Antes de definirla como una de las cineastas más aclamadas del cine estadounidense, Greta Gerwig es mujer y también creativa. Si hay algo que distingue a la narradora de historias en femenino —Lady Bird, Mujercitas y Barbie— es que cada película resulta de un ejercicio de introspección de su propia vida, lo que incluye, necesariamente, que la directora ponga sus luces y sombras a la vista de la espectadora.
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Su más reciente taquillazo rosa parte de una premisa: Barbie (Margot Robbie), una muñeca estereotipada con vida de ensueño a la que todos quieren imitar, descubre que ha dejado de ser perfecta de la noche a la mañana. Este cambio repentino hace que su mundo colapse por completo, que ella sea despojada de esa seguridad y autoestima que tanto gustaba a los demás, y que se convierta en solo una chica. Nada más, y nada menos.
La superproducción en torno a la muñeca de Mattel ha suscitado tanto interés como reflexiones sobre la presión y frustraciones a las que se someten las mujeres, al sistema patriarcal y a las imposiciones del capitalismo, por ese orden. Lo primero ocupa un lugar protagonista, en cualquier caso, y saca a la palestra un fenómeno en el ámbito de la psicología con el que espectadoras de todo el mundo parecen sentirse identificadas.
Se trata, ni más ni menos, del síndrome de Barbie llevado al mundo real. Durante siglos, la mujer ha estado condicionada por roles que, pese a que han ido evolucionando, siguen teniendo el mismo trasfondo. Todos se generan en un sistema en el que el poder aún no es femenino ni en el 50% que le debiera corresponder. De la abnegada ama de casa a la sex symbol de ojos azules y cuerpo 90-60-90, pasando por la femme fatale, por la dulcificada chica Hepburn y llegando, por supuesto, hasta la actualidad.
Cuando se convierte en un problema
A menudo, estas presiones pueden derivar en una condición mental que impulsa a las personas de forma desesperada a la búsqueda de excelencia. Recibe el nombre de atelofobia. Esta patología implica experimentar "un miedo abrumador a la imperfección", explica el doctor Jaume Guinot en el portal MundoPsicólogos.
La padecen personas que suelen juzgarse a sí mismas con mucha dureza y tienden a fijar objetivos poco realistas para sí mismos. Cualquier error, por mínimo que sea, es magnificado en su mente perfeccionista, que les obliga a ser impecables todo el tiempo. "Tienen un miedo muy profundo e impactante a tener algún defecto", explica, y "pueden llegar a evitar una situación en la que creen que podrían cometer un error, ya que acaban considerándola amenazante".
Otros rasgos que permiten identificar esta fobia incluyen no saber sobrellevar consejos constructivos. "Cuando a una persona le cuesta tolerar las opiniones o críticas de sus seres queridos, esto puede ser un signo de tener fobia a no ser perfecto ante los demás", explica Guinot.
Además, "el estrés, el nerviosismo o el miedo experimentado en situaciones en la que no se sienten perfectos puede ser un signo de atelofobia. Esta puede derivar en problemas de depresión, ansiedad extrema, baja autoestima e incluso ataques de pánico. En los casos más evidentes, llega a implicar diferentes síntomas físicos como la ansiedad, la taquicardia, dificultades para respirar, náuseas, escalofríos, mareos, sudoración y temblores", revela.
La atelofobia frustra relaciones
Quienes conviven o son cercanos a alguien con atelofobia, pueden tener la sensación de que esa persona no tiene en cuenta sus consejos o que se aleja sin darse cuenta. Además, esta personalidad hiperperfeccionista puede acabar resultando una amenaza para familiares y conocidos de su entorno, que pueden llegar a asumir que ese análisis constante de los defectos propios también se aplica a ellos.
Igualmente, la atelofobia habitualmente deriva en problemas de dependencia hacia los demás. El interés por estar siempre a la altura puede provocar el efecto contrario, haciendo que las conversaciones con otras personas sean menos naturales. En cuanto a si puede incidir más en un género u otro, "en ciertos aspectos, la atelofobia sí afecta más a las mujeres, ya que ellas mismas se imponen más presión que los hombres, pensando que deben demostrar más", destaca el especialista.
"Eso crea un malestar añadido", revela Jaume Guinot, por lo que es crucial no culpar a quien la padece, sino más bien impulsarla a trabajar la aceptación y entender que esta fobia puede estar motivada por eventos traumáticos, factores genéticos e incluso por el estilo de crianza. "Cuando los padres eran perfeccionistas, podían acabar generando un miedo en los niños, sobre todo en el caso de que estos les castigaran si no te desempeñabas correctamente en una situación", asevera.
En otras ocasiones, la atelofobia puede ser un fenómeno reciente directamente relacionado con relaciones tóxicas. "Si el miedo a cometer errores es nuevo o solo aparece en situaciones específicas con personas concretas, es posible que se encuentren en un entorno que puede ser tóxico [para estas personas]. En este caso, el problema no son ellas, sino el ambiente en sí", asegura.
Pasos para superarla
Para afrontar este miedo irracional a tener defectos y no cumplir con las expectativas, el especialista recomienda precisamente cometer errores. "Al principio puede resultar difícil acostumbrarse a la idea, pero es importante tener la certeza de que no hay nada de malo" en no ser personas perfectas.
Igualmente, Guinot incide en la importancia de construir un sistema de apoyo que conecte las emociones a personas de confianza, algo fundamental para ver las cosas "desde otra perspectiva", alejarse de situaciones tóxicas. Y, si afecta hasta el punto de limitar muchos aspectos del día a día, se debe acudir a terapia.
"Nadie es perfecto y esta es una idea que debemos tener presente en cualquier situación o momento. Por lo que, si se sienten incapaces de cometer errores en su vida personal o profesional, es importante que buscar ayuda para lidiar con estas creencias erróneas que les están limitando", concluye.