Irene Nonay creció entre los almendros del cultivo familiar en uno de los lugares más bellos del norte peninsular: las Bardenas Reales (Navarra). Siempre le encantó la naturaleza y desde pequeña acompañaba a su abuelo Arturo, agricultor, a que le enseñase los secretos de la tierra. Al crecer decidió estudiar la carrera de Farmacia y estuvo trabajando como farmacéutica varios años en Pamplona.
Pero su conexión con la naturaleza le hizo cambiar de vida: volvió a sus orígenes y cambió los estantes llenos de medicamentos por las herramientas propias del campo. Así, cumplió aquel sueño que tenía desde pequeña de convertirse en "almendrera" (aunque el término correcto sea almendricultora), siguiendo los pasos de más de tres generaciones en la familia.
"En mi familia siempre hemos sido agricultores y yo siempre he ido al campo por ayudar en casa. Hubo un momento en que empecé a pensar en qué iba a pasar con los campos de mi abuelo y todo lo que habían trabajado mi bisabuelo y todos para sacarlos adelante, y decidí hacerme cargo de la explotación familiar", cuenta Irene, de 28 años, a MagasIN.
Una decisión que no pilló por sorpresa a su familia, que conocía bien su pasión por el campo. "Siempre me ha gustado la naturaleza, estar al aire libre... Me encantaba ir con mi abuelo al campo y que me enseñara cosas. Al final prácticamente todo lo que sé me lo ha enseñado él, pero la decisión de dedicarme a esto en cuerpo y alma no lo ha podido ver".
Se lanzó a la aventura hace más de un año y medio, siendo consciente de la dureza del campo. "Siempre he visto en casa que era una profesión muy dura, pero la otra cara de la moneda es que es muy bonita".
Y es que su amor por la naturaleza supera todas las inclemencias con las que deben lidiar los agricultores. "Aquí hay veces que estamos bajo cero y con un viento horrible y luego en verano estamos a 42 grados o a treinta y muchos... Pasamos de un extremo a otro. Hay días que son muy duros, pero yo ya lo sabía. Y luego es verdad que tienes la satisfacción de ver cómo sale el cultivo adelante y ver cómo crecen los árboles y eso para mí es muy gratificante".
Ahora dirige sola una explotación de 20 hectáreas, a veces acompañada de su padre, y saca adelante todos los cultivos. "Dependiendo de los trabajos que tenemos que hacer, tengo empleados que vienen pero no son fijos. Por ejemplo podar yo no lo podría hacer sola, me eternizaría", explica.
Agricultora en Instagram
Además de continuar con la tradición familiar, Irene busca también reivindicar el trabajo de los agricultores, que es esencial para la sociedad. Como mujer del siglo XXI, emplea para ello las redes sociales, en las que sube imágenes del paraje en el que vive y muestra la evolución de sus cultivos.
"Decidí abrir mi perfil en Instagram y Twitter porque me daba cuenta de que cuando decía que era agricultora la gente no sabía muy bien qué es lo que hacía cuando iba a trabajar. Creo que hay mucha falta de conciencia de que detrás de los alimentos que compramos en el supermercado hay un agricultor que se deja la piel por producirlo".
"Intento trasmitir que detrás de esos alimentos hay una persona. Al final todo lo que consumimos tiene un impacto social y medioambiental. Creo que a las personas que les guste la naturaleza les gustará saber que hay un agricultor detrás que se preocupa de cuidar el entorno, la tierra y de hacer unas buenas prácticas por el medioambiente".
Pero, como ocurre siempre en las redes sociales, no todo es lo que parece. Por mucho que Irene disfrute de la naturaleza, también considera que se "idealiza" y "al final no todo es las fotos bonitas que pongo en las redes sociales".
"Es verdad que sí que tienes una calidad de vida de estar al aire libre y encontrarte con la naturaleza, pero luego hay días muy duros. Por ejemplo cuando se te rompe una herramienta tus planes no avanzan. Si tienes prisa por hacer algo y se te rompe el tractor y estás cuatro días en el taller, lo pasas mal. Yo creo que en ese sentido está un poco idealizado, esto no es coser y cantar".
Conocer las tierras y saber cuidarlas como debe ser es más difícil de lo que muchas veces puede parecer a primera vista y al final es cuestión de aprender "de la tradición familiar y la propia experiencia". "Realmente nadie te enseña, es complicado. Yo creo que si no has ido nunca al campo y no sabes lo que es... Incluso para mí ahora es difícil probar un cultivo que no conozco".
Por eso, avisa a aquellas personas de ciudad que se plantean regresar como ha hecho ella a las tierras de sus abuelos: "Hay que informarse muy bien y ser realmente conscientes de la dureza del campo".
"Yo enseño en mis redes sociales una parte bonita que es lo que a mí me gusta, pero detrás hay mucha planificación y mucho conocimiento. Parece que para el campo vale cualquiera y es precisamente lo contrario. Hay que saber de muchos temas, de cosas que te pasan que ni te las esperabas y tienes que saber gestionarlo...".
Sea como sea, Irene seguirá cultivando sus almendros y disfrutando de lo que supone trabajar en el campo, tanto lo bueno como lo malo. "Me encanta ir a trabajar y ver las ovejas, buitres, cómo unos pájaros hacen un nido en un almendro. Para mí eso es precioso".