Las generaciones de mujeres más jóvenes en España, de 18 a 25 años, no están dispuestas a retroalimentar algunos de los viejos esquemas sociales y que perciben más caducos y denigrantes. Hay una sensación de hartazgo, de quiebra o cuestionamiento de los patrones de género tradicionales.
Así lo constata una investigación del Instituto de las Mujeres realizado por Sigmados, en el que destaca la mentalidad abierta de las jóvenes, que desvinculan el sexo de las relaciones amorosas de pareja y están familiarizadas con la idea de la sexualidad como una forma de autoconocimiento asociado al placer. También reconocen y respetan la diversidad sexual.
De esta forma, conceptos estereotipados como el sexo y sus derivados se encuentran en un proceso de deconstrucción y redefinición. Sin embargo, muchas prácticas sexistas y discursos dogmáticos continúan vigentes. Se trata, por tanto, de un proceso de transformación que lleva tiempo en marcha y que se percibe en el cuestionamiento de los tabúes y falacias naturalizadas en torno al cuerpo de las mujeres, su salud y derechos sexuales y reproductivos.
Consideran las violencias sexuales un problema de primera magnitud, razón por la cual el tema ocupa un lugar central en las conversaciones y discursos de las jóvenes. Muchas de ellas han vivido la violencia sexual en sus carnes, así como en el entorno digital.
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Precisamente, las que más se identifican con el feminismo son las más sensibilizadas acerca de esta lacra que, en 2022, se cobró la vida de 49 mujeres. De ellas, solo un 57% denunciaron los malos tratos de su agresor. Cabe destacar, en contraste con lo que propone la narrativa de la llamada violencia intrafamiliar, que en torno al 65% eran cónyuges o parejas y cerca del 34% estaban en fase de ruptura o eran ya exparejas del agresor.
Hipersexualización: la norma infame
El estudio del Instituto de las Mujeres revela que prácticamente todas las jóvenes tienen el recuerdo de haberse sentido acosadas: más del 67% han recibido comentarios sexistas inapropiados; un 46% ha recibido imágenes y comentarios de índole sexual sin su permiso a través de las redes sociales, en forma de ciberviolencia machista, y más de un 36% ha tenido que sufrir tocamientos sexuales indeseados, para los que no había dado su consentimiento, ni implícito ni expreso.
En consecuencia, las jóvenes de entre 18 a 25 años desarrollan miedo en torno a la sexualidad: casi un 61% de las mujeres reconoce haber temido que alguien pudiera ejercer algún tipo de violencia sexual sobre ellas en espacios públicos, y más de un 41% ha experimentado miedo en lugares de ocio nocturno. La hipersexualización del cuerpo de las mujeres desempeña un papel clave en estas realidades.
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Y es que su estigmatización y cosificación son problemáticas asociadas a los mandatos estéticos y la explotación comercial del cuerpo de las mujeres. Pero también están íntimamente relacionadas con la orientación de las intimidaciones verbales y conductas represivas que muchas veces acaban interiorizándose a fin de evitar el acoso y la agresión sexual. Por ejemplo, vistiéndose de una determinada forma "para no llamar la atención"; no contestando a comentarios machistas "para controlar la situación y no desborde". El común denominador es el miedo.
En el entorno digital se materializan varias formas de lo que se ha venido a llamar ciberacoso, que es una forma de violencia sexual: por ejemplo, a través de las llamadas fotopollas; o de un usuario que se obsesiona con una mujer, comienza a perseguirla a partir de las pistas de localización que pueda dar en sus redes sociales, algo que ocurre con demasiada frecuencia. Hechos que coartan las libertades de las mujeres por haber nacido mujeres y donde poco puede hacer la Policía por falta de protocolos y formación específica.
¿Porno vs. educación y salud sexoafectiva?
La edad media de acceso a la pornografía es más temprana (15,5 años) que la primera relación sexual, haciendo de la pornografía una escuela sexual y vector de reproducción de patrones de desigualdad y sexismo contra las mujeres. Estos datos no se entienden sin saber que más de un 50% de las jóvenes de entre 18 y 25 años consideran deficiente la educación sexual recibida en sus centros académicos: se muestran críticas respecto a contenidos y enfoques y reclaman un replanteamiento de los planes formativos en materia de sexualidad.
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Datos que tampoco se entienden sin atender a las fuentes de información a las que acuden las mujeres jóvenes cuando experimentan dudas e inquietudes sobre sexo. Resulta que las primeras preguntas se tratan de resolver entre las amistades (32,5%), un canal de información no exento de déficits y limitaciones.
Le siguen las consultas en Internet (24,9%), caldo de cultivo de no poca desinformación, mucho contenido pornográfico, malware, etc., y que pone de relieve la importancia del entorno digital en la socialización de las personas jóvenes.
El tercer canal de información preferido para las mujeres jóvenes son las parejas (13,2%), seguido de las madres (7,5%), que se sitúan en cuarto lugar de prioridad para resolver sus dudas en torno a la sexualidad (los padres son mencionados por un 0,5% de las jóvenes a este propósito). El resto de opciones adquieren valores residuales: personal sanitario (4,9%); hermanas (2,2%); televisión, libros y revistas (1,9%); otros familiares (1,6%); hermanos (0,6%); parroquia o grupo religioso (0,3%), etc. Resalta el hecho de que un 7,7% de las jóvenes no acuden a nada ni a nadie para afrontar sus dudas sobre sexo.
Las inquietudes y necesidades de las jóvenes en cuanto a formación y salud sexoafectiva pueden ser una muestra de la creciente aversión a la pornografía. En este sentido, un 49,9% señala que le habría gustado recibir más información sobre amor y relaciones sentimentales, requiriendo así una perspectiva integral del ámbito sexoafectivo que incorpore la dimensión del bienestar y la gestión emocional.
Otro de los asuntos que la mayoría de las jóvenes (42%) desearía conocer mejor gracias a la educación sexual es la prevención de enfermedades de transmisión sexual (ETS). En torno al 34% se muestra también descontenta con los planes formativos de educación sexual por no dar cabida a la identidad de género y la orientación sexual, así como los métodos anticonceptivos.
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En un tercer escalón de necesidades insatisfechas, las jóvenes sitúan los problemas en las relaciones sexuales (28,4%), las violencias sexuales (26,8%) o las maneras de obtener y dar placer (20,3%). También un 13,2% de las jóvenes mencionaron la falta de información sobre la regla y los ciclos menstruales.
En general, los hombres prefieren emplear la pornografía como recurso principal (81%) para estimularse durante la masturbación, mientras que las mujeres escogen mayoritariamente (82,9%) la imaginación para el mismo fin, según un estudio de Diversual sobre la masturbación en España.
La mirada falocéntrica del sexo
Cabe destacar que, según confirma el estudio de Sigmados y el Instituto de las Mujeres, casi el 60% de las jóvenes afirman haber tenido sexo con algunas personas sin apetito o deseo sexual, probablemente pensando en satisfacer los deseos sexuales del otro. Es decir, que proporcionalmente las mujeres de entre 18 y 25 años otorgan mayor importancia al placer del hombre que al propio.
En general, las jóvenes se cuestionan el propósito del sexo por lo que culturalmente viene impuesto. Y es que, para algunas mujeres, el acceso al placer ha de coincidir en cierto modo con tener una relación. Esto induce a pensar, señala la investigación, que perviven tabúes y dogmas morales sobre la sexualidad femenina.
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De hecho, las cifras demuestran que la penetración es la práctica más habitual entre las mujeres jóvenes (casi un 75%), por encima de la autoestimulación (65%). La edad media para que las jóvenes comiencen a masturbarse son los 16 años, igual que los varones, aunque ellas lo hacen en un 57% y ellos en un 90%.
La edad media de la primera relación sexual se sitúa en torno a los 16,7 años. El discurso de ellas da cuenta del rechazo que sienten hacia las estructuras normativas, las presiones sociales, los estereotipos de género y el falocentrismo que rodea al imaginario de la "virginidad".
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Además, la aplicación de métodos anticonceptivos y de prevención en las relaciones sexuales recaen especialmente sobre ellas, que se hacen responsables pese a que el método empleado con mayor frecuencia (84%) es el preservativo masculino. Este dato se enmarca en una creciente exigencia de corresponsabilidad por parte de las jóvenes (65%) para que los varones se hagan cargo de los métodos anticonceptivos.
El segundo método anticonceptivo más empleado tiene que ver con los procedimientos hormonales para ellas (54%), como la píldora anticonceptiva, el anillo o los parches para evitar embarazos indeseados. Con ello las jóvenes asumen un mayor riesgo en las relaciones sexuales. En este sentido, cabe destacar que el 43% ha acudido en alguna ocasión a métodos anticonceptivos de emergencia.