Sin Samantha Jones no habrá sexo ni habrá Nueva York: la serie, que vuelve sin ella, nos deja huérfanos del gran icono, del verdadero mito antisistema que era su personaje allá a finales de los noventa, cuando las mujeres comenzaban a hablar de sexo pero no se contaba que lo hacían, no fueran a quedar de pelandruscas. Aquí nuestra amiga, que además era la mayor del grupo, había servido copas durante la adolescencia y era dueña de una empresa de Publicidad y Relaciones Públicas. Por lo demás, llevaba cosido en las chaquetas coloridas un mantra: “Mira, disfruta, que estamos aquí un rato”.
Todo lo que hizo siempre Samantha fue por y para divertirse, quitándole gravedad y drama a un mundo que ya sabemos absurdo y azaroso, lleno de dolor y de tropiezos -que se lo cuenten a ella, que hasta superó un cáncer de mama y se quitó la peluca frente a una sala llena, orgullosa-. Se enfrentó a una sociedad mojigata que siempre tenía en la punta de la lengua un “puta” para las mujeres que sacaban los pies del tiesto y que eran dueñas de su sexualidad.
En la ficción hemos conocido a muchos hombres promiscuos, descarados, seductores, embaucadores, independientes, incasables, galanes peligrosísimos como el filo de un hacha, pero andábamos faltos de un papel femenino que encarnase todo ese juego y, además, sin rastro de pudor, de vergüenza o de culpa religiosa.
Carrie era la periodista chic, la líder del grupo obsesionada por la moda; Charlotte era el conservadurismo y el amor romántico; Miranda era la ambición profesional y la razón, y Samantha… Samantha era lo que la vida necesita para ser vida: la vidilla. El hedonismo. El sentido lúdico de las cosas. La frescura. La respuesta satírica y perversa en el instante oportuno. La capacidad infinita de reírse de una misma y del resto. El no tomarse nunca nada demasiado en serio. El amor propio. La claridad dialéctica, la transparencia. La más procaz, la más arrolladora.
También era la más molesta, la que pisaba más callos, la que resultaba más extravagante y ofensiva para las mentalidades clásicas. Porque a comienzos del año dos mil empezaba a tolerarse que las mujeres asumieran puestos de responsabilidad, como Miranda, o que arrancaran a escribir, como Carrie, o que, por supuesto, centrasen su vida en su amor a la familia y los hijos, como Charlotte -esto era, básicamente, pasar por el aro; la novedad fue que Charlotte tuvo opciones para elegir y acabó manifestando que este era su verdadero deseo, sin estar guionizado por la tradición ni por el imperativo de la docilidad femenina-.
Mujer madura, chico joven
Pero lo que sí que no sentaba bien, lo que sí que no se pensaba asumir, es que una mujer de más de 40 años como Samantha pudiese ser sexy y además reivindicase su belleza y su sensualidad -¡fuera de las edades establecidas como deseables!-; que se acostase con quien quisiese y que no diese explicaciones a nadie; que estuviese con hombres mucho más mayores que ella o mucho más jóvenes -esto último fue especialmente punzante, ¡y sigue siéndolo!, que es lo triste: aún no cabe en la lógica machista que un efebo pueda preferir a una mujer madura frente a una chavalita-.
Rompió todos los moldes. Reventó esquemas. Demostró que el deseo sexual no era patrimonio de los hombres -tampoco el deseo sexual constante y exacerbado, como era su caso-. Encarnó a una mujer bella, poderosa, lujuriosa y exigente que, además, tenía su propio dinero y no necesitaba jugar con su capital sexual para pagarse ningún lujo porque ella podía financiárselos todos -aunque, coquetamente, se dejaba agasajar, al igual que agasajaba-.
Pasión lésbica
Además, era un antirromántica feroz, una de esas personas para las que el sexo y el amor son compartimentos aislados, para las que apenas existen vasos comunicantes entre esas dos facetas. Su único compromiso era con el placer: no tenía sexo compulsivamente porque estuviese buscando afecto ni porque necesitase ningún tipo de validación masculina. Lo anhelaba, única y exclusivamente, por su goce.
Amiga inseparable de la masturbación, del sexo anal, del oral, del trío, de las fantasías descacharrantes -con curas incluidos- y de la pasión lésbica. Lo vivió todo, Samantha, y nos dejó verlo y aprender de su curiosidad insaciable. Siempre armada con condones, cócteles y alegría ante cualquier nueva aventura, esta rubia letal apretó las tuercas del percal masculino haciendo lo que los hombres tradicionalmente habían hecho con las mujeres: instrumentalizarlas. Cosificarlas.
Antirromántica
Ella soñaba con hombres-objeto, los encontraba... y ellos estaban encantados, claro. Por fin sexo sin compromiso: llevaban toda una vida buscándolo. Aunque más de uno empezó a querer más y ella les cortó rápido las alas. También Samantha se pilló en alguna ocasión y se llevó chascos brutales -como la irrupción de un pene diminuto, que casi la traumatiza-: así son las cosas del querer, en Nueva York y en Cuenca, una caja de sorpresas.
Claro que el suyo era un feminismo incipiente, no desarrollado teóricamente ni perfeccionado, como ahora, con el peso y el paso de las décadas, pero las bases que sentó sin duda fueron rupturistas y disidentes, porque rechazaba el concepto de "matrimonio", porque no se dejaba llevar por la corriente dominante, porque tenía clarísimo que el amor hacia los otros empezaba siempre por el amor propio. Era una hembra carnal que tampoco se encuadraba en el arquetipo literario de la femme fatale, dado que ella adoraba a los hombres y veneraba sus atributos: jamás buscó hacerles sufrir ni humillarles, aunque en ocasiones acabase haciéndolo por su terca sinceridad.
Como amiga, era un despiporre de honestidad brutal: te ponía en tu sitio en menos que canta un gallo. Siempre traía anécdotas, secretos, enigmas vitales. Se preguntaba en voz alta continuamente por el erotismo y por el papel de la mujer sexual en el mundo. Era protectora con las suyas y una fiera con el resto. Aquí algunas de las mejores perlas que nos dejó Samantha:
1. "El país funciona mejor con un presidente guapo en la Casa Blanca. Mira lo que le pasó a Nixon: nadie quería follar con él y él acabó follándose a todo el país".
2. "Anoche no podía parar de pensar en comerme un Big Mac. Así que tuve que vestirme, salir y ligar con un tío".
3. "Se lo advertí, y él tuvo que enamorarse de mí... ¡hay que joderse!".
4. "Ella tendrá veinte años pero yo tengo veinte de experiencia: puedo matarla de un polvo si quiero".
5. "Tuve que sentarme en su cara para que se callara".
6. "Son tíos, no pueden evitarlo, se pelean, no saben hacer otra cosa... es toda esa testosterona... dios la bendiga".
7. "Si te tiras a alguien en mi sofá, me lo compras".
8. "Los hombres no tenéis ni idea de a lo que nos enfrentamos ahí abajo. Desplazamiento de dientes, estrés en la mandíbula, succión, arcadas, todo el rato subiendo y bajando la cabeza, gimiendo e intentando respirar por la nariz... ¿fácil? Chico: no lo llaman 'trabajito' por nada".
9. "¿Qué tal, chicas? Yo he visto dos pollas y he pillado éxtasis".
10. "Tienes mucho valor diciéndome que me depile. Si estuvieses en Aruba ya te habrían hecho trencitas en la espalda".
11. (A Carrie, en su cumpleaños): "Vamos, tienes que hacer las cosas bien. Tienes que coger a los 35 de las pelotas y decir: ¡Ey, tíos, tengo uno más!".
12. "Ninguna mujer, sea del color que sea, tiene derecho a decirme con quién puedo o no puedo follar".
13. "Tengo una cita con una persona muy baja. No me di cuenta de que era tan bajo. Sentado parecía perfectamente proporcionado, de pie apenas me llega a los pezones".
14. “No creo en el Partido Republicano ni en el Partido Demócrata. Solo creo en las fiestas”.
15. “En realidad, no creo en el matrimonio; en cambio, el bótox, eso funciona siempre”.
16. “Los gays entienden lo que es importante: ropa, accesorios y pollas”.
17. "La sensación de poder que te da practicar sexo oral es muy excitante. Puede que seas tú la que está arrodillada, pero le tienes cogido por las pelotas".
18. "Los buenos te joden, los malos te joden. Y el resto ni siquiera sabe cómo joderte".
19. "Prohibido fumar en los bares. ¿Qué será lo siguiente, prohibido follar en los bares?”.
20. "He terminado con mi gran amor; estoy de vuelta a los grandes amantes”.
21. "Nunca voy a encontrar mi orgasmo en esta ciudad (...) Se me han acabado oficialmente los hombres para follar. Tengo que casarme o mudarme".
22. "Te quiero, pero a mí me quiero más".
23. “Si el chico te va a dejar, no importa si te acuestas con él en la primera cita o esperas hasta la décima".
24. "El sexo con un ex puede ser deprimente. Si es bueno, te deprimirás porque es algo que ya no tienes en tu vida, y si es malo, simplemente te habrás acostado con un ex".
25. "Dile a un hombre que le odias y tendrás el mejor sexo de tu vida; dile que lo amas y no volverás a verlo".
26. “Tú estás pensando en ‘nosotros’… y su concepto de ‘nosotros’ es él y su pene".
27. "No entiendo cómo habéis sobrevivido a esto del amor. Es una mierda".
28. "No puedes salir con tu amigo con derecho a roce... ¿Vas a coger a la única persona de tu vida que está ahí solo para el sexo, sin sentimientos, y convertirlo en un ser humano? ¿Por qué?".
29. "Antes de bajarte de la rueda de la fortuna asegúrate de querer bajar, porque hay 22 mujeres alegres y despiadadas esperando subirse".
30. “En la vida hay dos tipos de hombres: los que te cogen de la mano y los que sólo quieren follarte".
31. "Tengo una cita con mi vibrador".
32. “Escuchadme: el tío perfecto es una ilusión. Empezad a vivir vuestras vidas".
33. “No entiendo por qué las mujeres están tan obsesionadas con casarse. Nosotras somos solteras y fantásticas".
34. "No voy a dejar que la sociedad me juzgue. Me vestiré como me dé la gana y se la chuparé a quien yo quiera mientras pueda seguir arrodillándome y respirar".
35. "Cielo, yo estoy contigo y alguien tiene que poner a esas zorras en su sitio".
36. “Tal y como somos en la cama, somos en la vida. Nunca he conocido a un hombre que fuese malo en la cama y bueno en la vida".
37. “Si me quedo insatisfecha una vez es culpa suya; si me quedo insatisfecha dos veces es culpa mía".
38. “Creo que tengo monogamia. ¡Me la habéis pegado!".
39. "Soy multisexual. Lo pruebo todo al menos una vez".
40. "Los hombres engañan por la misma razón por la que los perros se lamen… ¡porque pueden!".
41. (En la ginecóloga): -¿Cuántos compañeros sexuales ha tenido?
-(Silencio).
-¿Cuántos?
-Estoy pensando... (silencio). ¿Este año?