“Nadie nos había enseñado a vivir en libertad. Solo a morir por ella”: los testimonios de Svetlana Aleksievich
La escritora recoge duras vivencias de personas que vivieron el fin del comunismo y la desintegración de la URSS en su libro 'El fin del Homo Sovieticus'.
14 abril, 2024 04:29Sentada sobre una silla de mimbre, una anciana de 93 años se masajea las manos mientras mira por la ventana. En sus ojos traslucidos no se atisba emoción, ni llanto, ni tristeza, ni melancolía. No se atisba ningún sentimiento. Nada. La periodista que tiene delante está atenta a los gestos de la mujer para intentar describirlos en el libro que está gestando sobre los testimonios de los supervivientes del comunismo ruso.
Cuando la anciana se cansa de no mirar, le pregunta qué quiere y para qué ha ido hasta su casa. "Me gustaría que me hablara de su juventud, de sus recuerdos, de los cambios que ha sufrido el país y de cómo los ha vivido usted, su familia", responde. Con la misma mirada vacía, la señora tarda en contestar: "Yo no tengo nada. Yo no soy nada. Dejé de vivir cuando el mundo en que crecimos y los ideales por los que luchamos se convirtieron en un circo".
La URSS, esa gran potencia mundial
Para algunos, la desintegración oficial de la Unión Soviética (URSS) significó una tragedia, para otros fue un suceso inevitable. Aunque no hace falta conocer el contexto para empatizar con cualquier tragedia, es interesante refrescar la información aprendida para recordar que la antigua Unión Soviética nació en el año 1922 de la mano del líder revolucionario Vladimir Lenin.
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Tras los sucesos de la convulsa revolución rusa y la subsiguiente guerra civil entre los defensores y enemigos de la causa, el comunismo venció y su segundo padre fue Josef Stalin que, a finales de los años 20, comenzó un intenso proceso de transformación para convertir a la URSS en una gran potencia mundial, algo que marcaría para siempre los pensamientos de las generaciones venideras.
Tuvieron que pasar siete décadas hasta que un fiel hijo del partido comunista aumentara la transparencia del gobierno y liderara un amplio programa de reformas económicas conocido como la Perestroika. Este líder político estaba a punto de hacer historia sometiendo al régimen a la inmutable etapa que sufren todos los imperios: el auge, la gloria y la decadencia. Era el año 1991 y en las listas musicales de medio mundo sonaba Freedom, de George Michael.
Gorbachov, el hombre que enterró a la URSS
Hacia los años 80, un paulatino proceso de desgaste interno debilitó los pilares del edifico soviético, evidenciando los factores de este progresivo debilitamiento. La crisis económica, la restricción de las libertades y la dificultad para plantarle cara a su próspero enemigo: el capitalismo. Y con él, surgiría una figura cuyo nombre estaría en boca de todo el mundo, Mijaíl Gorbachov.
Despreciado en su patria y reverenciado fuera de ella, el arquitecto de la Rusia contemporánea no se escaparía a las críticas de la nación. Una nación que miraba con curiosidad cómo los deslumbrantes colores rojos de su bandera se iban destiñendo para convertirse en los tonos del nuevo compañero capitalista. El dinero. "¿Con que esta era la época de la felicidad? ¡Embutidos y plátanos!", se lamenta una mujer sexagenaria mientras arrastra un carrito de helados.
¿El fin del Homo Sovieticus?
Grabadora en mano, la escritora Svetlana Aleksievich se enfrenta al argumento de su libro, El fin del Homo Sovieticus, con los testimonios de cientos de voluntarios que, mediante sus vivencias, sus pensamientos y sus sentimientos, opinan sobre el fin del comunismo y la disección de la URSS.
En la introducción del libro y bajo el título del capítulo 'Apuntes de una cómplice', las opiniones que vierte Svetlana serán el único momento donde la voz de escritora se oiga a lo largo de las 600 páginas. "Nos parecía que la libertad era algo muy sencillo. Pero no pasaría mucho tiempo antes de que nos abrumara su peso, porque nadie nos había enseñado a vivir en libertad. Solo nos habían enseñado a morir por ella", relata.
Svetlana Aleksievich, un estilo narrativo único
Además de obtener el Premio Nobel de Literatura en el año 2015, Svetlana Aleksievich es periodista, activista y una fantástica narradora de historias. Su obra ha tratado temas como las historias de las mujeres protagonistas en la II Guerra Mundial, el testimonio de los supervivientes en guerra de Afganistán, datos sobre los afectados en el accidente nuclear de Chernóbil y el drama que vivieron los rusos al testimoniar el fin del socialismo soviético.
En sus textos, opta por mirar de frente las tragedias humanas y su propósito no es solo recordar, si rescatar los recuerdos menores, los de las personas olvidadas que no ostentaron poder ni gloria. "Nuestra historia es la historia de quienes siempre han sobrevivido y jamás han vivido plenamente. Ahora, de repente, la experiencia de la guerra resultaba inútil y teníamos que arrojar al olvido todo lo aprendido", dice. ¿Estaban los rusos frente al final del Imperio comunista o era imposible desembarazarse de años y años de adoctrinamiento?
Conversaciones en la cocina
Interrogantes que se abren y no se cierran. Conversaciones que se gestaban en la cocina: espacios minúsculos con una distribución típicamente soviética, estancias separadas por muros de papel y lugares de recogimiento familiar donde la sospecha de ser escuchados, sorprendidos y delatados siempre estaba presente. "La generación de 1960 es la generación de las cocinas. ¡Gracias Jruschov por sacarnos de los apartamentos comunales y darnos cocinas propias donde poder criticar sin temor, aunque el miedo no nos abandonaba! De repente, uno de todos miraba a la lámpara o al enchufe y preguntaba con sorna: ¿Me escucha bien, camarada oficial?".
Aleksiévich reúne las briznas de la historia como si fueran granos de café y proyecta el espacio minúsculo que ocupa una persona en el mundo desechando la generalización, la colectividad con la que el pueblo ruso ha convivido y convive (incluso en la actualidad) con el resto de su pueblo. Voces como la de una granjera, una doctora, un adolescente de 19 años o un jubilado de 63 que apostilla "con lo que ahora vale una botella de vodka, antes nos comprábamos un abrigo".
La limosna de los recuerdos
En su búsqueda de testimonios, Svetlana Aleksiévich se encuentra con personas adheridas completamente al régimen y generaciones posteriores al gobierno de Gorbachov que, como ellos mismos trasladan, vivieron en primera persona el desplome de las ideas comunistas y la sequía de una utopía llamada comunismo.
En los pasadizos de penumbra y metamorfosis, la desazón se apodera de los recuerdos cuando los entrevistados rebuscan en el pasado. Un matrimonio de químicos pasó años viajando de Moscú a Polonia para vender sus recuerdos. Ambos exclaman: "¡Tantos años temiéndonos y ahora les había tocado el premio gordo! ¡Nos habíamos convertido en un almacén de trastos viejos!".
Indistintamente de la opinión que tengan sobre la historia de su país, todas las personas que descienden del comunismo se parecen al resto del mundo tanto como se diferencian de él: utilizan un léxico propio, tienen una concepción única del bien y del mal, y guardan una relación tremendamente particular con la muerte.
Diecisiete años de trabajo forzoso y un final
Tras la desclasificación de los archivos en pleno auge de la Perestroika, una mujer le preguntó al Gobierno por qué la habían enviado sin previa explicación y durante diecisiete años a un campo de trabajo forzoso. A su regreso del infierno, acudió directamente al bloque donde vivía junto a su hija y se postró ante su amiga agradeciéndole los cuidados dispensados a la niña durante su ausencia, una niña que ya no la reconocía y llamaba mamá a otra mujer.
Diecisiete años de silencio absoluto fueron mejores que descubrir la verdad: su amiga ansiaba tanto la habitación de su compañera en la Komunnalka que la denunció para obtener ese cuarto y, por ende, se quedó con la niña que vivía en él.
"¿Usted lo entiende?", le pregunta a la escritora la persona que fue testigo estos hechos . "Yo soy incapaz. Y aquella mujer tampoco pudo entenderlo, así que volvió a casa, se anudó una soga al cuello y se ahorcó".