El miércoles pasado pasó por Madrid Johan Norberg. Autor sueco de un ramillete de libros, alguno de los cuales ha sido traducido a más de veinte idiomas, Norberg vino para presentar el más reciente, El Manifiesto Capitalista. Por qué el libre mercado global salvará al mundo, editado por Deusto. Es el tercer manifiesto que me leo. El primero fue el comunista, de Marx y Engels. El segundo fue el agorista New Libertarian Manifesto, de Sam Konkin. Ninguno de los dos me convenció. Pero, en ambos casos, entendí la pertinencia de ellos como declaración de principios y reivindicaciones en un mundo en el que la corriente mayoritaria no compartía su visión.
Johan Norberg, historiador de las ideas, ya alcanzó un notable éxito con su En defensa del capitalismo global (Alianza Editorial, 2009) y con el documental Globalisation is good (2006), en el que recorría países como Taiwán, Vietnam y Kenia promoviendo ideas sobre el capitalismo global e intentando demostrar por qué el movimiento antiglobalización estaba equivocado. ¿Por qué es necesario un manifiesto en defensa del capitalismo? ¿Está el sistema capitalista amenazado?
Probablemente. Y gran parte de ese rechazo se debe a que no hay una definición clara de qué es y cuáles son sus bases. De manera que es muy fácil dibujarlo como te convenga y atribuirle todos los males.
También sucede que, dado que vivimos en sistemas mixtos, es decir, mercados intervenidos, o “socialismo de mercado”, nos resulta fácil atribuir los buenos y malos resultados a lo que nos convenga, dependiendo de nuestra tendencia. Es decir, si China es una potencia económica, no es por estar gobernado por el partido comunista sino por haber permitido un poco más de libertad, por haber abierto un poco más sus mercados y por imitar algunos aspectos de las economías capitalistas.
Si el mercado de la vivienda en Madrid es un completo desastre, no es tanto porque el juego de oferta y demanda no funcione, sino porque hay regulaciones que distorsionan las expectativas y los incentivos de los participantes en el mercado.
Hay regulaciones que distorsionan las expectativas y los incentivos de los participantes en el mercado
Johan Norberg es un entusiasta optimista liberal. Pocas personas como él se expresan con tanta claridad y llegan a tanta gente. Detrás de esa brillante sencillez, su mensaje encierra una gran profundidad. Norberg, sin hacerlo explícito, pero atendiendo a su diagnóstico de lo que sucede con la tan denostada globalización, entiende la sociedad y la economía como un sistema complejo en el que, a medida que el caos es mayor, es mucho más necesario agarrarse al orden espontáneo y menos a la planificación. También es consciente de que esa idea es completamente anti-intuitiva.
¿Por qué no es tan popular la narrativa capitalista como la intervencionista? Porque una es nutrida por la confianza y la otra por el miedo. Y vende más el miedo. Llevamos unos cinco o diez años con una incertidumbre acelerada que desconocíamos.
De repente, la alfombra bajo nuestros pies no para de moverse y la economía se resiente. Es difícil, en esas circunstancias, no buscar algo a lo que agarrarte, algo que aporte sensación de control. Porque, la realidad es que no podemos controlar del todo sin llevar la economía a la ruina.
En los tiempos que corren, sé que esa afirmación requiere matices. No estoy predicando que no haya normas que protejan a los individuos de fraudes o abusos. Lo que digo es que la incertidumbre no se combate con un plan, ni con nada. Existe y no desaparece. Simplemente se sobrelleva de la mejor manera.
Por ejemplo, de la misma forma que uno cuida el cuerpo, mantiene una alimentación no tóxica, trata de hacer ejercicio, de mantener los músculos tonificados, para que, si la vida te trae una enfermedad, que es algo que no se puede controlar, te encuentre en las mejores condiciones, y puedas superarla de la mejor forma posible, así también hay que actuar con la economía. Hay que mantener las buenas costumbres, como mantener a raya el déficit público, abrir barreras comerciales, promover la creación de riqueza, no penalizar el ahorro, la inversión, la innovación.
La realidad es que no podemos controlar del todo sin llevar la economía a la ruina
De esa forma, cuando llegue una situación imprevisible, nuestra economía estará más preparada para afrontarla. No hay más que observar los datos de cómo los diferentes países de la Unión Europea asimilaron y superaron la crisis del 2007, o la producida por la pandemia.
Si, como gestores políticos, actuamos como si supiéramos qué necesitan consumidores y empresarios y planificamos, controlamos, penalizamos o subvencionamos en función de lo que creemos que es bueno, lo único que conseguimos es destrozar las expectativas e incentivos de la población, de las familias, de los empresarios, de los jóvenes, de los mayores, es decir, de todos. Por una razón muy sencilla. La realidad es que no sabemos qué necesitan los demás, y ellos sí.
Johan Norberg no dirige su mirada solamente a la izquierda. Sino que es muy consciente de que hay una derecha nacionalista, intervencionista, que mira la globalización como el pecado del siglo XXI.
¿De dónde viene el optimismo de Norberg? De los datos. De las cifras que nos dicen que se ha reducido la población mundial en riesgo de pobreza extrema, que constatan que las medidas del bienestar (salud, calidad de los alimentos, longevidad, educación…) a nivel global han mejorado. Eso no quiere decir que todo esté hecho. Hay que permitir que los países menos favorecidos también progresen, como hemos hecho nosotros, en función de sus circunstancias, culturas y a su ritmo.
Solamente un matiz en el subtítulo. ¿Es necesario salvar al mundo? ¿Está el mundo en peligro de desaparecer? No lo creo. No necesitamos salvadores. Más bien creo que hay que ayudar a la sociedad a confiar en el proceso, aprender a vivir siendo conscientes de la incertidumbre, pero sin miedo. Sin tanto miedo.