Uno de los rasgos característicos de este Gobierno, de sus señas de identidad es su política de solidaridad internacional. Sus sucesivas medidas en materia fiscal, regulatoria, institucional etc. etc. etc. están induciendo una deslocalización del capital doméstico hacia otros lugares con un ambiente más atractivo para la actividad productiva e incentivando la localización del antes procedente exterior en otros países. De esta forma, la coalición social comunista contribuye a la prosperidad de los demás aunque eso sea a costa de la propia, lo que constituye un juego de suma negativa para España y positivo para otros.
En Portugal, por ejemplo, van a poner una estatua al Dr. Sánchez. Su actuación en el ámbito de la economía ha sido agua bendita para el país hermano, lugar de exilio fiscal, empresarial y profesional para un buen número de ciudadanos españoles. Sin duda, su generosidad como la de Perón antaño hacia el Caudillo se ha visto fomentada por estar el Gabinete portugués en manos de correligionarios del Líder Supremo Patrio aunque a su lado parezcan discípulos de Milton Friedman; por cierto con extraordinarios resultados para la economía lusa.
Pero España no sólo expulsa de manera directa e indirecta capital financiero, sino también humano. Desde el final de la pandemia se ha intensificado la emigración de ciudadanos españoles hacia otros parajes en búsqueda de oportunidades que no encuentran ni tienen expectativas de encontrar en la Vieja Piel de Toro. En un reciente informe del BBVA, a partir de datos del INE, se cifra en más de 1,2 millones el número de compatriotas que ha optado por salir de aquella entre 2019 y 2022 y, curiosamente, esa dinámica no sólo no se ha reducido, sino se ha agudizado a raíz de la supuesta recuperación de la economía española.
En Portugal, por ejemplo, van a poner una estatua al Dr. Sánchez. Su actuación en el ámbito de la economía ha sido agua bendita para el país hermano, lugar de exilio fiscal, empresarial y profesional para un buen número de ciudadanos españoles.
Y, como es lógico y previsible, quienes se van son en su mayoría las personas en edad de trabajar y, sobre todo, quienes tienen más de 25 años. Los individuos ubicados en ese segmento de la población son aquellos que tienen una vida laboral más larga. Su emigración supone una disminución de un factor de producción básico para la economía española y, más, en un contexto de acelerado envejecimiento del país, lo que se traduce en una reducción del potencial de crecimiento de la economía nacional. Pero la situación reviste mayor preocupación si se tiene en cuenta la dotación de capital humano de quienes huyen de España.
El grueso de la emigración española está compuesto por individuos con estudios superiores o secundarios, esto es la parte del mercado laboral con un nivel de formación más elevado y, por tanto, con tasas potenciales de productividad MÁS altas. Esta fuga de trabajo cualificado es algo de extraordinaria gravedad porque se produce en medio o, mejor, en los inicios de una revolución económico-tecnológica en la cual la calidad del capital humano es una variable, por no decir la variable que determina la prosperidad de un país en el horizonte del medio y del largo plazo. Es el origen y la causa fundamental de la riqueza de las naciones en estos tiempos y en los venideros.
El grueso de la emigración española está compuesto por individuos con estudios superiores o secundarios.
Pero esto no son sólo palabras. En el citado trabajo del BBVA Research se realizado una estimación del coste que ha supuesto hasta la fecha la pérdida de capital humano. Desde 2019 a 2022, esa cifra se situaría en unos 470.000 millones de euros y sólo en 2022 ascendería a 154,8 mil millones de euros. Esto supone una sangría brutal de riqueza para el país y resulta muy inquietante. La inversión realizada en formar a nuestros jóvenes no sólo no revierte en el país, sino que contribuye a generar riqueza y bienestar en otros.
Si en el franquismo exportábamos por regla general mano de obra poco cualificada, en el modelo neofranquista del actual Gobierno se es aún más generoso. Se incentiva la marcha hacia el exterior de lo mejor de su tejido productivo y, también, de los individuos, en promedio, con mayor juicio crítico e independencia de criterio; esto es, aquellos a quienes cabe calificar en términos sociales y económicos con ese término tan ofensivo para el igualitarismo ramplón y cutre: élites. El Gobierno social comunista, no las fuerzas desatadas del capitalismo salvaje, está produciendo en España una progresiva proletarización de la fuerza laboral que, eso sí, es muy dependiente de las subvenciones estatales para mantener un nivel de vida básico.
Ante esta realidad, resultan bastante cómicas las proclamas gubernamentales acerca del éxito en su programa para recuperar el talento emigrado. No sólo no se está materializando esa propaganda, sino se está agudizando la tendencia contraria. Los jóvenes cualificados en una proporción inédita huyen del paraíso social comunista en vías de construcción y lo hacen no con un atillo a la espalda sino con sus titulaciones superiores o sus certificados de educación secundaria en la mochila. Estos desarrollarán su vida profesional y, casi seguro, personal en los estados huéspedes y, eso sí, vendrán de vacaciones a España porque “aquí se vive como en ningún sitio”.
La fuga de cerebros experimentada por España es una pésima noticia para su presente pero, sobre todo, para su futuro.