40 años del incendio de Alcalá 20: Rufino, bombero retirado, vuelve al lugar donde murieron 81 personas
La madrugada del 17 de diciembre de 1983 hubo una gran tragedia en la discoteca de moda. Rufino Hernández la vivió en primera persona.
17 diciembre, 2023 02:44Aquella noche hacía frío. Era otoño, casi invierno. La capital estaba sumida en la ola de La Movida, la explosión cultural de un Madrid recién salido del oscuro tradicionalismo de la dictadura. Y uno de los lugares donde se cocía esa movida era la discoteca Alcalá 20. Pero nadie podía imaginar que la madrugada del 17 de diciembre de 1983 morirían 81 personas en la discoteca de moda.
Tampoco se lo podía imaginar Rufino Hernández Jorge, bombero de la villa. Aquella noche le tocaba guardia en el antiguo parque de la calle Imperial. Y sonó la alarma. Vaya si sonó. A las 4:45 de la madrugada se declaró el incendio en pleno centro de Madrid, en lo que hoy es la sala Cocó, donde se celebra la fiesta Mondo Disko, lugar de referencia del techno madrileño.
40 años después de la tragedia, este bombero jubilado accede a volver al lugar del suceso con Madrid Total. El cielo ha querido que esta cita coincida con el día más lluvioso en Madrid en un siglo. A sus 81 años, Rufino recuerda con pelos y señales lo que vivió aquella fatídica noche. 40 años después, vuelve a un lugar grabado a fuego -nunca mejor dicho- en su memoria.
Aquella noche sonaron alarmas en varios parques de bomberos de Madrid. "Vinieron bomberos del parque primero, del parque segundo, del tercero. Vinieron varios porque era fuerte el siniestro", recuerda el exbombero. "El humo inundaba todo. Había personas que salían por la escalera pisando a otros caídos. Era tremendo".
La sala, igual que hoy, está compuesta por dos niveles subterráneos. En la planta superior está la pista de baile, los baños, el ropero, es decir, la discoteca en sí. La inferior no estaba abierta al público.
El fuego se inició por un cortocircuito. Una chispa llegó a una cortina y la prendió. De ahí, el fuego pasó a los materiales empleados en la decoración del local. Algo similar a lo que ocurrió en la pizzería de Manuel Becerra en abril de este año.
—¿Cuál fue su primera función una vez llegó al lugar?
—Entrar al salvamento, sobre todo. Las llamas no eran ya grandes. Era más por la temperatura que había. Era inmensa. Ten en cuenta que se fundieron hasta las botellas del ácido de la cerveza de la barra. La temperatura era tremenda, entonces abrasaba a la gente. Más que quemados, eran horneados.
Así pues, Rufino y sus compañeros se afanaron en labores de rescate en medio de una nube de humo negro, casi sin luz y con cuerpos sin vida por doquier. "Cogías a algunos que estaban moribundos y los sacabas a la escalera. Así era. Acabas a uno y volvías a entrar a por otro".
Una vez sofocado el fuego, el lugar donde más cadáveres se encontraron fue la puerta del ropero. "Dan la alarma y la gente, en vez de huir, trata de coger sus abrigos. Y eso fue su muerte".
—En el momento en que uno entra en un sitio así. ¿Cómo se distingue a alguien que está intoxicado y desmayado de un muerto?
—Por el movimiento. Más que nada por el movimiento. Porque no puedes pararte a mirar si esa persona respira o no respira. Tienes que ver si hay movimiento, si tiene movimiento, hay que sacarlo rápido.
"Sacamos a bastantes, que estaban intoxicados o medio intoxicados. Lo que pasaba es que algunos que estaban bien querían bajar a por sus amigos. Y tenías que decirles que no, que era la muerte segura. Le dijimos a la Policía que no dejara bajar a nadie. La escalera era un tiro de chimenea".
Los que optaron por las salidas de emergencia se toparon en su mayoría con puertas clausuradas que no les permitieron huir. Solo una funcionaba, y daba a un vestíbulo situado en la calle de Alcalá, pero tuvieron que saltar una verja para acceder a un portal. Y, en vez de intentar salir a la calle, subían y subían. Y el humo negro, con ellos. Alguno, con tal de no morir asfixiado, se precipitó al vacío. Y murió de otra forma.
—¿Tuvo algún tipo de secuela después de esto? ¿Le marcó psicológicamente o ya había aprendido a tomar distancia?
—No, uno tiene ya, digamos, cierta experiencia y no. Pero sí, te acuerdas mucho de los momentos. Recuerdas constantemente lo que has vivido con algunas personas. Pero al final tienes tanto movimiento que no llegas a tener secuelas.
Todo esto ocurrió en noche cerrada, bajo el frío de diciembre de 1983. "Estuvimos unas cuatro horas hasta que pudimos evacuar a todos y sacar los cadáveres". Era vox populi, que en Alcalá 20 se pasaban el aforo por el Arco del Triunfo, y había mucha más gente de la permitida.
El periódico del día siguiente
A la mañana siguiente, Madrid amaneció conmocionada. Algunos padres, oyendo la noticia en la radio, corrieron a ver si sus hijos estaban en la cama, porque sabían que salían a esa sala. Muchos respiraron aliviados. Otros muchos, no.
Durante el día se fue actualizando la cifra de muertos. La incertidumbre era total. Para la mañana del 18, los nombres de casi todos los fallecidos aparecieron en los periódicos. Y más de uno se echó las manos a la cabeza, por reconocer el nombre de un primo, vecino, amigo o compañero de colegio. Aquellas navidades fueron muy amargas en la capital.
En apenas tres semanas, Madrid tuvo que lidiar con dos accidentes aéreos -Rufino también estuvo en uno de ellos- y otro en la estación de Metro de Menéndez Pelayo. La ciudadanía se indignó con la gestión del alcalde socialista Enrique Tierno Galván, el viejo profesor.
Dos años después, durante la instrucción del caso, Tierno Galván declaró ante el juez que el Ayuntamiento no tenía facultades de inspección cuando se produjo el incendio de la discoteca, tal y como consta en la hemeroteca de El País.
Terminada la instrucción, el juicio no comenzó hasta finales de 1993, 10 años después de la tragedia. La Audiencia Provincial de Madrid condenó a cuatro dueños del local (Emilio Urdiales, Pedro Rascón, Doroteo Martín y Carlos Mendoz), al electricista (Miguel Gabaldón) y al funcionario encargado de inspeccionar el local (Guillermo Herranz).
Todos ellos fueron condenados a dos años de cárcel por un delito de imprudencia temeraria con resultado de muerte, lesiones y daños. La sentencia fue recurrida ante el Tribunal Supremo, que la ratificó casi en su totalidad. Únicamente rebajó la pena de Guillermo Herranz, el funcionario. Pasó de delito a falta.
Asimismo, se fijaron unas indemnizaciones cercanas a los 2.000 millones de pesetas, declarando al Estado como responsable civil subsidiario. Ningún cargo político asumió responsabilidades por el asunto, ya que el entonces concejal imputado del Ayuntamiento de Madrid, Emilio García Horcajo, fue absuelto. Los que lo pagaron más caro fueron los 81 y sus familias.