Si nos vamos años atrás —o incluso, actualmente— y nos imaginamos un patio del colegio, es posible que en nuestra mente los chicos estén jugando al fútbol, mientras las chicas están saltando a la comba, jugando a la rayuela o haciendo volteretas y piruetas.
Sin irnos tan lejos, si pensamos en disciplinas como la gimnasia rítmica o deportes como el yoga, el primer género que va a sobresalir es el femenino, quizás porque es lo que llevan consumiendo hace años o porque, simplemente, es lo que les apetece hacer.
Hoy en día no hay deportes para chicas, ni deportes para chicos. Pero sí hay ejercicios que prefieren unos u otros. Esta diferencia de preferencias ha hecho que los hombres y mujeres desarrollen más unas disciplinas que otras.
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Dentro de estas especialidades, una que destaca en las mujeres es la flexibilidad. La capacidad para realizar movimientos de gran amplitud y conseguir adaptar a los músculos mediante su alargamiento a distintos grados de movimiento articular.
Resulta que ha habido diferentes estudios que han comparado la flexibilidad de ambos sexos, demostrando que las mujeres son más flexibles que los hombres en promedio.
Más específicamente, ha sido la flexibilidad de la cadera el foco de la mayoría de los estudios comparativos de las diferencias sexuales en cuanto a capacidad de elasticidad.
Muchos de los movimientos que realizan las mujeres con facilidad, son difíciles de realizar para los hombres. Sin irnos muy lejos, el simple hecho de sentarnos con las piernas cruzadas, muchos de ellos reconocen que les cuesta o, cuando vemos que un hombre se sienta de esa forma, es porque lleva haciéndolo un tiempo considerado y su cuerpo se ha acostumbrado.
Todos sabemos que los cuerpos están diseñados de forma diferente. Los hombres biológicamente tienen los huesos más grandes. Y aunque tiene sus ventajas, también podemos encontrar algunos inconvenientes.
El cuerpo de una mujer está diseñado para estirarse durante el parto, naturalmente tienen las caderas más anchas y grandes, lo que hace que sea más accesible a los movimientos y a las divisiones.
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Y tal y como pasa con otros muchos aspectos, como el parpadeo o el llanto de las mujeres, en la flexibilidad también entran en juego las hormonas, que desempeñan papeles fundamentales en el tamaño y la elasticidad de los músculos.
La diferencia hormonal entre hombres y mujeres es la testosterona y el estrógeno. La primera es crucial para la fuerza, la masa muscular, y el crecimiento del vello facial y corporal.
Y la segunda, en su defecto, es la responsable del crecimiento de los pechos o del ciclo menstrual, pero también es la que mantiene la masa muscular bajo control, haciéndolas más ligeras y flexibles.
Lo más sorprendente de todo es que la flexibilidad de la mujer es aún mayor durante el periodo de embarazo, dado que las hormonas segregadas en esta etapa aflojan los tejidos conectivos en los músculos.
La flexibilidad durante el embarazo
Han sido diversos estudios los que han demostrado que una mujer embarazada es más flexible que un hombre. Esto se debe gracias a una hormona en concreto: la relaxina.
La misma hormona destinada a hacer tu parto más fácil también hace que tu cuerpo se haga más 'débil' a la hora de padecer lesiones como un esguince.
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Esto se debe a que la relaxina hace a la mujer mucho más flexible, relaja los ligamentos del cuerpo, sobre todo los de la pelvis, para que en el momento del embarazo, el bebé pueda moverse y bajar por el canal de parto con más facilidad cuando llegue el momento.
Esta flexibilidad puede llegar a suponer un problema, puesto que puede resultar en una mayor prevalencia de contracturas, sobre todo en la zona lumbar, pélvica y de las rodillas.
En resumen, esta hormona interviene en la síntesis de colágeno, de forma que los ligamentos del cuerpo se vuelven más elásticos, pero de igual manera, puede desencadenar dolores corporales.