El feminismo (unido y sin apellidos que aparece tan pocas veces) ha conseguido un gran consenso, ahora, sobre la figura de Clara Campoamor, la mujer que fue clave para la aprobación del voto femenino el 1 de octubre de 1931 en la Constitución republicana y que convirtió a España en el primer país del oeste de Europa en permitir ejercer este derecho a las féminas.
Sin embargo, 90 años después, la historia sigue encumbrando a Clara Campoamor casi con la misma fuerza con la que se encarga de encerrar en la mazmorra, como la mala de la película, a una gran luchadora de los derechos de la mujer: Victoria Kent.
El motivo de esta mirada de reojo es el discurso de oposición que hizo en el Congreso de los Diputados contra la propuesta de Campoamor y en el que pedía retrasar la aprobación del voto femenino hasta que se consiguiera emancipar cultural y económicamente a las mujeres para que votaran en total libertad.
Claro que 'La Kent', como era conocida en todo Madrid, nunca dijo de sí misma que fuera feminista, sin embargo, se encargó de romper techos de cristal que, en aquella época, eran cárceles oscuras que impedían el desarrollo intelectual de las mujeres.
Ella las iluminó a golpe de tesón. Esta malagueña de origen humilde fue la primera mujer en conseguir la licenciatura de Derecho. Después le seguirían Clara Campoamor y otras. Aunque aprendió a leer y escribir con su madre, su familia, de concepción liberal, hizo un gran esfuerzo para enviarla a estudiar el bachillerato a Madrid.
Ella, la única chica de cinco hermanos, consiguió el hito de llegar sola a la capital para alojarse en la Residencia de Señoritas que había creado María de Maeztu, el lugar donde vivieron más mujeres célebres por metro cuadrado en la historia de España.
En 1920 ingresó en la Facultad de Derecho, pero tenía que cursar la carrera de manera no oficial. Tras cuatro años de esfuerzo, se licencia en 1924 y pide su entrada en el Colegio de Abogados de Madrid, siendo la primera mujer en hacerlo. La primera abogada de España también fue la primera en tener su propio bufete y la primera en actuar como abogada durante un consejo de guerra ante el Tribunal Supremo de Guerra y Marina.
Fue en 1930 y con el famoso caso del abogado republicano Álvaro de Albornoz, acusado de instigar la rebelión de Jaca. Su defensa dio la relevancia y notoriedad que se merecía Victoria Kent por su brillantez como abogada y oradora.
De hecho, un año después se convirtió en una de las tres primeras mujeres elegidas diputadas en el Congreso español, junto con Clara Campoamor y Margarita Nelken, en su caso, por el Partido Republicano Radical Socialista (PRRS).
Aunque la división de la izquierda y las diferentes corrientes que había en Europa sobre el sufragio femenino la colocaron en el papel de la mujer que votó contra las mujeres, su trabajo por la igualdad fue más allá de ese voto en los años que estuvo en el hemiciclo.
Reclamó que en esa misma Constitución republicana que reconocía el sufragio, se incluyera en el artículo 46 la equidad salarial entre hombres y mujeres, pero solo consiguió que se aprobara la regulación del trabajo femenino sin garantizar el mismo salario que los hombres. Se tardó muchos años en que ese logro fuera un derecho constitucional y se sigue peleando porque sea simplemente una realidad en el mercado laboral español.
Prisiones
El discurso que le ha supuesto las críticas del feminismo llamó la atención del presidente Alcalá Zamora que la invitó a convertirse, de nuevo, en la primera mujer directora general de Prisiones de España, y probablemente del mundo entero.
Se había empapado bien de la doctrina de otra pionera en este campo, Concepción Arenal, y estaba dispuesta a seguir su estela para concluir una revolucionaria reforma penitenciaria que apostaba por la reinserción social de los presos.
Sus decisiones fueron inéditas en España: eliminó cadenas y grilletes, mejoró la alimentación en prisión, estableció permisos de salida, visitas conyugales, talleres de trabajo y hasta el derecho a leer la prensa. "Fue la tarea más importante de mi vida", llegó a decir.
Cuentan de la malagueña que incluso mostró lo que muchos políticos no habían hecho en su vida: empatía. Y ponen como ejemplo una anécdota que llegó a narrarla hasta el propio Federico García Lorca: dos mujeres fueron a pedirle que dejara libre a su hermano una hora para darle el último beso a su madre moribunda. Victoria Kent removió cielo y tierra para conseguirlo poniendo su propia libertad como prenda. El preso volvió a la hora a prisión, tras dejarle a Kent un ramo de violetas en su casa y habiéndose despedido de su madre ya fallecida.
Pero Victoria Kent era una guerrera demasiado moderna para los hombres que la rodeaban. La iglesia criticó las visitas de las mujeres de los presos y se escandalizó cuando vio como perdía poder en las prisiones al sustituir a las monjas por funcionarios. La directora general de Prisiones tuvo que dimitir, ya no había sido reelegida diputada en 1933 y la Guerra Civil vino a terminar de alejarla de España, aunque sólo físicamente porque su única pasión era su país.
París, México... Nueva York
En París, primera parada de su huida, trabajó como secretaria de la Embajada donde ayudó a alojar a niños republicanos separados de sus familias. Fue acosada por la Gestapo y escribió, como Madame Duval, su único libro: Cuatro años en París.
Después llegó a México donde dio clase de Derecho Penal y siguió trabajando por crear un cuerpo de funcionariado de prisiones. Y en 1950, la ONU la fichó para el Área de Defensa Social, lo que hizo que se trasladara a Nueva York, la ciudad que acogió gran parte de su actividad social y laboral. Allí fundó junto a Salvador Madariaga la revista Iberia por la Libertad, aglutinador de un exilio lleno de enormes talentos.
Pudo regresar a España en 1977, con Franco ya muerto y cumpliendo su promesa: "Yo no tengo otra pasión que España, pero no regresaré mientras no exista una auténtica libertad de opinión y de asociación".
Diez años después, el 26 de septiembre de 1987, moría en Nueva York.