Una hija decidió hacer un documental sobre su madre y termina por descubrir que había páginas de su vida que desconocía. La hija en cuestión es Charlotte Gainsbourg. Jane Birkin es la madre, en apariencia un libro abierto.
Esta es una de esas historias que de inmediato nos lleva a pensar qué tanto conocemos a nuestras madres. La respuesta se halla más allá de esos tests de 100 preguntas que abundan en Internet para someternos a una prueba que reprobamos. El resultado, por muy cercano a la nota máxima que sea, siempre nos dejará la sensación de que poseemos un conocimiento bastante superficial de nuestras progenitoras.
La actriz y cantante Charlotte Gainsbourg compartía ese sentimiento. Después de ponerle punto final al documental Jane por Charlotte (2021) concluye que gracias a esta película "pude volver a ver a mi madre de verdad".
Jane Birkin fue un icono de la cultura pop francesa. Actriz, modelo y cantante, musa de artistas y diseñadores de moda, de cuya unión con el genio musical Serge Gainsbourg nació Charlotte, además de muchas canciones que traspasan fronteras y generaciones.
“Quería hacer una película sobre una madre, sobre la mía”, trataba de simplificar sus intenciones Charlotte Gainsbourg en la terraza de un hotel en Cannes.
Con su recuerdo, se sitúa justo en el momento de la decisión que surgió hace siete años, después del suicidio de su hermana mayor Kate Barry en 2013, durante su huida a Nueva York con sus hijos y marido, tratando de poner un mar de por medio ante el dolor de la pérdida y obedeciendo a una voz interior que le decía: “vete lejos para que puedas sobrevivir”, recuerda.
Aunque desde su niñez Charlotte ha estado indistintamente frente a un micrófono o a una cámara, siguiendo los designios de su información genética, esta era la primera vez que la segunda hija de Birkin asumía la dirección de un proyecto de cierta envergadura y que además, la tocaba personalmente.
Gainsbourg reconoce que el proceso de Jane por Charlotte fue una carrera de fondo, con una significativa interrupción justo después del inicio en Japón, durante una gira de Jane Birkin, cuando tuvieron la primera entrevista.
Sentadas frente a frente en un set bastante japonés: Charlotte con el ojo puesto en un cuaderno bitácora con muchas interrogantes, al otro lado de la mesa estaba Jane hecha un manojo de nervios. “Lo odió ”, afirma con su voz susurrante, “se asustó con mis preguntas, no se las esperaba, habrá pensado que la iba a acusar de algo, se negó a continuar, me dijo que dejara de seguirla, y yo me sentí tan avergonzada que durante mucho tiempo no quise ni siquiera ver aquella primera charla”.
Reconoce que al principio de este proceso estaba bastante perdida, pero de algo estaba segura. “Definitivamente quería mirarla”, sostiene, ya que al cabo de un tiempo viviendo en Nueva York, “de repente sentí que estaba demasiado lejos, sobre todo, estaba lejos de mi madre. Durante mi fuga la empecé a echar de menos”.
Con su empeño en realizar este documental admite que “en realidad estaba buscando una excusa para acercarme a mi madre, y por supuesto obtener respuestas a mis preguntas”.
La intimidad de Birkin
Después de vivir toda la vida en el centro del ojo público, Jane Birkin no se presentaba como el libro abierto que Charlotte ni ella misma creía que era. “Tenemos un gran respeto mutuo, pero yo no quería ese respeto, quería llegar a lo íntimo”, confiesa Gainsbourg, “buscaba algo que ella tenía con mis otras hermanas (Kate y Lou Doillon) pero no conmigo, la nuestra era otra relación, y ese fue mi punto de partida”.
Al inicio de la película –en aquella charla que casi truncó el proyecto-, Charlotte saltó la valla de su propia timidez para abordar esa diferencia, eso sí “sin ánimos de provocar, aunque intentando una intimidad”. Birkin no parece sorprendida, responde con una naturalidad pasmosa que siempre había sentido cierta intimidación ante ella. “Me sentía privilegiada de estar en tu presencia”, le dice Jane con la cámara de testigo, “no es una banalidad”. Desvía la vista hacia la ventana, y su mirada se pierde en el verdor de los árboles.
A lo largo de Jane por Charlotte, título que evoca y homenajea a aquel Jane B. par Agnès V. (de Agnés Varda, 1988), madre e hija caminan hombro a hombro a través de diferentes escenarios, en especial el de la esfera privada y solitaria del hogar de Birkin en la Bretaña.
La icónica Birkin aparece en este retrato cercano y revelador como madre, abuela, dueña absoluta de su casa, transitando por intimidades y cotidianeidades, develando algunos párrafos de lo no contado justo enfrente de su hija. En sus conversaciones saldrán recuerdos, así como también temores, tristezas, la maternidad, vanidades, las adicciones a los somníferos y al alcohol, el insomnio, como también los sentimientos de culpa.
“Me comporté más como una madre infantil o como una amiga”, admite Jane ante Charlotte, “tal vez no fui lo suficientemente responsable”. Pero no hay reproches. Madre e hija se empezarán a ver y a reconocer quizás como nunca antes lo habían hecho.
¿Conoces a tu madre?
Al escuchar el testimonio de Charlotte Gainsbourg y ver el resultado final de Jane por Charlotte, se hace inevitable establecer ciertas conexiones con nuestros propios lazos maternofiliales.
Guardando las distancias y diferencias, la vida de los otros a veces funge de espejo, y puede que aquello que veamos y escuchemos sea como un llamado a pensar en el vínculo propio. No se trata de juzgar, ni de reprochar, sino de entender.
Hace unos años Lisa Simone Kelly, la única hija de la cantante Nina Simone (fallecida en 2003), que había mantenido una relación bastante turbulenta con su famosa madre, en medio de la entrevista que manteníamos a propósito del documental What Happened, Miss Simone? (Liz Garbuz, 2015) en el que participa detrás y delante de la cámara, rebatió la pregunta de en qué momento del proceso de esa película tuvo la sensación de entender a su madre.
“¿Conoces a tu madre?”, inquirió. Balbuceé, era la primera vez que alguien, que no era mi recriminatoria voz interior, me planteaba esta interrogante. Le dije con el corazón en la mano que creía conocerla, aunque estaba consciente de que no era así. Lisa sonrió y dijo una sabiduría que venía de su propia experiencia.
“Si tu madre está viva, aún tienes la oportunidad de hacerle muchas preguntas, de sentarte con ella, de escucharla, de aprender y de participar en su vida”, le salían las palabras con serenidad. “Cuando mi madre murió, ese chance se fue con ella, me quedé viviendo en un mundo en el que ya no estaba, con su muerte algo se despertó dentro de mí, volvieron a mi mente muchas conversaciones inconclusas. Habla con tu madre”.
Definitivamente, para cualquier persona mirar con detenimiento a su madre, puede ser una empresa de alto riesgo. No todos los vínculos son un dechado de armonía, cada quien tiene una historia propia, cada mujer asume tanto el rol de madre como el de hija de diferentes maneras.
“Cada uno de nosotros tiene un momento en la vida en el que "rechazamos" a nuestra madre”, afirma Charlote Gainsbourg, mamá de tres en edad adolescente y preadolescente, que está viviendo en carne propia ese proceso, “hay algo más en la relación entre padre e hija, no creemos que tengamos que luchar contra ellos, pero en cuanto a la madre... Es un asunto complicado”.
Es posible que en ese intento de entablar un diálogo el miedo paralice, puede que surja la inviabilidad de (re-)establecer una comunicación sincera, o tal como le pasó a Charlotte, puede que en esa intentona se interpongan sentimientos fosilizados.
La carta de Charlotte
Cuando Birkin cumplió los 75 años tuvo un accidente vascular cerebral que pudo superar. Con esa noticia se hacía palpable la fragilidad del cuerpo que surgió varias veces en las conversaciones con su hija.
Emulando a Blow Up (Deseo de una mañana de verano, 1966), el legendario filme de Michelangelo Antonioni en el que participó Birkin, en el documental Charlotte fotografía detalles de quien sigue siendo recordada como un símbolo erótico de los años 60 y 70. A propósito de ese cuerpo que la vejez ya envuelve y abraza, Jane da cuenta de sus labios que están a punto de desaparecer de su rostro y de las manchas en los dorsos de sus manos.
Para cualquier persona mirar con detenimiento a su madre puede ser una empresa de alto riesgo
“Quería captar su presente, la persona que es hoy en día, lo divertida y ocurrente que es”, sustenta el haber desechado el uso de fotos y películas antiguas, “no quería hacer una película sobre su gran belleza, a la que nunca le dio un valor en particular, ella acepta su edad”.
Pero más allá de la imagen que rebota del espejo están las dolencias del alma y las físicas, las cuales no podían ser obviadas. Se miran mutuamente y se nota la urgencia de la carrera contra el tiempo. “Las enfermedades de mi madre me aterran más que las mías”, se sinceraba Charlotte y verbalizaba un pensamiento que a todos nos incomoda decir en voz alta, “tengo miedo de perderla, no existe nada que me atemorice más, y tal vez por eso ninguna de las dos quería terminar esta película”.
Hacia el final de Jane por Charlotte, mientras Birkin camina por la playa escucha una carta que le ha escrito la hija que decidió mirarla, descubrirla y declararle su amor antes de que sea demasiado tarde. “Siempre te he amado, pero hoy lo entiendo muy bien, necesito que me enseñes a vivir, que me vuelvas a enseñar como si no entendiera”, dice con su voz quebrada. “¿Por qué aprendemos a vivir sin nuestras madres?”, se pregunta, “parece ser un propósito en la vida liberarnos a toda costa de ellas. Yo no quiero liberarme”.
Después de la intensa experiencia de Jane por Charlotte, es posible que aún existan sin explorar algunas páginas del libro de vida de Jane Birkin, pero no es difícil imaginar que lejos de las cámaras madre e hija siguieron completando sus conversaciones inconclusas, iniciando otras nuevas, escuchándose y mirándose con todos los sentidos.