La votación de la reforma laboral ha sido todo un espectáculo de luz y de color. ¡Ay, mama, la que han liado!
La música y la letra de las canciones (que cada vez son más difíciles de entender) nos han revelado que a una parte de sus señorías les importa poco el fondo de las leyes que rigen nuestro día a día y que sería bueno, puesto que les pagamos para ello, que en su elaboración, debate, tuneo y votación le pusieran cabeza y corazón.
La anécdota del fallo del señor de Trujillo en la votación telemática es lo de menos; la informática y el despiste humanizan. Lo grave fue el tinglado que se montó en el legislativo en un asunto vinculado a la recuperación económica y al entendimiento sano entre empresarios y trabajadores.
Si los contratos temporales ahora serán fijos discontinuos o si el convenio volverá a tener protagonismo era lo de menos en un epílogo inesperado. Una oportunidad perdida para la gran votación. El factor sorpresa corrió a cargo del grupo navarro, que se marcó un perreo bueno: "El mundo está loco con este party / Si tengo un problema, no es monetary".
El presidente y las ministras de Economía y Trabajo, al saber el resultado, cogidos de la mano saltaban de alegría. Estuvieron más cerca de la OTI que de Eurovisión.
Los diputados y las diputadas dejaron sus partes al aire; da más miedo su comportamiento que sus tetas, dónde va a parar. Nos contaron en su festival que los aparatos sí que deben dar miedo y que hay que obedecer. Otra cosa es el programa. ¿Qué programa? El electoral, niño. Y el divorcio del público (sindicatos y patronal) y los de la tele, a la sazón elegidos por el pueblo en listas cerradas, está servido. "Yo siempre primera, nunca secondary". En el pecado va la penitencia, señora. Menos mal que todavía nos queda el festival de San Remo.