Laura Valle (42 años) ha dedicado toda su vida profesional a la investigación del cáncer, sobre todo a la predisposición genética a contraer la enfermedad. Los hallazagos de esta bióloga y bioquímica, que ha centrado su investigación en el cáncer de colon, han logrado grandes avances en el diagnóstico y el tratamiento de los pacientes y, en muchos casos, han llegado incluso a prevenir la enfermedad.
"Hay algunos individuos y familias, que tienen un mayor riesgo de padecer la enfermedad debido a determinadas alteraciones genéticas. Si se detecta una mutación en un miembro de la familia y se testa al resto, esto permite saber qué individuos son portadores de la mutación y hacerles un seguimiento más de cerca", cuenta. "Esto permite un diagnóstico precoz, y, en el caso del cáncer de colon, incluso prevenir la enfermedad, una vez que las lesiones previas, como los pólipos y los adenomas, se pueden eliminar en una colonoscopia y prevenir el tumor".
Además de los avances en la prevención y el diagnóstico, investigaciones como las de Laura Valle tienen un impacto también en el tratamiento: "Sabemos que muchos genes tienen consecuencia a nivel terapéutico, por lo que la identificación de estas mutaciones tiene también una aplicación clínica al nivel del tratamiento", cuenta.
Su trabajo ha sido reconocido con varios galardones, el último de ellos el premio a la mejor investigadora CIBERONC 2020 que concede cada año el Área de Cáncer del Centro de Investigación Biomédica en Red (CIBER). Esta distinción reconoce los méritos de mujeres científicas y para ello se consideran las cinco mejores publicaciones, tres proyectos liderados y la contribución a la investigación oncológica durante la última década.
"Ser investigador es un trabajo duro y muy competitivo, evaluado al mínimo detalle en todo momento. Tienes que haber tenido una carrera profesional impecable: publicaciones, proyectos... todo tiene que cuadrar bien porque si no, no recibes becas, no puedes desarrollar proyectos, no publicas… es como un circulo vicioso que requiere mucho trabajo”, explica Valle.
En su caso, la científica reconoce que el camino fue más directo de lo normal. "Yo me considero muy afortunada porque he conseguido hacerlo de una manera muy constante y desde muy joven pude crear mi grupo de investigación".
Tenía 30 años cuando ocurrió. Acababa de llegar de Estados Unidos donde había vivido dos años y medio mientras realizaba su estancia postdoctoral y se había especializado en genética del cáncer. Al volver empezó a trabajar en el Instituto Catalán de Oncología, en Barcelona, donde sigue a día de hoy.
Atrás quedaba un recorrido impecable. Nacida en Vitoria en 1978, Laura estudió su licenciatura en la Universidad de Navarra. Una vez terminada se fue a Madrid donde ingresó en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, antes de irse a Estados Unidos.
"Es un trabajo difícil porque no se ajusta a las ocho horas de un trabajo normal. Exige una implicación absoluta, siempre tienes que estar pendiente, al día de las últimas técnicas e investigaciones y seguir estudiando siempre. Y luego, en España, es muy difícil tener un contrato estable", señala.
Falta de recursos
La falta de recursos y la falta de inversión en la investigación en España hace que el camino de los investigadores sea tortuoso. "Lo que se hace en nuestro país con los recursos que tenemos, ya no es mérito, es un milagro. La investigación que se hace es muy buena, pero los recursos son muy reducidos”, denuncia.
La pandemia del coronavirus puso al descubierto las necesidades de invertir en ciencia y como la sociedad y los políticos habían descuidado una parte vital del país. "La investigación nunca se ha visto como una actividad económica productiva", lamenta. Laura espera que la crisis sanitaria vivida ayude a reubicar las prioridades y que, en la cima, se ponga la ciencia. "Es importante que la sociedad y los políticos se den cuenta de que la inversión en investigación e innovación es lo que define el desarrollo de un país".
A las exigencias del propio trabajo y la precariedad, cuando una es mujer, se le junta una más: el reto de ser madre sin perder el tren de la evolución en la carrera. "Es especialmente complicado. Porque la evaluación constante de la que hablaba antes no para en los meses de baja. Tú sigues estando en las mismas condiciones que tu compañero. En la siguiente convocatoria tienes que justificar que has seguido con tu trabajo, que has cumplido, y no se tiene en cuenta que hayas estado de baja por maternidad, tienes que seguir el mismo ritmo. Una vez que pierdes el hilo es muy difícil reengancharse", cuenta.
Laura tiene dos niñas, de 10 y 9 años. Para conseguir seguirle el paso a su carrera compartió su baja de maternidad con su marido, ingeniero industrial. "Al menos un mes de mi baja se la di a él. Como me quedé embarazada tan seguido, podría haber sido catastrófico a nivel profesional", cuenta. "Las mujeres nos echamos a la espalda todo y más y nos autoimponemos muchas cosas con nuestros hijos. Pero hay que saber relativizar. Es una etapa de la vida que se supera y se puede seguir adelante igualmente”.
Brecha de género
Laura consiguió mantener el ritmo con sacrificio personal y sin arrepentimientos ni culpas. "Nunca me he sentido culpable, siempre he tenido muy claro que no iba a dejar atrás mi carrera profesional por la maternidad. Mis hijas están muy orgullosas de mí, se lo dicen a sus compañeros y yo siempre he estado ahí para ellas", dice. Aunque a veces compaginar las dos facetas obligue a un esfuerzo extra. "Como levantarme a las seis de la mañana ahora, para tener tres horas de tranquilidad antes de que ellas se despierten y empiecen con el cole", cuenta.
Esta dificultad añadida ayuda a explicar la brecha de género que aún existe en las carreras científicas, en las que sólo un 35% de los estudiantes son mujeres. "Es algo cultural que nos impide dar ese salto y que es importante corregir, impulsar a las mujeres a apostar por la ciencia sin miedo, que tengan autoconfianza para saber que pueden hacer lo que se propongan”.
Una brecha de género que es real en las universidades pero que se agudiza aún más una vez analizada la evolución de la carrera, incluso en algunas carreras que tienen mayor porcentaje de chicas. "Esto es exagerado en investigación. Hay gráficos de lo que se llama el efecto tijera que muestran que en las bases de estudiantes, doctorados, postdoctorados, hay un porcentaje alto de mujeres y según se va avanzando cambia la curva por completo y se transforma. Ellos son los que asumen el liderazgo siempre".
Cambiar esta realidad exige un cambio de mentalidad que empieza en casa: "Hay muchas claves, no solo una, y una de las más importantes es la educación. A mis hijas lo que yo les inculco es que pueden hacer todo lo que se propongan, sin miedo y con seguridad”.