Shamsia Alizada es la hija de un humilde minero de la perseguida minoría hazara, pero eso no la ha impedido obtener la puntuación máxima entre más de 200.000 estudiantes en los exámenes de acceso a la universidad en Afganistán. Un logro que, en esta sociedad patriarcal, le ha convertido en una auténtica "estrella".
Desde que se anunció a finales de septiembre que esta joven de 18 años había obtenido la máxima nota nacional, con 353 de los 360 puntos posibles, su vida ha dado un vuelco. Políticos y organismos se la rifan como "símbolo" del progreso de las mujeres y "el nuevo rostro" de Afganistán.
Incluso la lista de medios de comunicación que esperan para interactuar con ella es propia de una estrella de cine y tiene que reorganizar su agenda una y otra vez por los eventos que le surgen.
"Están siendo días realmente ajetreados y tengo que rechazar o poner en espera decenas de invitaciones y entrevistas con los medios. Incluso rara vez puedo contestar las llamadas telefónicas, estoy recibiendo demasiadas estos días", reconoce a Efe Shamsia en una conversación que tuvo que posponer varias veces.
Pero antes de que llegara el "momento más feliz y radiante" de su vida, el camino recorrido por esta joven no fue fácil, con su familia luchando para llegar a final de mes en un país en el que el 39% de las niñas en edad escolar no estudian por problemas económicos, culturales y de seguridad, tras 40 años de guerra casi ininterrumpida.
Pobreza
"Siempre hemos tenido problemas financieros, así que he tratado de no ejercer más presión o carga sobre mi familia. Nunca tuve la oportunidad de tener un profesor particular o de estudiar en colegios de prestigio por sus altas cuotas", explica.
Su padre, Nasim Alizada, trabaja en una mina de carbón y gana menos de 200 dólares al mes, una cantidad que difícilmente satisface las necesidades de los cinco miembros de su familia, que viven en una pequeña casa de alquiler en el oeste de Kabul.
Esto convirtió a Shamsia en una experta en manejar con "gran efectividad" pequeñas sumas de dinero, por lo que pide que "las restricciones económicas nunca sean un motivo" para privar a alguien de educación.
"No te avergüences de ser pobre, avergüénzate del día en que tus hijos crezcan sin educación", sentencia, orgullosa de que pronto va a cumplir su sueño de estudiar en la Universidad de Medicina de Kabul, donde solo admiten a los mejores estudiantes del país.
De una minoría
Pero los obstáculos a los que se enfrenta la joven no son solo económicos. Shamsia es miembro de la minoría chií hazara, objetivo habitual de atentados terroristas con miles de víctimas, sobre todo del grupo yihadista Estado Islámico (EI), que los considera apóstatas.
En agosto de 2018 un terrorista cargado de explosivos se inmoló en el centro educativo hazara en Kabul en el que estudiaba Shamsia, que ese día se había quedado en casa.
La detonación, que causó 34 muertos y 56 heridos, tuvo lugar en el último piso del inmueble, donde se preparaba a estudiantes de instituto para sus exámenes de acceso a la universidad.
Por fortuna para la joven, tampoco le tocó vivir el régimen talibán entre 1996 y 2001, cuando las escuelas se vaciaron de niñas y se obligó a sus madres a permanecer recluidas en sus hogares.
Ahora, el 38% de los estudiantes en escuelas y el 28% en las universidades son mujeres, que ocupan también el 28% de los puestos públicos. Shamsia espera que esos logros se defiendan durante las conversaciones de paz entre el Gobierno y los talibanes que comenzaron el mes pasado en Doha.
Ahora, esos mismos líderes políticos y de la sociedad civil que deben defender los derechos de la mujer en Doha insisten en mostrarle su apoyo y felicitarla, lo que es un "honor y orgullo" para ella.
El presidente afgano, Ashraf Ghani, la felicitó en una declaración oficial, mientras que ministros o líderes de su comunidad la invitaron a eventos, mientras se fotografiaban con ella y compartían su imagen en sus redes sociales.
El sueño de Shamsia, además de convertirse en médico, es dedicarse a la política y todos esos encuentros los considera una oportunidad de ver "cómo se comportan" los políticos.
También en la calle la tratan como una celebridad: "La gente viene corriendo a hacer fotos cuando voy por la ciudad, quieren inmortalizarse conmigo", reconoce incrédula.