Era primera hora de la mañana de un día de mayo del recién estrenado siglo XXI. Me encuentro en los pasillos del hospital y veo a una madre muy conocida por nosotros en el servicio de Pediatría. Me acerco y veo que la acompaña su marido y que ambos muestran una cara de enorme preocupación. Les pregunto cómo están y que qué tal están sus hijos. Y me responden que la segunda de sus hijas, Marta, está ingresada en la UVI.
A la niña la conocía desde que nació. En el momento en que ocurre este incidente la menor tiene 12 años. Los padres me explican los detalles y me cuentan que la noche anterior, cuando daban un paseo, pasaron delante de un restaurante del que salía un fuerte olor a fritura de gambas. Justo en ese momento, la pequeña, de forma brusca, empezó a tener una gran dificultad respiratoria.
Les pregunto si dados los antecedentes de la menor no tenían a mano la adrenalina para pinchársela. Me cuentan que llevaba tiempo bien, con problemas alérgicos, pero no tan severos como cuando era más pequeña. Durante toda la noche los pediatras han intentado estabilizarla y me informan de que tiene una forma grave de alergia, el edema angioneurótico. Pese a ello, la niña mejora de su estado.
Desde el día de su nacimiento, Marta ha sido objeto de una importante vigilancia, analizando todo lo que podía conseguir aminorar la fuerte carga genética que hubiera heredado de sus familiares directos. Su madre pudo darle mucho tiempo de lactancia materna. Sin embargo, el segundo día de tomar un biberón de lecha adaptada, ya con las primeras gotas que le cayeron por la cara, se le produjo una inflamación que mostraba los puntos donde habían caído esas gotas de leche.
Este diagnóstico, que estaba claro como alergia a proteínas de leche de vaca, se corroboró con los correspondientes datos analíticos. Ya sus padres habían tenido que cuidar con mucho esmero una piel muy, muy suave, muy blanca y con facilidad para aparecer zonas enrojecidas al mínimo contacto (dermografismo). A esta niña tan guapa y tan rubia, ya la habían diagnosticado de piel atópica, consecuencia de su tendencia alérgica.
Sus primeros años estuvieron marcados por los continuos intentos por evitar situaciones alérgicas, casi huyendo de las alfombras, los peluches, la ventilación profunda de la casa, animales de pelo y pluma, colchones y almohadas especiales... Y la aparición de cuadros de bronquitis de repetición. Este camino se ha denominado en pediatría la marcha atópica o alérgica y se repite incansablemente en multitud de niños y de familias.
Gracias a la evitación de las situaciones de alergia y a la moderna farmacología de medicación inhalada (aerosoles), todos estos cuadros se fueron superando. Sí le quedó facilidad para la tos, los ojos enrojecidos y la mucosidad clara en la nariz, así como las "salvas de estornudos por las mañanas" en diversas épocas del año.
Todo había ido mejorando y una cierta tranquilidad se había instalado en la familia. Sin embargo, la "marca alérgica" está siempre presente y cuando menos se lo esperaban, en un agradable paseo en familia, la crisis alérgica hizo su aparición.
Ánimos y felicitaciones enormes a todas las familias que viven este día a día y a los profesionales que les acompañan en este angosto camino. En el siglo XX la alergia se ha plantado como un gran problema. Queda mucho por avanzar en este siglo XXI, en el que son cada vez más las soluciones que están llegando. Estamos seguros de que las soluciones definitivas llegaran en los próximos años.