No. El tercer lunes de enero no es el día más triste del año. La ciencia ha desmontado el mito social creado en torno al blue monday; una tesis que se sostenía en una supuesta ecuación en la que entraban en juego factores como el frío, las deudas, los cobros o la estabilización laboral tras la vuelta de las vacaciones.
Pero que no exista esa supuesta fórmula matemática no quiere decir que el primer mes del nuevo año sea fácil debido a estas cuestiones. ¿Cómo afrontar entonces ese desafío cíclico? Belén Ramírez, autora del libro Fórmula On: diseña tu plan de activación energético para rendir más y mejor y coach de ejecutivos, ofrece algunas respuestas: “La clave es hacer un plan de acción que esté enfocado a acciones reales y no propósitos idílicos”, explica a EL ESPAÑOL de Málaga. s
Esta hoja de ruta ha de partir de la sinceridad con uno mismo; es decir, ser plenamente consciente de qué cosas podemos hacer (porque dependen de nosotros) y cuáles no: “Tienen que ser concretas, aterrizadas y materializables”, subraya.
Así, es mejor rechazar proyectos faraónicos, como ir al gimnasio “seis veces por semanas” cuando no hay tiempo material para ello, y plantear únicamente dos o tres sesiones: “La adherencia a un plan de acción viene dado por la posibilidad de poder cumplirlo. Si empezamos a fallar, lo vamos dejando, y eso desmotiva, llevándonos a la frustración. Por el contrario, ir logrando objetivos ayuda a ir a más”, explica esta malagueña.
La lujuria, pecado capital
No hace falta estar de vacaciones para notar un cambio de ritmo durante las Navidades. Las jornadas suelen ser más tranquilas, con horarios concentrados e incluso jornadas reducidas. Volver a recuperar la rutina supone un “impacto negativo” en la planificación a la que nos habíamos acostumbrado.
Por eso, otra de las herramientas para gestionar este cambio pasa por aportar ilusión hacia el otro: “Poner la mejor cara pensando en el servicio a los hijos, pareja, clientes… No podemos olvidar que ellos también tienen su propio plan”.
Puede sonar poco convincente en un primer momento, pero la propia ciencia ha demostrado la eficiencia de esta actitud. Fue en 2008 cuando la investigadora Elizabeth Dunn, junto a otros académicos, publicó el artículo que lleva por título Gastar dinero en otros promueve la felicidad. Esta prueba experimental sirvió para demostrar que se producen mayores niveles de felicidad cuando una cantidad de dinero se invierte en otros en vez de en uno mismo.
Lo mismo sucede con un décimo de lotería premiado o con un aumento de sueldo: esa alegría solo se produce durante el tiempo que tardas en cubrir unas necesidades mínimas, como tapar agujetas o solventar alguna deuda de índole económico: “Se ha demostrado que en una media de dos años, los niveles vuelven a estar igual que antes”, afirma.
Así, se produce la paradoja de la felicidad “hedonista”, que a la postre no deja de ser un “subidón” o sensación de placer” tras conseguir algo material centrado en uno mismo: “Al final, el atasco va a ser el mismo en un Porsche Cayenne que en un Fiat. En el primero vas a estar más cómodo, pero no vas a ser más feliz”, expone Ramírez, quien defiende las inversiones en “experiencias” frente a ofertas materiales.
“Son mucho más duraderas”, abunda. No obstante, advierte del riesgo de confusión que se produce con la sobreexposición de las redes sociales: “No debemos equivocarnos; lo que nos da felicidad es el viaje en sí, no subir la foto a Instagram; esto último, lo que hace es empoderar el ego”, argumenta.
La pereza, otro mal
El cambio de ritmo también se nota en la descomposición de la rutina. Durante estas semanas, resulta difícil encontrar un hueco para hacer deporte. Por eso, Belén Ramírez insiste en lo importante que es volver a comer bien, en cantidades más justas, para generar energía y poder hacer deporte: “Son hábitos de recargar que nos sacan de la pereza”.
Todo ello sin olvidar la higiene del sueño: “La luz azul de las pantallas inhibe la secreción de melatonina, clave en este proceso reparador, por lo que es recomendable dejar el móvil dos horas antes de ir a dormir”, añade. Este plan va a permitir que, en dos o tres semanas, uno vuelva a encontrarse en un statu quo de normalidad.