Valeria Vegas saltó a la palestra con ¡Digo! ni puta ni santa: las memorias de la Veneno, un libro que sirvió como base para la creación de una de la series más relevantes en España en los últimos años: Veneno. Toda una vida dedicada a la visibilización de problemas en torno al cine o la cultura de nuestro país, tirando del hilo de la homofobia y la representación para crear una imagen más nítida de la homosexualidad o la transexualidad en nuestra historia reciente.
La periodista y escritora presenta ahora Orgullo, un podcast en colaboración Spotify que crea un relato coral e intergeneracional que dibuja la historia del colectivo LGTBIQ en nuestro país. Un podcast necesario, en el que se dan cita invitados de lujo como Los Javis, La prohibida o Bob Pop entre otros.
Orgullo es un podcast coral basado en la experiencia de personas del colectivo LGTBIQ+, al no existir una historiografía de la homosexualidad se tiene que construir a través de este tipo de relatos.
Sí, venimos del silencio, está mal decirlo y detesto el lugar de la víctima, pero venimos del silencio. De ahí hemos pasado a la desinformación, muchas veces creada a conciencia. Todo esto ha derivado en que no tengamos una buena representación, igual que hemos carecido de referentes dentro del Colectivo.
En los últimos años se ha creado además una narrativa de que es una cuestión de amor y de ‘a quién amas’, y ahora mucha gente reclama que se entienda la homosexualidad como lo que es, simplemente el ser y estar de las personas.
Hay que ser conscientes de que no estamos amando las 24 horas del día, es el ser de las personas lo que genera esa LGTBIfobia. No es a quién se ame, porque tampoco tenemos que estar justificándolo todo el rato en torno al amor y al ‘ama a quién quieras’, que está muy bien pero quizás no quieres solo amar, sino que quieres sexo, el castigo es siempre al ser.
¿Estamos en camino de crear una mejor narrativa de la homosexualidad y del Colectivo que no caiga en este tipo de clichés?
Estos días pensaba en la posibilidad de que existiese un teléfono desde el que denunciar ataques al Colectivo. El problema al fin y al cabo es que no se saben los que hay, nos los callamos. De todos esos ataques solo se visibilizan la mitad de la mitad, es un paso adelante que se conozcan.
¿Sigue existiendo una barrera entre el Estado y las personas del Colectivo LGTBIQ+?
Cada vez menos, pero existe. Es lamentable que en cuatro décadas de democracia nos encontremos todavía con esa distancia. Quizás es el momento de que cuestionemos a los políticos y no nos conformemos solo con las cuotas y demás. Si una vez al año cuelgas una bandera en el ayuntamiento, pero durante el resto del tiempo no haces nada y a tus empleados y funcionarios no les conciencias de las problemáticas y la discriminación, esa bandera se queda en nada.
La creación de esta concienciación pasa en cierto modo por la representación también en los medios. El caso de la popularización de Drag Race o la cultura drag, ¿ha ayudado a dicha representación?
Creo que es interesante e importante que si tenemos programas en televisión que giran en torno a la comida, la costura o el humor, que existan también programas dedicados al transformismo, lo veo como algo positivo. Y aún más positivo sería que se emitiese en abierto para que lo pudiese ver todo el mundo.
¿Crees que pensaremos en la labor de Irene Montero como ministra de una forma distinta en el futuro?
Yo creo que sí, y que dentro de una década cuando miremos atrás, todo el mundo jurará que estaban de acuerdo con ella. Esto es como el matrimonio igualitario, si viajamos al 2005 nos encontramos con la mitad del país dividido por esta cuestión, y pasado este tiempo no ha ocurrido nada negativo porque el vecino de al lado se pudiese casar.
Todo lo que está promoviendo Irene Montero con respecto a la ley trans; pese a que ha salido de una forma muy parcial, no es tan completa como se quería en un primer momento; es un avance del que hablaremos en una década cuando el resto de los países se sumen. Con el matrimonio igualitario ocurrió lo mismo, nos adelantamos a países como Suiza o Países Bajos, lugares donde siempre parece que nos tienen que dar una lección de democracia. A pesar de que es una ley que a mí no me afecta porque soy hija de la ley de 2007 de Identidad de Género y tuve que pasar esos trámites, pero la defiendo porque pienso que a mí no me resta ni me ataca la libertad de otra persona.
Desde ciertos grupos se habla de ‘pink washing’ en la política.
¿Puede existir el pink washing? Seguro que sí, pero es como cuando escucho lo del lobby gay, estoy harta de oírlo. ¿Desde cuándo existe el lobby hetero? Desde que Cristo se clavó en la cruz, y nunca nos hemos preguntado en qué lugar deja a algunas personas. Que ahora se cuestione el lobby gay cuando en la historia de nuestra visibilidad no tenemos ni un solo siglo, pues me fastidia bastante.
Lo que sí existe en torno al pink washing son empresas y multinacionales que se lanzan durante el mes de junio a la bandera y lo promueven. Pero qué hacen durante el resto del año de labores inclusivas con sus trabajadores. A mí no me sirve de nada montarme en un coche y que la empresa tenga puesta una banderita en la aplicación si el conductor que me lleva es un cafre. No me sirve de nada, ahórrate la banderita en la app. Eso es pink washing. Deberíamos cuestionar más a las empresas que a los empresarios gays.
Vox llegó incluso a caricaturizarlo como un fantasma con la bandera arcoíris hace algunos años. ¿Es necesario todavía mejorar el marco legislativo para evitar cierto tipo de ataques o de mensajes de odio?
Totalmente, es que estoy convencida de que ciertos mensajes y símbolos de odio, velados y camuflados, son los que preceden a la violencia física. A una parte de la sociedad con media neurona le estás diciendo que eso es válido. Tendríamos que pararlo. En general en el mundo, pero en España en particular, llega muy mal la libertad individual, y esto hace que en el subconsciente de algunos individuos se crea la noción de ser superiores a las personas LGTB.
En el caso de la transexualidad, has hablado en alguna ocasión de la noción de misoginia que existe en la exclusión o la aceptación en función de si transiciones hacia mujer o hacia hombre.
No existe siquiera un insulto, afortunadamente, para los hombres trans. Pero para la mujer trans siempre han existido burlas, mofas o apodos. El que no existan términos para humillarles te da una pista de la forma en que la sociedad te lee, si asciendes o desciendes de cara a ella.
Con respecto a esto, hay un problema enorme de inserción laboral entre las personas transexuales que se traduce en desigualdad.
Los medios por fin estáis visibilizando esta falta de inclusión, pero hay que tener en cuenta que existen muchas trabas por parte de algunos empresarios y empresas a la hora de contratar a personas trans. Dentro de esto hay que entender además que las personas trans no tienen por qué estar irradiando belleza todo el rato, esto que se llama cis-passing, que es aparentar ser una persona cis-género. A las personas trans que no entran dentro de ciertos cánones de belleza normativos se les bloquea socialmente.
Parece que hay una necesidad constante de acotar estos problemas de la Comunidad LGTBIQ+ a los cánones de las relaciones heteronormativas. En el año 2005 la oposición al matrimonio gay estaba en el concepto cultural y tradicional del matrimonio. Ahora se pone sobre la palestra el uso de vientres de alquiler y parece que el debate cambia. ¿Crees que seguimos en los mismos márgenes heteronormativos?
Yo intento ser lo menos normativa posible, a mí me hicieron vivir en el margen y estoy muy feliz en mi margen. Pero respeto a quien tenga la necesidad de tener un vientre de alquiler o casarse. Yo llevo 13 años con mi pareja, pero no me he casado, creo que además en España el casarse es equivalente a adquirir ciertos derechos.
En mi caso creo que hemos sido un colectivo ‘asalvajado’ por la exclusión, pero puedo entender que no todo el mundo piense como yo y quiera aproximarse al modelo social heteronormativo. Igual que las parejas heterosexuales copian constantemente modelos que consumen en medios y demás.
Eres una experta en cine y tienes libros publicados sobre representación en el cine español. Hace unas semanas José Sacristán recibió el Premio Nacional de Cinematografía, es un actor que hizo dos papeles en plena Transición que fueron muy rompedores en lo que a esto se refiere: Un hombre llamado flor de otoño y El diputado.
La labor de Sacristán es encomiable, porque además ha defendido siempre este tipo de papeles que le tocaron hacer con mucha dignidad. Tenemos un cine del que podemos presumir. Esas dos películas son de mediados de los 70, y se hicieron cuando tocaba y se podía.
Ambas son películas que se podrían haber hecho mal, pero es todo lo contrario, Pedro Olea y Eloy de la Iglesia tratan el tema muy bien. Mi madre me hablaba mucho de Un hombre llamado flor de otoño porque empatizó con el personaje de la madre en la película. Hay una escena en la que ella entiende y acepta la homosexualidad de su hijo y le regala un pintalabios, mi madre me contaba que cuando vio esa película hace 40 años le impactó muchísimo. Quizás eso le creó un modelo de conducta de “yo quiero ser esa buena madre”. Con respecto a nuestro cine, nos podemos poner muy por delante de ingleses, franceses e italianos si queremos.
Un cine que además abrió puertas a importantes premios y que dio una gran visibilidad en el resto del mundo. ¿Crees que en la actualidad hemos entrado en un mercado de nicho o sigue habiendo interés en crear historias rompedoras?
Pues yo creo que lamentablemente parece que ya no hay que seguir contándolas. De por sí el cine español cojea como industria, no por su contenido. Pero es verdad que ya no hacemos películas combativas como aquellas.
¿Por qué?
No sé si es porque los productores se han acomodado o a los cineastas no les toca el tema de cerca y no tienen la necesidad. Quizás se han podido acomodar al pensar que todo está logrado, aunque falte todavía mucho camino. Es un riesgo también para ellos a la hora de ofrecerlo a un público que puede que consideren reducido en una industria que ya es débil de por sí.
Cuando escribiste ¡Digo! ni puta ni santa: las memorias de la Veneno, ¿te encontraste con ese tipo de respuesta de editoriales?
Se acabó autoeditando por eso mismo. Lo veían con recelo y consideraban que el personaje era polémico y que ‘no caía bien’. A pesar de que fuese hace solo 10 años España ha cambiado mucho. Y en una década hay gente en Estados Unidos o Francia que ha empatizado con Cristina sin los prejuicios o sin el background que nosotros podíamos tener en España.