Nos gusta ser unas zorras, como cantaban Las Vulpes. Nos gusta ser unas zorras, por supuesto -y sigue chirriando la palabra entre los dientes-, si eso significa que estamos emancipándonos, que estamos rompiendo la norma y la imposición social que recae sobre las mujeres. La de la pulcritud. La sumisión. El decoro. La tibieza. Si ser una zorra es disparar al canon y desarrollar nuestra libertad sexual y emocional, nuestros derechos lúdicos: ¿por qué no? El problema es que la connotación viene con las tintas cargadas por los siglos de los siglos y amén.
“Cuando nos llaman ‘zorras’, nos llaman putas, guarras, promiscuas, frescas. A todas las mujeres, en algún momento de nuestra vida, nos han insultado así: porque hemos querido tener relaciones sexuales con la persona que queríamos o porque hemos sido ‘malas mujeres’”, cuenta la escritora, periodista y divulgadora especializada en sexualidad Noemí Casquet, que acaba de presentar una novela erótica que recibe este mismo bautizo, editada por Penguin Random House y primera de una trilogía-.
“En el título hay un mensaje, una intencionalidad, y es quitarle el poder a esas personas que nos lo han llamado. Tenemos que hacernos con la palabra y colocarla en un plano en el que no duela”, comenta. Enfoque hay en toda su obra, no sólo en el nombre: su trabajo narrativo se ha centrado en cambiar las tornas de la novela erótica, que “perpetúa roles o figuras que están caducas en un momento en el que estamos luchando tanto desde el feminismo”.
Ya saben ustedes: el best-sellerazo 50 sombras de Grey. “Esas mujeres inseguras, sumisas, o mujeres que buscan un perfil masculino para conocer su sexualidad, o para conocer el mundo. Ellos los empotradores intensos y nosotras las estrellitas de mar que nos enamoramos perdidamente de esa persona”. No. Ya basta. Ya fue.
Nueva novela erótica
Ella escribe sobre y para las mujeres que “quieren ser dueñas de su sexualidad”: “Me da igual que quieran hacer un trío, una orgía, tener una pareja monógama o no tener sexo, todo está bien, pero que lo elijan ellas mismas”, explica. En Zorras, tres amigas -Alicia, Diana y Emily- fundan un club sexual en el que cumplir todas sus fantasías pendientes. Son muy distintas entre sí. Alicia es la narradora, una chica de 26 años que trabaja como escritora fantasma, vive en un pueblo y lleva toda la vida con su novio Diego, hasta que estalla de aburrimiento, se lía la manta a la cabeza y se va a Madrid.
Allí conoce a las otras dos protagonistas, cada una de su padre y de su madre. Emily viene de EEUU y es camarera. Diana es una mujer racializada que pertenece a la clase alta, a una familia conservadora, y tiene muchos complejos por su cuerpo lleno de curvas. Ahí, en el fondo secreto de cada una, comienzan las historias. Las inseguridades, los deseos, los viajes, los intercambios de ideas y de intimidades.
No es sólo un relato de sexo: el sexo es la excusa para tratar el autoconocimiento, la masturbación, el amor propio, la amistad, los romances, los pequeños pánicos, las diferentes orientaciones, la identidad y las viejas y nuevas maneras de ser hombre. “Si alguien busca aquí el típico empresario rico que se lo paga todo a la chica, en esta primera novela no sale, pero sí se ve retratado a lo largo de la trilogía a modo de reivindicación para destripar ese tipo de masculinidad tóxica".
Continúa: "También hay hombres que traen ese falso optimismo de ‘sueña alto y lo conseguirás’: no, mira, te va a costar un cojón y medio. Hay hombres buenos, cariñosos, amorosos, a los que cuesta decirles adiós… intento retratar a hombres que se pongan el condón, porque es empoderante y sexy. Ellas también se ponen preservativos, que eso no sólo les compete a la persona que tiene pene”, apunta.
Hombres deconstruidos
“Hay masculinidades deconstruidas: uno de los personajes introduce a la protagonista en el BDSM con mucho amor y es muy despierto, muy consciente de la presión que sufren muchos hombres con la virilidad, con la imposición de dar placer con su falo, con no poder llorar, etc”, revela Noemí. Ojo, que igual que Casquet revisa la masculinidad, es capaz de revisar los excesos del feminismo. ¿Qué hay de las ‘badbitches’ que reproducen comportamientos masculinos, déspotas, o que utilizan a sus compañeros sexuales? ¿Cuánto hay de reproducir las toxicidades del hombre en una ‘femme fatale’?
“En esa rebelión contra la masculinidad rancia o cruel, a veces se perpetúan comportamientos que ellos cometían. Yo nunca lo he vivido, pero, por ejemplo, he escuchado historias de que va un chico a la casa de la chica, él le practique sexo oral y en cuanto acabe, ella lo eche. Como ha pasado históricamente al revés. Es horrible. No se pueden reproducir esas actitudes masculinas de las que estamos huyendo”, explica. “Eso no es empoderarse: podemos hacerlo a través de un equilibrio, jugando con lo llamado masculino y femenino. Y los hombres igual. ¿Por qué no se empoderan ellos a través de lo femenino? Aquí un jugador de fútbol se pinta las uñas y le linchan”.
“Y fíjate, es curioso: parece que socialmente se premia cuando una mujer se atribuye rasgos masculinos, porque lo masculino es lo que ‘está bien’. Como cuando va a una alfombra roja vestida de traje y todo el mundo dice ‘qué sexy’. Pero no pasa al contrario”, reflexiona. “Si un hombre se pone una falda o un vestido o va de rosa.. se le llama gay o maricón, porque lo femenino es algo que está a un nivel inferior”.
Tabúes sexuales
Noemí Casquet reivindica que “las empotradoras podemos ser nosotras” y que la gracia está en el juego, en los cambios de roles, en el “sexo compartido”. Salta sin pudor, en su novela, de tabú en tabú.
“Hablo de la bisexualidad masculina, que es un tema tabú en la sociedad, mucho más que la homosexualidad. O del poliamor, de las relaciones abiertas, que no estamos muy visibilizados en los colectivos y andamos apartaditos del movimiento de reivindicación. El tabú del orgasmo femenino, de la masturbación, de poder hacer con tu cuerpo lo que quieras. De que participar en una orgía no significa ‘todo vale’”.
Sobre la polémica trans
¿Qué opina la experta de la reyerta sangrienta entre el feminismo transinclusivo y el excluyente? “No soy partidaria de la exclusión. No podemos seguir expulsando a personas oprimidas cuando nosotras también llevamos oprimidas toda la vida, parece que no hemos aprendido nada. He escuchado los argumentos TERF y no los comparto. Es triste que parezca que de repente todas estamos enfadadas con todas, en este tema y también entre las prosex y abolicionistas”, reflexiona.
“El sistema patriarcal y capitalista es el problema, no las personas oprimidas por él. El feminismo aboga por la equidad y abraza muchos movimientos sociales y todos los géneros sin discriminación. Es este sistema el que nos oprime a todos en mayor o menor medida”.
Más allá del debate de la identidad y el género, ya en el plano sexual, ¿cree que si alguien decide no tener sexo con una persona transexual por sus genitales es transfobia? “Para mí es una prueba de cómo nos han educado a nivel sexual. Todo está genitalizado. Parece que lo demás no es importante. ¡Tenemos todo un cuerpo para sentir! ¿Cómo puede ser que te atraiga una persona por su cabeza y cuando llega el encuentro íntimo le rechaces por sus genitales?”, exclama.
“A mí me parece muy bien que no te gusten los penes. Pero si de repente has conectado con una mujer cuya apariencia es de mujer, ¿qué te importa, cuando vas a tener un encuentro íntimo, poner la boca de una forma u otra para practicarle sexo oral? Sí es transfobia, porque hay rechazo hacia esa persona, hay una discriminación. No nos tienen que gustar todas las personas, pero que esa sea la razón es síntoma de algo. Como si rechazamos a un hombre por tener el pene pequeño, o por ser una persona negra o gorda. Nos cuesta mucho señalarnos a nosotros mismos. Necesitamos más autocrítica. ¿Qué estamos haciendo para cambiar el juego? Casi nada”.