Cuando Yusra Mardini ocupó el puesto 40 entre las nadadoras de estilo mariposa que compitieron en los Juegos Olímpicos de 2016 en Río de Janeiro, su historia ya había dado la vuelta al mundo. No fue precisamente por formar parte del para aquel entonces recién creado equipo olímpico de refugiados, sino por la proeza que junto a su hermana Sara había protagonizado un año antes.
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En alta mar, entre la costa turca y la isla griega Lesbos, las Mardini evitaron que 20 personas engrosaran la lista de los cientos de ahogados en el Mediterráneo aquel verano de 2015, cifra que desgraciadamente ha aumentado con los años.
Al dejar atrás la guerra en Siria y ponerse rumbo a Europa por caminos tortuosos e ilegales, el motor de la maltrecha lancha neumática en la que viajaban dejó de funcionar. Sobrecargada de gente que como ellas huían de conflictos bélicos, otros de hambrunas o persecuciones, eran carnaza para los traficantes de personas y mafias.
A bordo de ese bote, la muerte se veía más cercana que la costa de territorio europeo. Las olas se hacían cada vez más altas, la bravura del mar les empujaba cada segundo hacia el inminente peligro de hundirse. Al grito de ¿quién sabe nadar?, la veinteañera Sara Mardini fue la primera que se lanzó al agua, le siguió su hermana menor Yusra (de 17 años), y con otros tres jóvenes tiraron con sogas del bote.
Sólo ellas contaban con un entrenamiento físico lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a una situación extrema, no en vano eran campeonas de natación en Siria, el país cuya guerra las había convertido en refugiadas. Durante más de tres horas nadaron sin parar hasta alcanzar la costa.
Aunque en el Mediterráneo le vieron los colmillos a la muerte, una vez en tierra firme la travesía continuaría a pie, expuestas a infinidad de peligros hasta llegar a Alemania, como lo harían en ese año más de un millón de personas en lo que se llamó la gran crisis migratoria europea.
Al contar su historia, fueron heroínas
“¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Cuándo empezaron nuestras vidas a valer tan poco? ¿Por qué decidimos arriesgarlo todo, pagar una fortuna para subir en una embarcación abarrotada y jugárnoslo todo en el mar? ¿Era esta de verdad la única salida? ¿La única forma de escapar de las bombas que caían sobre nuestro hogar?”.
Reflexiona Yusra Mardini en su autobiografía Mariposa: De refugiada a nadadora olímpica. Mi historia de superación y esperanza (Plaza & Janes Editores, 2019). Las vivencias y valentía de Yusra y Sara se vislumbraron como una extraordinaria historia para ser llevada al cine.
Apoyada en el mencionado libro, el resultado es la película Las nadadoras, dirigida por Sally El Hosaini y estrenada mundialmente en la plataforma Netflix.
“Vi en Yusra y Sara a mujeres árabes modernas y liberales que casi nunca aparecen en la gran pantalla”. La directora de origen egipcio radicada en Londres afirmaba además en un medio alemán que por lo general se les victimiza, como en historias de asesinatos de honor y cosas por el estilo.
“Ha sido satisfactorio ver mujeres como las Mardini con las que yo misma me puedo identificar y que tuve la oportunidad de retratarlas como heroínas complejas”, zanjaba la realizadora.
Con Las nadadoras los espectadores emprenden una vez más el camino recorrido por las Mardini, sienten con ellas la necesidad de huir, las ganas de sobrevivir y de salir adelante.
Un sueño cumplido
A las Mardini la pasión por la natación les viene a través de su padre, quien alcanzó un nivel profesional en este deporte y se propuso que sus hijas siguieran sus pasos, por lo que se dedicó a entrenarlas intensamente.
Aunque ambas contaban con cualidades para destacar, las de Yusra apuntaban a convertirla en una deportista de élite. “Encuentra tu carril, nada tu carrera”, el consejo de su padre antes de cada competición, se convertiría en un mantra para la futura nadadora olímpica, tal como se ve en el filme.
Las nadadoras, protagonizada por las hermanas Nathalie y Manal Issa, recoge la forja como deportistas de las hermanas, como también la vida anterior a la guerra en Siria, la travesía y el desarrollo de las Mardini, y concluye con la participación de Yusra en las Olimpiadas. El final feliz -o algo parecido- si bien toca el corazón, sabemos que es inusual entre tantas vidas y sueños hechos añicos por diversas circunstancias.
Al menos Yusra, entre millones de refugiados, consiguió hacer realidad uno de sus sueños, como lo era participar en las Olimpiadas, cosa que alcanzaría por partida doble, ya que estuvo en las filas del equipo olímpico de refugiados tanto en Río como en Tokio.
En la vida real, Yusra no tardó en ser considerada como una gran inspiración, sobre todo para niñas y jóvenes. Nombrada por la revista Time como una de las adolescentes más influyentes en 2016, además se convirtió a los 19 años en la embajadora de Buena Voluntad más joven del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), un cargo que sigue desempeñando activamente, compaginado con sus estudios universitarios en EEUU.
Su hermana Sara, que abandonó la natación, al principio quedaría en segundo plano; sin embargo, en la película se rescata como protagonista, y también como uno de los motores de su hermana menor.
Sara Mardini se entregó por entero al activismo. Volvió al Mediterráneo, donde un pedazo de ella quedó sumergido para siempre, precisamente para salvar vidas. Al final de Las nadadoras nos enteramos de que está en peligro de cumplir una condena en la cárcel.
En 2018, Sara estuvo detenida durante más de 100 días acusada injustamente de tráfico de personas y espionaje, lo cual pone en evidencia otro intento de criminalizar las acciones humanitarias y la solidaridad hacia los refugiados.
Tras el pago de una fianza, logró volver a Alemania, donde vive su familia, que finalmente pudo abandonar Siria. Si el juicio que se celebrará en su ausencia falla en su contra, la sentenciarán a 20 años de prisión.
Cuando la realidad sobrepasa la ficción, la oscuridad abruma, de allí la importancia de la luminosidad por la que opta la directora Sally El Hosaini para narrar esta historia, esquivando cualquier amago de caer en la mera romantización, poniendo la verdad de miles de refugiados por delante de un hollywoodense happy ending.
Más allá de la ficción, la vida de las hermanas Mardini sigue su curso. Su valentía, fuerza y heroísmo quedan como ejemplo para la posteridad.