Al salir los créditos de la película El techo amarillo (El Sostre Groc), el Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián coreó entre aplausos: ‘Yo sí te creo’. Las luces se encendieron y en el balcón central se dejaron ver las protagonistas, que al abrazarse en ese amasijo de emoción, hacían visible la fuerte unión que las llevó hasta ese momento. Para algunas habían transcurrido 15 años, para otras dos décadas desde aquella época en la que fueron abusadas.
Precisamente horas antes del estreno de este documental dirigido por Isabel Coixet, Goretti Narcís, Aida Flix, Marta Pachón, Miriam Fuentes, Violeta Porta y Sonia Palau, recordaban la importancia del ‘Yo sí te creo’ para resquebrajar de una vez por todas el silencio, la vergüenza, el dolor y la impotencia.
"Lo es todo", Goretti resumía el valor de esa frase.
"Es el inicio", aseguraba Miriam, "si te encuentras con un 'yo sí te creo', sigues por ahí, puede ayudarte a sanar".
Además de recoger los testimonios de estas valientes mujeres, la cineasta Isabel Coixet retrata en El techo amarillo la infame estrategia de dos profesores de artes escénicas del Aula de Teatro de Lleida, aunque en particular se hace más énfasis en uno de ellos, Antonio Gómez.
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Esa especie de ídolo, rockstar, con carisma arrolladora y arte refinado para envolver a sus presas. Tal como lo describen, estuvo durante 20 años abusando de adolescentes mientras escalaba posiciones, no solamente dentro del Aula de Teatro de Lleida, –llegó a ser director-, sino también en el mundillo cultural de Cataluña –ocupó la presidencia de la Asociación Catalana de Artes Escénica-, además de ganar simpatías en la arena política y en la sociedad.
Huido a Brasil, donde actualmente sigue activo en el mundo del teatro, después de embolsarse una indemnización de 59 mil euros, es probable que otros como él queden impunes.
Aida Flix comenta lo mucho que les dolió que la actual Ley de Prescripción –ahora en revisión- dictase que sus casos se dieran como caducados. "La Fiscalía nos creyó y si hubiera chicas [de generaciones más recientes] que quisieran denunciar, se reabriría el caso, es lo que nos interesa, y el documental puede contribuir a eso".
El #MeToo que no ha llegado
En 2018, nueve exalumnas denunciaron formalmente los abusos sexuales cometidos por esos dos profesores cuando ellas eran adolescentes. Habían entrado en el Aula de Teatro de Lleida para aprender sobre las artes escénicas, expresarse a través del arte, pero no para ser ultrajadas.
Aunque en 2007 algunas acusaron a los docentes en la dirección, no hubo represalias, solo un gesto torcido; al "¡Ostras!, discreción hasta que no sepamos mejor", emitido por la cabeza de la institución en aquel momento, le siguió un de-eso-no-se-habla.
A los 13, 14, 15 o 16 años –edad que tenían las chicas en aquella época- no todas estaban seguras de qué nombre ponerle a lo que habían experimentado o estaban viviendo. Que Gómez creaba el ambiente de "es una cosa entre tú y yo", recuerda Aida, Goretti Narcís suma que "decía que eras la más importante dentro del grupo, te hacía sentir especial, haciéndote entender que estás viviendo una historia romántica, pero con una persona mayor que tú, que tiene poder sobre ti porque es tu profesor".
"Luego te das cuenta de que no eres la única, que hay muchas más", agrega Aida. Esto es apenas una parte del relato que tiene tintes de película de terror, con la acotación de que se trata de hechos reales".
En el techo amarillo de la habitación fue donde Cristina fijó la mirada mientras Gómez la manoseaba sin su consentimiento. Confundida y asustada, él por fin se detendría y le diría que "no debería haber permitido que ocurriera". Cris, que le conocía desde los cuatro años y que para aquel entonces tenía 15, durante mucho tiempo pensó que ella era culpable.
Las chicas convertidas en mujeres, en la edad adulta se darían cuenta de que fueron víctimas de las prácticas de un depredador, y empezaron a recordar entre las excompañeras contemporáneas. "Yo creo también que el #MeToo nos hizo el clic para determinar que lo que habíamos vivido era abuso de poder, abuso sexual".
Goretti cuenta que con los años fueron cogiendo más coraje, "lo íbamos hablando y cada vez el círculo se hacía como un poco más grande y llegó un momento en que dijimos ¡no, lo que hemos vivido es muy fuerte, lo tenemos que compartir y decir que esto no puede ser!".
En el espacio del colectivo Dones A Escena de Lleida hablaron en voz alta, y fue donde escucharon por primera vez un sonoro y categórico ‘Yo sí te creo’.
"Nos costaba mucho dar la cara precisamente por la institución, por el dolor, por lo que habíamos vivido allí", recuerda Goretti, "Dones A Escena cogió las riendas durante un tiempo, hasta que Núria Juanico Llumà y Albert Llimós, del diario Ara, lo hicieron público".
Una mañana, durante el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, sentada al lado de Aida y Goretti, Isabel Coixet recuerda las impresiones que le dejó el reportaje firmado por Juanico Llumà y Llimós. Dice que le dio la sensación de estar bien pensado y escrito, que a sabiendas de la precariedad que azota al periodismo, detectó que detrás "había un currazo".
Más allá de las hechuras, la directora, que se apoyó en todo momento en los periodistas mencionados para la realización de El techo amarillo. Asegura que "algo me tocó especialmente porque me parecía además que había una cosa de cómo y qué es el consentimiento, y qué nos pasa muchas veces a las mujeres en la cabeza con esto", comenta, "me parecía importante el qué pasa con la gelatina esta de ‘soy especial’, ‘esto es su amor’, que usan muchos hombres, muchos depredadores, así como hombres y mujeres depredadores".
Sonia Palau relata que cuando Isabel Coixet les propuso hacer el documental fueron conscientes de que sería la primera vez que darían la cara, ya que hasta ese momento sólo habían dado el nombre y apenas la inicial del apellido, y sus rostros no se habían hecho público.
"El hecho de dar la cara tampoco ha sido fácil", afirma Miriam Fuentes, "pero es esta valentía, este objetivo que poco a poco te lleva, pues a donde estamos ahora, a sentir que si no lo hacemos nosotras, ¿quién lo hace? Y si nadie lo hace, nada cambia".
"Este documental puede ayudar a que de que poco a poco vayamos cambiando la historia", prosigue Miriam, "la historia que nos contamos a nosotras mismas, las víctimas y también la importancia de que el entorno no gire la cara, que no cubra esta clase de actos, que no los normalice".
Mientras cada una de estas mujeres toma la palabra, irradian fortaleza, la misma con la que decidieron fundar la asociación Nou Cercle para apoyar y tender la mano a quienes se vean en situaciones similares a las (sobre) vividas por ellas. Se miran, se toman fuerte de las manos, mantienen la cabeza erguida, se escuchan, sonríen y sobre todo, no lloran.
Como diría Isabel Coixet, quien se propuso no tener morbo, ni victimización, ni clichés, ni llantos en El techo amarillo: "Las lágrimas a las mujeres nos vuelven a situar en un lugar que no es el que tenemos que tener".
Hace cinco años irrumpió el movimiento #MeToo en EEUU, concretamente en el epicentro de la industria del entretenimiento, lo cual contribuyó a una mayor visibilidad y a su rápida propagación.
El #MeToo cambió la narrativa, nos reordenó el entendimiento, nos envalentonó, pero lo más importante es que abrió las compuertas que nos permitió hablar abiertamente y denunciar la violencia sexual, así como a destapar casos escabrosos de abusos que habían estado silenciados. Así empezaba una auténtica revolución.
Sin embargo, a la industria audiovisual española, el #MeToo no ha llegado. "No hay nombres ni casos concretos", afirma Isabel Coixet, "¿por qué? Eso nos lo hemos preguntado muchas veces".
La veterana directora se aventura a dar respuestas: "Porque es una industria precaria, porque tienes miedo de que siendo un medio tan pequeño dices algo y nadie te vuelva a llamar", enumera, "pues esas cosas de un país como el nuestro… Me encantaría [que llegara], me parece que es importante y es sano".
Es posible que algún día el #MeToo llegue al patio nuestro, y puede que El techo amarillo sea un arranque para ponerle nombre a lo innombrable, para derribar los muros de silencio.