La calle La Bohème de Málaga es una gran jungla de naves industriales. En esta enorme avenida de edificios gigantescos, basta con llamar a una puerta para encontrar un taller o un almacén, principales usos a los que se destinan estas instalaciones. Pero si se empieza a recorrer las aceras buscando el número 21, pronto se oirán algunos compases musicales. Luego, el sonido será más nítido y entrarán en escena algunas instrucciones dadas a viva voz: “¡A la izquierda! ¡Sube la mano a la izquierda!”. Cuando se haya avanzado lo suficiente como para situarse en la puerta principal, el transeunte se dará cuenta de que este bullicio procede de Spaceblock, uno de los seis rocódromos indoor que hay en la capital.

Este espacio cuenta con más de 400 m2 de boulder y 40 vías para escalar. Solo en la tarde del viernes hay más de 70 personas tratando de conseguir el mismo objetivo: superarse a sí mismos para llegar a lo más alto… Sin caer al suelo. ¿Qué tiene este deporte para haberse convertido en algo tan adictivo para los aficionados?

La respuesta a esta pregunta la tienen Sonia y David, dos trabajadores de la sala y expertos en la disciplina. “Es muy meditativo porque te permite estar presente contigo de una manera muy real”, explica la primera de las profesionales. La atención que uno tiene que destinar a clavar los movimientos impide pensar en nada que no sean las presas. Todo ello mientras estás pendiente a no caerte y con el estómago “lleno de mariposas”. 

Este efecto se genera por la liberación de “adrenalina” que se produce cuando la posibilidad de fallar es real. “Las generaciones más antiguas consideran los rocódromos como un entrenamiento; el paso previo antes de ir a la montaña. Ahora se ha convertido casi en una disciplina por méritos propios. Es mucho más rápido y haces cinco veces más ejercicio que al aire libre porque no paras”, subraya David. 

La escalada tiene presente el viejo lema latino mens sana in corpore sano: “Necesitas usar un montón de músculos, pero también usar el cerebro mientras resuelves los problemas que te vas encontrando, igual que si fuera un puzle”, detalla. No obstante, pese a lo que pueda pensar mucha gente, el físico no es “tan determinante”: “Algunos vienen incluso con sobrepeso y escalan sin problemas. Igual pasa con la edad”, insiste. 

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Pablo, otro de los monitores del roco, añade que aunque parezca ser necesario “estar muy fuerte”, la clave está en “saber hacer las cosas”: “Los bloques tienen su propia ruta y solo se puede hacer así. Si apoyas el talón en vez de la punta, no te da el ángulo y acaba siendo imposible”, describe.

El riesgo y el dinero

Aunque el riesgo de lesión está presente, coinciden en que el porcentaje de daño es mayor en el fútbol, por señalar un ejemplo, que en la escalada: “Lo que ocurre en bloques son torceduras de tobillo, pero lesiones graves es muy difícil que haya”, añade David. Por eso, todo aquel que vaya a practicar a Spaceblock, lo primero que hace es firmar el seguro de responsabilidad. A partir de ahí, le explican el equipamiento, las normas de seguridad y el funcionamiento básico para que puedan disfrutar respetando a los demás. 

Lo primordial es saber que mientras uno está escalando, no se puede poner debajo. Aunque las vías tienen un sistema autoasegurador que te retiene al caer, es importante tener espacio libre para descender sin riesgo. 

¿Qué hay del dinero? Igual que en todos los deportes, “depende”. La tarifa básica de este espacio es de 17 euros, que incluye la entrada y el alquiler de los pies de gato (zapatillas) y arnés. De ahí, en adelante.

Conseguido el equipamiento, toca hacer ejercicio y elegir la opción que prefieras. La modalidad boulder (rocas de poca altura, con trazados verticales y horizontales y sin protección artificial) se compagina con las vías: muros verticales, desplomadas y fisuras. En total, 10 metros de altura con diferentes diámetros para practicar escalada clásica. Además, explican que cada mes se renuevan las ‘rutas’, cambiando por completo la experiencia. 

De hecho, David es una de las personas encargadas de esa función. Su experiencia laboral en cinco rocódromos le ha permitido “aumentar la creatividad como diseñador”, montando los caminos mientras combina el ingenio, la dificultad y el realismo. 

Rubén confiesa que la prótesis que tiene en la pierna izquierda no le limita para hacer este deporte.

‘Enganchados’ a la escalada

Esa tarde se encuentra en el rocódromo Rubén. Ha llegado a la vez que el periodista de EL ESPAÑOL de Málaga, por lo que en el momento de la entrevista está en la planta superior calentando en una suerte de gimnasio. Media docena de jóvenes están haciendo lo mismo; sin embargo, hay en él un elemento distintivo: tiene por pierna izquierda una prótesis.

En conversación con este periódico cuenta que perdió la extremidad a los catorce años, en un accidente, pero que en absoluto le priva de disfrutar de su pasión, el parkour: “Empecé hace 10 años practicándolo y a partir de ahí he llegado a la escalada. Habré venido 15 veces”. 

Aunque es uno de los “nuevos” dentro del gremio, su destreza subiendo por la pared se puede apreciar a simple vista. Se cae, se levanta y vuelve a intentarlo hasta rozar con los dedos la cima de la roca. “Si estoy haciendo una ruta en la que necesito las dos piernas, me dejo la prótesis; pero si no lo necesito, me la quito, así aligero peso. Juego con ventaja”, dice mientras ríe. 

Rubén explica que la adicción a este deporte está en desarrollar la mente para “descubrir” los senderos: “Vas aumentando tu visión, puliendo estrategias y logrando hacerlo de una forma menos lesiva y sin cansarte”, asegura. 

Abel Roldán lleva un año viniendo tres o cuatro veces por semana. Su relación con la escalada es la propia de un amor destinado a entenderse. Tuvo la oportunidad de conocerla en profundidad hace tiempo, pero una lesión le privó de conseguirlo. Desde que es socio de Spaceblock, la asistencia es semanal. No falla a su cita. 

Destaca lo rápida que es la curva de aprendizaje durante los primeros meses, algo que permite ir adquiriendo confianza y seguridad en los movimientos (aunque luego progresar es más difícil). “Lo mejor que tiene es la desconexión mental; cuando entras aquí te olvidas de lo que hay fuera. Del mismo modo, el sentido de comunidad es enorme porque la gente comparte los consejos sin conocerte de nada”, comenta.

Ruta conseguida.

Él mismo es el ejemplo de esta última afirmación. Durante varios minutos detalla uno a uno los tipos de agarre que hay, la forma de las presas, la utilidad de las herramientas y la mejor ruta posible para cada una de las vías que conforman el espacio. La clase exprés tiene detalles curiosos, como que hay piezas de 4 milímetros en el hangboard, que algunos cazos solo permiten meter un dedo y que en este deporte también hace falta entrenar los tendones de la mano. 

Entre las decenas de personas que hay, llama la atención un chico joven. Viste un pantalón morado, el pelo recogido en una coletilla, se llama Lucas y tiene 16 años. Se mueve con agilidad, sin miedo a la gravedad. “Empecé hace un año. Decidí venir porque mi hermano estaba aquí. Aquella primera vez se me dio fatal, pero me encantó”, relata. 

Tanta es la fascinación que sintió, que su forma de entender la vida cambió por completo: “Antes me pasaba el día triste, pero recuerdo una tarde en la que me puse a escuchar una conversación de gente, a la que no conocía de nada, hablando de escalada. Me hizo tan feliz que se lo conté a mi psicóloga. Desde entonces, mi mundo está rodeado de gente de aquí”, cuenta con una sonrisa. 

Durante el día, su menté está en el rocódromo. Es casi una obsesión. Pero quizá, solo es la emoción que se siente al ser libre: “No dependes de nadie”, finaliza. Tras pronunciar la frase, da un salto y comienza a subir una de las paredes; se queda pegado en las presas igual que Spiderman, aunque con las manos repletas de magnesio y no de telarañas. Va danzando de color en color, retando a la fuerza del núcleo terrestre para demostrar que lo imposible es solo una opinión más. La vida desde las alturas está repleta de emoción. 

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