La mañana del 30 de mayo de 1999 amaneció con la fachada del Diario Sur vestida de blanquiazul. Una bandera con los colores del Málaga CF cubría toda la pared que daba al vetusto por aquel entonces estadio de La Rosaleda. Algo muy gordo se iba a cocer allí dentro a lo largo de aquella mañana.
No había papel en las taquillas. El sol y el calor, mucho, no se lo querían perder. Y el Albacete de Julián Rubio era el invitado necesario para aquella fiesta que se había venido fraguando desde que el equipo dirigido por Joaquín Peiró agarró el liderato de Segunda División de la mano de Rafa, Bravo, Roteta, Larrainzar, Valcárcel, Movilla, Sandro, Agostinho, Rufete, Edgar, Catanha, De los Santos, Basti, Ruano, Zárate, Quino, Brahim, …
Faltaban cuatro jornadas para que finalizara la liga. Hubo un adelanto siete días antes, a 750 kilómetros de la capital de la Costa del Sol. Mil corazones malaguistas, repartidos en veinte autobuses, enfilaron la carretera de Soria para vérselas contra el Numancia. Antes, tenía que perder el Sevilla su partido en Las Gaunas contra el Logroñés para que el Málaga tuviese posibilidades matemáticas de ascender.
Pero el Sevilla ganó, y ganó justo a la hora que iban a arrancar los autobuses desde la Avenida de Martiricos. Nadie dio un paso atrás. El hermanamiento, desde que los malaguistas se bajaron del autobús, quedará para siempre con la afición soriana, con aquella imagen del césped de Los Pajaritos lleno de camisetas, banderas y bufandas y del Málaga y del Numancia. Muchas prendas rojillas se volvieron en el viaje para Málaga.
No pudo ser en Soria, pero sí podía ser en La Rosaleda, delante de una afición que no hacía mucho tiempo había visto a su equipo desaparecer y tener que renacer desde Tercera División. El Málaga estaba a un paso de volver a la élite.
Rafa; Bravo, Larrainzar, Roteta, Valcárcel; Rufete, Movilla, Sandro, Agostinho; Edgar y Catanha, comandados por un sabio como Peiró, eran los héroes sin capa que aquella mañana de mayo tenían encomendada una misión.
Pero a los 16 segundos de que Undiano Mallenco pitara el inicio del partido la alegría se torció. Bravo, capitán del barco que había sacado al Málaga de las catacumbas, se durmió en los laureles y Luque llegó por detrás para robarle la cartera y hacer trizas el guión que estaba previsto.
Alguien que estaba escribiendo la historia en aquel momento no quería tener un borrón de semejante calibre. Y Bravo, que había vestido el 3 del Málaga en Tercera, en Segunda B y en Segunda, quería ponerse la blanquiazul también en Primera. Agarró la pelota para quitársela a sus compañeros en una falta al borde del área y la colocó donde toda La Rosaleda había imaginado. Ni la estirada de Julio Iglesias ni nadie podía detener aquella pelota que puso cuesta abajo no solo el partido, si no una jornada de domingo inolvidable.
A partir de ahí, la sinfonía dirigida por Peiró, que le había dado la batuta a Sandro, el genio de la isla de La Galleta, empezó a sonar y antes del descanso ya ganaba 3-1 con goles de Edgar y Agostinho. El ascenso estaba en la buchaca y solo había que esperar que se jugara la segunda mitad.
Un gol del Chabo Díaz metió la inquietud en el cuerpo pero nadie podía parar aquella caldera que era La Rosaleda.
Con esos tres puntos el Málaga se ponía en los 75, inalcanzable para sus perseguidores excepto para el Atlético de Madrid B, bestia negra de aquella temporada y segundo clasificado. Pero fuera de la pelea por el ascenso al ser filial. Los números colocaban al Málaga, ahora CF antes CD, nueve años después, desaparición de por medio, en Primera División.
Fernando Puche, presidente que lideró el proyecto, dijo al principio de la temporada que Segunda División era una maratón con 42 kilómetros y había que llegar a la meta. A su Málaga le sobraron tres.
Un césped ocupado centímetro a centímetro y la imagen icónica de Joaquín Peiró por los aires, manteado por los suyos, eran el grito de una ciudad que le decía al fútbol español que había vuelto, que ya estaba ahí otra vez. Que la “flor de la Costa del Sol” volvería a codearse con los grandes del balompié patrio.
La tarde de aquel domingo fue una exhibición de malaguismo en toda la ciudad. No cabía, literalmente, un alfiler por los lugares que recorrió el autobús con los jugadores del Málaga. Tanto, que el presidente Fernando Puche amenazó con no salir a celebrar al día siguiente, cuando estaban previstas las visitas a las instituciones, si no se mejoraban las medidas de seguridad. Málaga era un clamor.
El que firma, acompañado de su guía en el malaguismo, su Maestro don José Morales, cuando acabó el partido cumplió la tradición y se fue al bar La Roca a esperar que se aliviara el tráfico y se tomó una tapa de paella y otra de jibias en salsa, que supieron mejor que nunca.
Y tú, ¿dónde estabas aquella mañana de la que hoy, 30 de mayo, se cumplen 23 años?