Yo pensaba, en mi ingenuidad, que las elecciones y el final de la campaña electoral de unos y otros apaciguarían las aguas en las redes sociales. Pero, no. Parece que las altas temperaturas, normal en estos meses, se ha contagiado y anda la cosa acalorada.
No me importa, por razones obvias, que la antesala de los nombramientos se dedique a bombardear cualquier cosa que se diga, incluso con datos en la mano, respecto a la situación real de la economía española. Demasiadas veces se asume que la prudencia en la interpretación encubre un deseo de que las cosas vayan mal. Y, verdaderamente, todos los economistas del Club de Economistas Cenizos estamos felices cuando la economía va bien.
¿Por qué iba a ser de otro modo, si cada uno de nosotros nos sacamos las castañas del fuego en este país? Simplemente, como ciudadanos responsables, nos sentimos obligados a intentar rebajar euforias pre y post electorales.
Todos los economistas del Club de Economistas Cenizos estamos felices cuando la economía va bien.
Porque la economía, como ya he dicho en más de una ocasión, debería estar despolitizada. Sé lo loco que suena eso y lo acostumbrados que estamos a concesiones electorales que se cuantifican en cientos de miles de euros. Concesiones otorgadas días antes de los comicios, con la más impune obscenidad.
Decía Jared Diamond que la diferencia entre un cleptócrata y un estadista sabio es de grado: “se trata sólo de saber qué porcentaje del tributo recaudado por los productores queda en poder de la élite, y hasta qué punto les agradan a los ciudadanos corrientes los usos públicos a los que se destinan los tributos redistribuidos”.
¿Cómo saber si el uso del dinero de la gente agrada o no, cuando más que transparencia hay trampantojo? Mencionaba Joe Haslam en X (la red social antes conocida como Twitter) a Enrique Peñalosa, anterior alcalde de Bogotá, quien afirma que un país desarrollado no es aquel en el que los pobres tienen coche, sino en el que los ricos van en transporte público. Y añado: por elección, no por imposición. El enaltecimiento de lo público por encima de la libertad de elegir se nos está yendo de las manos.
Para muestra, un botón. Explica el profesor Juan Luis Jiménez que eso de que “España es un país de funcionarios” es un mito y aporta el dato de 2021 en el que se muestra que el porcentaje de empleados públicos (incluidas todas las administraciones) es menos del 17% del total del empleo y está dos puntos por debajo que la media de la OCDE.
Empleo público
Todo correcto. Pero el profesor Rafael Pampillón apunta que, durante la presidencia de Pedro Sánchez, el empleo del sector público ha aumentado un 13%, mientras que el empleo en el sector privado solamente fue del 8%, y concluye: “Más empleo público significa más gasto público, más déficit y más deuda públicas”. Un argumento igualmente correcto.
De todos es sabido el enorme lastre que supone para la economía la deuda pública, y la mirada preocupada desde Europa hacia los países más endeudados: Grecia, Italia, España.
Cuando los presupuestos públicos van mal, al Gobierno le resulta más difícil financiarse o, incluso, llega a ser incapaz de pagar el servicio de su deuda. En una situación así, termina el dominio de la política monetaria y comienza entonces el dominio de la política fiscal, que es muy poco popular, porque ata de pies y manos al banco central y al gobierno. Y eso es lo que nos espera.
El comentario del profesor Jiménez es perfectamente correcto pero el del profesor Pampillón, además, es pertinente para no ofrecer una idea equivocada de la realidad española. Cosa que, estoy segura, no era la intención del profesor Jiménez.
Se ha abierto la veda del economista prudente. Hay una especie de licencia 007 que está contagiando a propios y extraños
Sin embargo, otra profesora de Economía, Antonia Díaz, comenta al profesor Pampillón: “Hay gente que, al parecer, no usa servicios públicos de ningún tipo. Ni carreteras. Ni alumbrado público. Ni servicios de Justicia. Ni nada”. ¿Cómo es posible? ¿Desde cuándo los académicos, expertos, analistas, se dedican a esto?
Se ha abierto la veda del economista prudente. Hay una especie de licencia 007 que está contagiando a propios y extraños, y desde determinados programas de televisión, abiertamente más sesgados, ya etiquetan de “economistas del bulo” a quien osa cuestionar, afinar o señalar los peligros que aún existen.
No me extraña de quienes, desde el periodismo de barricada, se promocionan, ahora que está por formarse un gobierno, previsiblemente de izquierda, y por desgracia, de izquierda cada vez más radical, con Yolanda de copiloto. Periodistas de círculos próximos a Podemos, que se agarran al PIB nominal para concluir que la inflación disminuye la presión fiscal, y cosas así.
Lo que me sorprende es que algunos economistas académicos bajen a ese barro y se hagan eco de ese “señalamiento moral” aplicando a sus compañeros una suerte de Código Hays.
¿Va todo mal? No. ¿Podía ir peor? Por supuesto. Pero, ¿estamos en la Champions Leaque o la economía española va como una moto? Pues tampoco.
¿Va todo mal? No. ¿Podía ir peor? Por supuesto. Pero ¿estamos en la Champions League o la economía española va como una moto? Pues tampoco. Por nuestra situación, la recuperación del shock inflacionario va a ir más lento que en otros países y la incorporación a una economía innovadora va a ser difícil.
La incertidumbre, cuando uno tiene un colchón alrededor, permite presagiar que, si hay caída, el impacto será menor. España tiene lastres en su economía que, espero que todos estemos de acuerdo, no se disuelven por sí solos como lágrimas en la lluvia.
Hay que hacer cambios estructurales, que no se han hecho. Mejoran las cifras de empleo, pero seguimos teniendo un mercado de trabajo ineficiente por muchas razones. Descubrir los rotos del sistema es tan impopular como necesario. Y un gobierno serio debería tenerlo en cuenta. Soy consciente de que hay necesidades que cubrir, y que esas reformas habrán de emprenderse cuando se pueda. Pero no acepto hacer como que no existe la necesidad de hacerlo.
¿Cuándo se van a dar cuenta mis colegas que arrinconar en lugar de dialogar, menospreciar en lugar de leer con mente abierta, no es el camino? ¿Cuándo se va a desligar el análisis académico, tan necesario, de la politización?
Ojalá el descanso estival ayude a reflexionar acerca de la importancia de que haya un foro económico serio, con divergencias, como debe ser, pero con seriedad y respeto, alejado del partidismo y centrado en los problemas económicos que nos toca resolver.