La afición forma parte del espectáculo. De hecho, es el espectáculo en sí. Un padre que acompaña a su hijo por vez primera al estadio. Una pareja que sella el regreso a casa con un beso. Un abuelo con su nieto cogidos de la mano. O dos amigos que hacía diecisiete largos meses que no compartían su pasión por unos colores juntos. Eso fue el regreso de la afición a La Rosaleda. Eso fue la vuelta del fútbol a donde nunca debió de salir.
Posiblemente haya 6.519 historias que contar de la vuelta del fútbol a Martiricos. Una por cada aficionado que acudió al estadio para ver el Málaga-Mirandés de la primera jornada de la Liga 21-21 en Segunda. Pero la pasión se unió de nuevo para hacer un efecto coral. La afición volvió a ser el jugador número 12. Vibró con la puesta en escena malaguista y sufrió con los últimos minutos del partido, celebrando el empate como si fuera una victoria.
Porque eso es el malaguismo, vivir una montaña rusa de emociones. Tan pronto estás en la cima como que has caído al suelo. Esa lección ya venía aprendida de casa. Y no fue difícil recuperarla del armario de sensaciones. En cualquier caso, fue un gustazo para cada uno de los malaguistas volver a su casa, al templo de La Rosaleda.
Arrancó el partido con algo de desconcierto. Y es que las aglomeraciones en las entradas por las restricciones Covid-19 generaron algunos momentos de tensión y retraso. Y eso que sólo podía acudir al estadio el 25% del aforo. No se llenó ese límite, pero los casi 7.000 blanquiazules empujaron y animaron como si fueran el doble o el triple.
Una vez ya dentro fue como montar en bicicleta. Y es que hay cosas que nunca se olvidan. Y animar es una de ellas. Los primeros aplausos, inmortalizar el regreso al campo y los vítores propios de La Rosaleda. Kevin puso de pie en más de una ocasión al respetable. Pero lo más celebrado del día fue el no gol de Hassam en el descuento. Un día, pese a todo, para no olvidar.
Honores de campeón
Hubo también tiempo para celebrar y vitorear a un malagueño y malaguista como Damián Quintero. El flamante subcampeón olímpico recibió el cariño de la afición justo antes de arrancar el partido ante el Mirandés. El karateka ofreció la medalla de plata conquistada en los Juegos Olímpicos de Tokio a la afición. Un momento emotivo que sirvió para encumbrar una de las figuras de nuestro deporte y que siempre ha mostrado su amor por los colores blanquiazules.