El 17 de diciembre de 1870, en pleno Sexenio Revolucionario, el Teatro Cervantes de Málaga abría sus puertas. Un siglo y medio después podría parecer que Málaga siempre tuvo su escenario trabajando a pleno rendimiento, pero estos 150 años han dado para mucho dolor y mucha gloria. Cine, ópera, música, teatro, el Festival de Cine en español y, en este 2020, la gala de los Premios Max.
El Cervantes se inaugura porque Málaga se había quedado entonces sin espacio escénico. Unos años antes el Teatro de la Libertad, también conocido como Príncipe Alfonso, fue pasto de las llamas. La ciudad bullía y mantenía una cierta pujanza económica y desarrollista en el último tercio del XIX.
La ciudad de nacimiento de Cánovas del Castillo, que por aquellos años desarrollaba su carrera política en Madrid, necesitaba un espacio en el que la cultura fluyese. Y así fue como un grupo de burgueses y nobles malagueños, capitaneados por Antonio Oliver Navarro, puso en marcha un proyecto que aún hoy sigue en pie, a pesar del paso de los años y el maltrato a la cultura que se sufrió durante buena parte del siglo XX.
La ciudad encontró en Gerónimo Cuervo al arquitecto que necesitaba. Málaga crecía, pero como ciudad de aluvión lo hacía sin apenas sentido de la urbanización ni un estilo claro. Cuervo dotó de personalidad al Cervantes, igual que lo hizo con el colegio de los Jesuitas, la iglesia neogótica de San Pablo, la Abadía del Císter o la clínica del doctor Gálvez, edificios que, junto con el Cervantes, mantienen viva la memoria de aquella ciudad industrial. Cuervo idea un teatro de gran capacidad. En su primera época, el Cervantes podía acoger a casi 2.500 personas en una ciudad de apenas 100.000 habitantes.
Se abrió el telón por primera vez y sonó Guillermo Tell, la ópera de Rossini. Sonaron los violonchelos del preludio y la trompetería del final de la obertura. La potente melodía de las aventuras del arquero supuso un nuevo tiempo para la cultura en una ciudad que un siglo después casi echa abajo su referente.
Y es que el Cervantes, a pesar de ser catalogado en 1872 como Monumento Histórico Artístico por parte del Ministerio de Cultura, estuvo a punto de ser demolido. El paso de los años y la dejadez de la sociedad civil local dejó en el olvido al corazón cultural de Málaga. Cumplió cien años sumido en el olvido más absoluto y sin visos de recuperar su actividad principal.
La recuperación
La iniciativa privada que dio vida al teatro fue la misma que dejó que sus raíces se pudrieran hasta casi hacerlo morir. El siglo XX supuso para el Cervantes una agonía que casi termina resultando en un solar. El teatro se convierte en cine y apenas se sostiene por un bar y algunas proyecciones y representaciones folclóricas. Entre Spencer Tracy y Gracia de Triana, entre cine americano y flamenco, el teatro se mantiene con un hilo de vida.
Pasan décadas de maltrato hasta que en el Ayuntamiento de Málaga se sienta el primer alcalde socialista de la democracia. El médico madrileño Pedro Aparicio comienza su primer mandato en 1979. Profesor de universidad, Aparicio insufla a Málaga un hálito de cultura de calidad que en décadas anteriores había desaparecido.
En 1984 Aparicio y su concejal de Cultura, Curro Flores, cierran una operación que supone la resurrección cultural del Teatro Cervantes. El Ayuntamiento adquiere la propiedad del edificio y pone en marcha una profunda obra de restauración y remodelación que devuelve al Cervantes la gloria que nunca debió perder.
El ‘nuevo’ teatro destaca por un aforo mucho más limitado, apenas 1.200 butacas, pero recupera su esplendor. El tradicional granate de los asientos de los grandes teatros deja su lugar en Málaga a un azul propio. Tanto que personajes de la cultura como Carlos Álvarez se refieren a él como el Teatro Azul.
La operación de Aparicio fue vital para que el Teatro Cervantes sea hoy el espacio escénico de mayor calidad de la ciudad que, además de servir como escenario para óperas o teatro, se convierte en uno de los más vivos: galas benéficas, pregones y conciertos de Semana Santa o la fase final del Carnaval son algunos de los eventos que ayudan a que el público sea ecléctico y cambiante.
Su arquitectura
Aunque el espacio exterior mantiene una planta sencilla y ligeramente clasicista, es el interior lo que hace especial al Teatro Miguel de Cervantes de Málaga. Al citado color azul de las butacas, se le suman tres alturas con palcos y plateas. Estudio Seguí fue el encargado de volver a dar al Cervantes su nuevo esplendor en los años 80.
La planta, en forma de herradura, tiene su origen en los grandes teatros italianos coetáneos. Uno de los elementos más llamativos es la estructura de madera de la cubierta del edificio y su caja escénica. Fue en aquella amplia remodelación en la que el estudio de Seguí redistribuyó las butacas para convertirlo en un espacio moderno -en cuanto a medidas de seguridad- a la par de mantener el sabor original decimonónico.
La reinauguración del Teatro Cervantes se celebró el 6 de abril de 1987 y fue presidida por la Reina Sofía. Entonces, 117 años después, se abría a la ciudad un monumento para vivir, un espacio para desarrollar la cultura y un centro que iba más allá de los conocidos hasta la época. Desde entonces, festivales como el Terral, el de cine en español, el de jazz o el de teatro, jalonan la programación junto a óperas, zarzuelas y otros eventos que deciden tener al Cervantes como escenario.
El teatro se ha convertido en el niño bonito del Ayuntamiento y sus apuestas por la cultura. En los últimos años, su gerente, José Antonio Vigar, ha desarrollado grandes mejoras que se unen a las que gerentes anteriores han realizado: la caja acústica para los conciertos, la inclusión de una estructura hidráulica para el escenario y una constante conservación.
Honor a las Bellas Artes
A la par que Gerónimo Cuervo, otros artistas desarrollaron su trabajo en los años de construcción del Cervantes. El caso más relevante es el del pintor costumbrista Bernardo Ferrándiz. El artista valenciano se afincó en Málaga y creó uno de los elementos diferenciales del Teatro Cervantes, su decoración. Especialmente el techo y el telón de boca.
La pintura de la techumbre es una oda a las Bellas Artes. Ferrándiz, que aparece autorretratado como Mefistófeles, presenta a Málaga como la ciudad que vivió: próspera, comercial y en pleno desarrollo. La agricultura, la industrial, la pesca o su orografía especial permitieron al autor expresar una idílica representación del paisaje. La figura de las Bellas Artes, como un monumento clásico, está rodeada de elementos que cuentan la historia de una Málaga excepcional.
Por otro lado, el pintor valenciano fue también el encargado de decorar el telón de boca. Durante décadas estuvo muy mal conservado hasta que en 2017 la Fundación Málaga y el Ayuntamiento financiaron su recuperación. La restauración se realizó a la vista de los curiosos que quisieron visitar el proceso. Se realizó en el Patio de Banderas del Ayuntamiento.
La recuperación de ese telón recuperó la imagen más original del Cervantes, con un diálogo entre las obras de Ferrándiz que esconden un lenguaje común que presenta a Málaga como una suerte de parnaso bien dotado en lo cultural y lo económico. Aquella ciudad próspera del XIX que quiso contarle al mundo que la cultura era importante y que hoy, 150 años después, celebra la vida.