Hoy es, oficialmente, el último día de un curso escolar que ha sido rarísimo. Los niños dijeron adiós a sus compañeros hace tres meses y se ha acabado el mes de junio sin que vuelvan a saludarse ni siquiera con los codos. Todo casi online. Sin embargo, este mismo lunes, para muchos de estos pequeños será su primer día de campamento de verano, un salvavidas que les permitirá recuperar el contacto social (en grupos pequeños y con protección).
Y mi hijo ya me ha advertido de que no entiende nada. ¿Y quién entiende algo?, he estado a punto de contestar. "¿Por qué no puedo ir al cole un viernes y sí a un campamento el lunes?", insiste. Yo le he dicho que es cuestión de números y no le miento, porque lo que creo es que, al parecer, todo es cuestión de dinero.
Los organizadores de los campamentos de veranos llevan más de un mes creando planes B, C y hasta D para poder organizar esta alternativa para niños y jóvenes de la forma más segura posible en función de las decisiones que tomase el Gobierno. (Igualito que la escuela en Madrid).
Y el levantamiento de muchas de las restricciones este 21 de junio les ha venido bien para poder realizar de una manera más o menos normal, salvo por el número limitado de plazas, las actividades de casi todos los meses de verano: juegos, deporte, interacción, idiomas... Todo lo que no se podía hacer hasta ahora.
La casualidad ha hecho que la fecha mágica para abrir la puerta a la nueva normalidad coincida con el fin de curso por lo que se dan paradojas como que un viernes los niños cojan sus vacaciones escolares sin pisar el aula y el lunes puedan pisar un aula pero en un campamento de verano sufragado por los propios padres y madres.
Quizá ese sea un elemento que no se ha tenido en cuenta a la hora de evaluar el fracaso de la teleescuela pública: es uno de los pocos "trabajos" en toda España que no ha visto el ERTE ni asomándose por la esquina, por lo que no se han visto en la necesidad de agudizar la imaginación para seguir "vendiendo" sus servicios.
Por suerte en los campamentos de verano sí ha habido ideas (y en este caso digo por suerte para los dos, para los niños y para los mayores). De hecho, antes de saber que el nuevo mundo empezaba el 21 de junio, incluso había ya empresas que ofrecían sesiones online diarias en las que los niños iban a poder realizar actividades controladas y pautadas por un profesional a través de la pantalla. Eran clases de verano de mañana, de 9 a 13 horas, y prometían entretenimiento, educación y contacto con otros menores aunque fuera de forma telemática ¡Un campamento online de verdad! Una solución magnífica, muy imaginativa en los tiempos duros pero al que le sigue faltando el contacto social que piden a gritos los más pequeños.
Tampoco muchos entienden que después de casi cuatro meses sin poder jugar al fútbol o al baloncesto con su equipo federado, la única solución para poder volver a correr junto a sus compañeros resulta ser un campamento de verano que empieza este mismo lunes (tres días después de acabar oficialmente el curso deportivo) en las mismas instalaciones y con los mismos profesionales, aunque en grupos más reducidos, y sufragado por los propios padres y madres.
Las clases de inglés particulares que se estaban impartiendo por zoom, en el mejor de los casos, con actividades más lúdicas para hacer el encuentro de 45 minutos entre un niño y su pantalla algo divertido, se mudan ahora en un campamento de verano en el que, incluso, se pueden quedar los niños a comer en grupos más reducidos y sufragado por los padres y madres.
Los campamentos de verano van a convertir los meses de julio y agosto de los niños en unas verdaderas vacaciones aunque tengan que ir a una clase y no puedan salir de su ciudad pero, sobre todo, en una prueba real de que es posible que los pequeños tengan los mismos derechos que los adultos: reunirse con sus amigos, compartir experiencias, charlar, tomarse un bocadillo juntos, jugar al tenis, fútbol o baloncesto, reírse, tocarse los codos... pero eso sí, siempre que sea sufragado por los padres y madres.
Supongo que al final casi todo es cuestión de números y espero que le salgan los suyos a Isabel Díaz Ayuso (y al resto de presidentes autonómicos) para que el próximo septiembre pueda ser para estos pequeños como un campamento de verano, pero en sus colegios y con sus profesores, que eso también lo sufragamos los padres y madres (entre otros).