewes, en Sussex, con una vista fabulosa de los jardines.
Si hubiera vivido hoy, a Virginia Woolf (1882-1941) de cuyo nacimiento se cumplieron 140 años el pasado mes de enero, quizás le habría gustado un vestido camisero largo, con pantalón a juego, en verde con grandes flores, que causó sensación. Por cierto que, en la planta 4ª del hotel, donde se presentó la colección, cada espacio lleva el nombre de una mujer española célebre: Lola, Carmen, Penélope, Isabel…
En la colección vimos también unos vestidos de diosa griega y faldas plisadas como los que Madame Grès (1903-1993) hizo populares en el París de los años 30, y con cuya cuidada arquitectura interior y costura conseguía un elegante movimiento de sus vestidos.
Un casting acertadísimo, bajo la dirección de Natalia Bengoechea, con modelos de belleza reales y no inalcanzables, y una atmósfera íntima, con medio centenar de invitados, eso sí, la mayoría, entendidos en moda.
Entre ellos estaban Pepa Bueno, directora ejecutiva de la Asociación Creadores de Moda de España (ACME); Cruz Sánchez de Lara, vicepresidenta de El Español; la directora del Museo del Traje, Helena López del Hierro, y la periodista y consejera independiente Charo Izquierdo.
Tampoco perdían detalle la guionista, directora de cine y ex ministra de Cultura Angeles González-Sinde (haciendo gala de su estilo, vestida de Devota y Lomba), y el matrimonio formado por los gemólogos Pepe Cidoncha y Susana Pérez, ahora volcados en su Fundación LeCadó, que apoya la investigación contra el cáncer.
El resultado fue una cuidadísima puesta en escena (para que pareciera lo más natural e improvisada posible) y un desfile meditado, lleno de lo que Jane Austen llamaba sentido y sensibilidad, que proyectaba una "elegancia effortless", como comentaba Beatriz González-Cristóbal, patrona de la Fundación Academia de la Moda Española, y una de las expertas en la industria del lujo y la moda internacional que tenemos en España.
La Fundación Academia de la Moda Española es una organización sin ánimo de lucro promovida, entre otros, por la Asociación Creadores de Moda de España (de la que Modesto Lomba es presidente) que persigue el reconocimiento de la moda española a través de la promoción de la moda de autor.
Dice Modesto Lomba que la colección está "pensada para una mujer consciente, que sabe adaptarse a estos tiempos de cambio". Y la inspira un hotel nacido en Nueva York y situado en Madrid a un paso del barrio de las letras, por el que paseó Virginia Woolf cuando visitó la capital.
Lo hizo en dos ocasiones: la primera, en 1912, durante su luna de miel, y después ella y su marido visitaron Toledo y Tarragona. La segunda, en 1923, y después de Madrid visitaría Andalucía (que ya conocía de su primer viaje al sur de España, en 1905), Murcia, y Alicante.
En una de ella se instaló en el Gran Hotel Inglés, en 1886, primer hotel de lujo en Madrid y el segundo edificio de la capital al que llegaba la luz eléctrica. Situado en la entonces llamada calle del Lobo, hoy la calle Echegaray, fue también el primer hotel con baño independiente en cada habitación, lo que lo convirtió en el favorito de todo tipo de huéspedes ilustres, como Virginia Woolf, que hoy da nombre a una de sus salas.
Pero esta ya es otra historia. Enhorabuena, Modesto, por llevarnos de viaje por la historia y la literatura, con el desfile de tu colección de primavera verano 2023, una mañana de domingo, en septiembre, en tan buena compañía y con una música deliciosa.