Decidí escribir ficción para dar a conocer la realidad mejor, para profundizar en ella. Suena a paradoja, pero funciona: lo vemos en el cine, en las series, también en otras novelas…
Almudena Grandes nos enseñó más de la Guerra Civil, de sus heridas, de la represión franquista y sus miserias que todos los libros que estudiamos en la escuela, en los que, por cierto, no nos enseñaron nada de esa época oscura; y no será por falta de información.
Llevo leyendo y escribiendo toda mi vida: escribía en casa, en el colegio, en el instituto, me presentaba a concursos…
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Después estudié Filología Hispánica, ya dispuesta a dedicarme al periodismo (mi madre y mi padre me convencieron de que, si quería escribir, no solo debía leer a los clásicos, sino que tenía que estudiarlos), así que, al acabar la carrera en Compostela, me inicié de becaria en el Diario Sur (Grupo Vocento) y empecé a escribir para publicar.
Hice un máster en medios de comunicación y seguí escribiendo, me dieron mis primeros trabajos y aquí continúo, juntando letras y contando historias reales, hasta que llegó el proyecto de mi novela el pasado mes de septiembre.
Salvo pequeñas incursiones en la ficción de extensión breve, siempre he escrito con los códigos del periodismo, basados en la rigurosidad de los hechos, con estilos más o menos flexibles, que van desde la opinión a la noticia pura. Hasta que llegó Chantaje a una jueza de la mano de la editorial Espasa.
Hay dos cosas que me han fascinado siempre y que tienen que ver con el trabajo que hago: la cultura de la corrupción y la cultura de la corrupción en Galicia, su idiosincrasia. Quise zambullirme un poco más y contar una historia construida por mí con piezas reales, con ideas sacadas de los muchos sumarios de corrupción que guardo en mi ordenador.
Todo eso que una periodista se deja en el tintero cuando escribe una información: las emociones, los ambientes, las sensaciones, el dolor de mucha gente que no sale en las noticias y que es el resultado de la caída de pesadas fichas de dominó; esa gente es la última ficha de los casos de corrupción y nadie está a salvo de ser esa última pieza, aplastada por el peso del resto de ellas.
Amalia es mi personaje protagonista. Muere en las primeras líneas del libro, pero sobrevuela todo el relato. Amalia es una jueza (exjueza cuando se suicida) que puede parecer una heroína.
Pero yo me he peleado con ella muchas veces mientras escribía, porque entendía que, sobre todo, era una cabezota que tenía que resolver su macro-causa de corrupción sí o sí, aunque hubiera fracasado y se dejara media vida por el camino, incluida una niña pequeña a la que renuncia como madre.
La novela, sus personajes, toman vida propia y eso no me lo habían contado. De pronto ves cómo se van por caminos distintos a los que habías diseñado para ellos; porque sí, porque empecé con una estructura inicial a modo de orientación y el libro se me fue de madre. Me costó seguirlo, tuve ataques de pánico porque hubo momentos en que no veía por dónde avanzar, pero rematé esa historia que, en realidad, escribimos entre muchos y muchas.
También la escribió mi hermana Isabel, a quien dedico el libro. Mientras ella luchaba contra la peor fase —la cruel e incierta— de un cáncer de mama, yo escribía mi primera novela, ora tratando de evadirme, ora tratando de desahogarme, ora tratando de consolarme.
Todo eso me condicionó: el lector no lo verá, pero yo si lo percibí al leerlo. Los días del folio en blanco o del folio —uno o más— que hay que borrar entero me recordaban lo solitario e ingrato de la escritura larga, la de los libros. No me pilla de nuevas, pero una cosa es un libro periodístico —tengo dos, La armadura del rey (Roca Editorial de Libros, 2021) y En la maleta de Zapatero (2013) — y otra, una novela.
Desde pequeña, que empecé con Agatha Christie a leer novela negra, admiro muchísimos a los novelistas. Después de escribir la mía, los idolatro, las idolatro.
La corrupción política, institucional, empresarial, ciudadana… Es una gangrena que arrasa con todo lo que toca, aunque sea de lejos.
En Chantaje a una jueza machaca, sobre todo, la vida de muchas personas que no son corruptas, que no han hecho nada, pero a las que la corrupción va deformando y consumiendo sin remedio. Hay muerte, hay puteros que educan a puteros hijos que educan a puteros nietos…
En una escuela sin fin; hay drogas, de las antiguas y de las modernas, en un negocio boyante en Galicia que sigue narcotizándola hoy, aunque los capos no sean gallegos; hay trata de mujeres, niñas y “algún niño”, un componente común en la práctica totalidad de los sumarios de corrupción…
Expongo mucho dolor y mucha rabia, y también humor negro. Galicia, Lugo, Navia de Suarna… Ríen siempre a pesar de todo, por eso es un pueblo, el gallego, que enamora a la gente de fuera. Un pueblo fuerte y risueño con un subsuelo tétrico, donde habitan el poder y la violencia desde hace siglos. Los míos son personajes contundentes, inspirados en la vida, en la muerte y en el estadio intermedio que rodean una macro-causa de corrupción ficticia diseñada con retazos de causas reales. Lo que cuento es ficción, pero está pasando. Ahora mismo.