Desde el final de los Treinta Gloriosos, el tiempo de alto crecimiento y cohesión social que transcurre entre el final de la II Guerra Mundial y la crisis del petróleo, Francia ha experimentado un proceso de declive lento pero constante. Esta dinámica se he traducido en una progresiva pérdida de dinamismo económico, causada por un Estado gigantesco y omnipresente, por una clase política incapaz de implantar las reformas imprescindibles para modernizar la economía y por una sociedad cuyos mandatos de cambio se han traducido en una oposición feroz a aquellas cuando cualquier iniciativa reformista, por tímida que sea, afecta a sus intereses. Los modestos cambios impulsados por el Gobierno de Enmanuel Macron en el sistema de pensiones desencadenaron una brutal y violenta reacción social.
A la decadencia económica francesa se ha sumado ahora el estallido de un conflicto que afecta a los cimientos de la propia República. Las revueltas desencadenadas a raíz de la muerte del joven Nahel han puesto de evidencia la profunda ruptura social existente en el Hexágono. Una parte de la población francesa, nacida en Francia, a menudo de padres también franceses, tiene el sentimiento de no pertenecer a ella.
En la larga historia de la inmigración en Francia, este fracaso de integración de la tercera generación es un hecho histórico inédito. En cualquier Estado, siempre hay problemas para integrar a los inmigrantes pero, en Francia, se asiste a un fenómeno de desintegración, de desasimilación: la emergencia de dos pueblos dentro del país que para algunos autores, como el historiador Georges Bensoussan, evocan los gérmenes de una guerra civil.
Una parte de la población francesa, nacida en Francia, a menudo de padres también franceses, tiene el sentimiento de no pertenecer a ella
A esta situación no se ha llegado de forma accidental ni sorprendente, sino a través de una progresiva erosión, tolerada por la clase dirigente gala, de los fundamentos sobre los que se asienta las tradición republicana. Hace más de veinte años, este riesgo-amenaza fue denunciado en un libro, escrito por autores mayoritariamente de izquierdas, bajo el título Les territories perdus de la Repúblique. En él se vaticinaba con una lucidez profética lo que ahora está sucediendo en el Hexágono y fue recibido por los maitre penseurs como una muestra del racismo subyacente en la sociedad francesa y como un soporte a los planteamientos del Frente Nacional.
Las élites francesas han sido incapaces de mantener el principio de igualdad ante la ley de sus ciudadanos musulmanes ante el miedo a ser acusados de islamofobia y de racismo hacia ese sector de su ciudadanía. El laicismo, entendido, como la oposición a que cualquier credo religioso prevalezca sobre la ley civil, un fundamento esencial de la República ha dejado de tener vigencia. De la escuela a la legislación, pasando por la política social, los sucesivos gobiernos galos, de izquierda y de derecha, han contribuido a la creación de guetos identitarios regidos por normas excluyentes; los territorios perdidos a los que hacía referencia el libro antes comentado.
Ante las revueltas provocadas por el homicidio de Nahel, la "gauche" francesa ha secundado y echado leña al fuego
Ese repliegue hacia comunidades cerradas, aisladas del resto de la sociedad francesa, se ha visto reforzado en la tercera generación de jóvenes galos de ascendencia magrebí por la expansión del islamismo radical, favorecido por las modernas tecnologías de la comunicación que han ayudado a la difusión de sus ideas. Si a ello se unen factores económicos, léase la existencia de una tasa de paro escandalosa en las banlieus (entre el 40 y el 50 por 100 en muchas de ellas) junto a las "ayudas sociales" que permiten a sus beneficiarios vivir sin incorporarse a la fuerza laboral y un mercado laboral muy rígido que acentúa esa tendencia, el resultado es la consolidación y profundización en una creciente división del país.
Esta singular revolución, no cabe ser calificada de otra forma, ha sido alentada con verdadero entusiasmo por la extrema izquierda y sus compañeros de viaje. Ante las revueltas provocadas por el homicidio de Nahel, la gauche francesa ha secundado y echado leña al fuego. Ha visto la oportunidad de subvertir el orden político, social y económico de Francia y acabar con la República burguesa y capitalista. Además ha intentado e intenta deslegitimar el "justo" alzamiento de las banlieus calificando de fascistas, de racistas y de hacer el juego al gran capital a quienes denuncian que el fondo de las revueltas es uno solo: acabar con la tradición republicana francesa.
¿Qué sucederá? Es muy complicado realizar un pronóstico. En Francia viven entre 5 y 6 millones de ciudadanos franco-musulmanes. Antes de los años 70 del siglo pasado, la inmigración al Hexágono era fundamentalmente económica. Con posterioridad, las medidas de reagrupamiento familiar concentradas en las grandes ciudades ha configurado estructuras sociales uniformes y monolíticas fortaleciendo un identitarismo que ha incentivado una cultura de frustración y resentimiento cuyo estallido en estas últimas semanas es sólo la punta de un enorme iceberg. En el Hexágono existen ya de facto dos sociedades radicalmente incompatibles entre sí y cuyo enfrentamiento era inevitable. Ello ha sido el producto de décadas de errores acumulados cuya corrección es de una extrema complejidad. Como decía el general De Gaulle: "Francia nunca hace reformas, salvo que se produzcan revoluciones".