
Bandera de la UE
Hace pocos días, los gobiernos europeos reaccionaron con indignación al descubrir que la nueva Casa Blanca los consideraba "Patéticos y gorrones".
Resulta intrigante la selección de adjetivos usados para calificar a nuestro "viejo continente".
La elección de "patéticos" y "gorrones" revela, entre otras cosas, una lectura distinta psicológica del espacio y el tiempo.
Para un estadounidense, el conjunto de Europa - con sus 27 estados – abarca una dimensión geográfica similar a la de su país. Por eso, a sus ojos, las tensiones entre naciones europeas tienen una dimensión equivalente de lo que en España sería una pugna entre el estado y alguna de sus 52 provincias.
A pesar de que Estados Unidos y Europa comparten el mismo origen cultural judeo-cristiano e idiomático, Estados Unidos, fundado en 1774, ha transformado radicalmente su realidad en apenas 250 años.
Para un estadounidense, el conjunto de Europa - con sus 27 estados – abarca una dimensión geográfica similar a la de su país
En un intervalo histórico brevísimo, han logrado expandir, moldear y reconfigurar un territorio continental, construyendo una identidad nacional capaz de digerir diferencias - tanto europeas como de otros continentes - integrar culturas y proyectar una narrativa de futuro.
La percepción temporal y el valor del tiempo son distintas en cada lado del Atlántico. Un quinquenio representa para un estadounidense una ventana de oportunidad proporcionalmente más significativa que para un europeo, acostumbrado a métricas milenarias.
En “poco” tiempo, los EEUU han vivido un proceso de rápida metamorfosis y han generado un carácter nacional basado en la velocidad de respuesta y la capacidad de reinvención, valores prácticamente opuestos a la rigidez europea.
Los 50 estados que componen EEUU representan un espacio continuo y expansivo donde las diferencias internas son apenas un matiz, mientras que para Europa cada frontera es una cicatriz histórica, un límite denso de significados.
Con esta perspectiva, en la batalla global por la IA, EEUU busca - con torpeza, incluso brutalidad “fascista” y determinación - minimizar trabas burocráticas y acelerar cambios potencialmente positivos.
Los 50 estados que componen EEUU representan un espacio continuo y expansivo donde las diferencias internas son apenas un matiz
A Estados Unidos le resulta incomprensible nuestra parsimonia y falta de competitividad, especialmente ante el evidente desfase entre sus logros y los nuestros.
Su sentido de superioridad se refuerza al observar cómo la cancelación del apoyo armamentístico a Ucrania genera interminables debates entre gobiernos europeos, incapaces de acordar una estrategia de seguridad común con agilidad; cuando los europeos agradecieron en el 2022 recibir el refuerzo militar de EEUU para ayudar a proteger sus fronteras ante Rusia; y, por lo tanto, la fuerza militar disuasoria fue considerada positiva.
El viejo continente actúa como tal: obsesionado con preservar cada resquicio de su excepcional estado de bienestar, olvidando que los datos socioeconómicos apuntan hacia un posible colapso del modelo. Para no quebrar un orden que le beneficia, ni sacudir una calidad de vida que disfruta; el europeo medio resulta temeroso, tiende a sentirse más fácilmente abrumado y vive con reticencia las transformaciones profundas.
Curiosamente, tanto europeos como estadounidenses comparten un rasgo: la vanidad. Mientras los estadounidenses se creen excepcionales por su dinamismo, los europeos se sienten superiores por su sofisticación cultural.
Para poner a ambas culturas “frente a frente”, conviene pensar que los pueblos son como sus danzas; dada la correlación entre los estilos de danza y los comportamientos sociales.
Las danzas europeas, con movimientos comedidos, ponen a los bailarines a coquetear entre el “sí y el no”, con una coreografía refinada, en las que las tensiones y fricciones son sutiles. Nuestras danzas contrastan con los bailes americanos, como el rock & roll o el tango, más intensos, juveniles y arriesgados. Este contraste simbólico ilustra nuestra tendencia a la moderación.
Como europeos, nos refugiamos en una dialéctica de prudencia. Nuestra respuesta ante las oportunidades suele ser predecible y tibia, menos orientada a la acción corajuda y arriesgada.
"Patéticos y gorrones": conformistas moderados que evalúan las oportunidades desde la barrera, temerosos de perder lo conseguido, y pueden agradecen la ayuda cuando está alineada con sus líneas moderadas de discurso patriótico, y no tiene un coste flagrante para ellos.
Recordemos el consejo de Abraham Lincoln: “ante las oportunidades hay que saltar como ante los insultos”. Una lección estadounidense que nos ayudaría a ser no solo más viejos, sino también – aunque sea moderadamente - más sabios.