Este año se celebra el trescientos aniversario del natalicio de Adam Smith, considerado por muchos el “padre” de la Economía como ciencia. Smith es uno de los personajes que encajan en lo que Javier G. Recuenco denomina “test de Rorschach”: cada uno ve en sus ideas lo que le conviene.
Para los anarquistas de mercado es socialista, para los comunistas es ultra liberal. Lo cierto es que, cuando me han preguntado en una entrevista acerca de Smith, a qué tribu pertenecería, creo que él se resistiría a ser “encarcelado” en una etiqueta.
El catedrático de Historia del Pensamiento Económico, traductor y estudioso en profundidad de Adam Smith, maestro y amigo, Carlos Rodríguez Braun, destapaba, por ejemplo, cómo se asociaban falazmente las propuestas de privatización del Partido Popular con Smith.
Adam Smith es socialista para los anarquistas de mercado, ultra liberal para los comunistas...
Señalaba Rodríguez Braun que los matices al liberalismo le han costado a Smith las críticas de Rothbard y la Escuela Austriaca de Economía, y que fueros descritas por Jacob Viner. El mismo Rodríguez Braun ha escrito sobre ello más recientemente.
Adam Smith representa, sin duda, la cabeza visible de lo que se conoce como liberalismo clásico, que, por describirlo brevemente, considera que la labor del Estado debe ser limitada y que la iniciativa privada es la base de la generación de riqueza. Eso sí, allá donde no llega la iniciativa privada, la responsabilidad subsidiaria del Estado debe cubrir esas necesidades que son buenas para la sociedad, pero cuyos costes son demasiado altos como para que empresas e individuos estén interesados en ellas.
Esa idea resulta ambigua porque, actividades que en el siglo XVIII no eran rentables, hoy sí lo son. La evolución del mercado financiero y de la estructura de la empresa permiten a la iniciativa privada satisfacer muchas más necesidades de la sociedad que entonces.
Tampoco es el autor escocés un materialista de tomo y lomo, loco por atesorar dinero, como el famoso tío Gilito, tal y como le quieren pintar algunos analizando su imagen. De hecho, su opinión sobre el dinero es meramente instrumental. Una de sus principales aportaciones consiste en desterrar la visión de la riqueza como la acumulación de dinero, o de metales preciosos. Recordemos que en aquella época el sistema monetario era metálico, de pleno contenido.
Smith considera que la labor del Estado debe ser limitada y que la iniciativa privada es la base de la generación de riqueza
Smith defiende la idea de que la riqueza consiste en la capacidad de comprar las cosas que la gente necesita. El dinero no es más que un medio a través del cual circula la riqueza.
En su obra más conocida, Smith se refiere a "la gran rueda de la circulación" (el dinero) como algo distinto de "los bienes que circulan por medio de ella”. El dinero es el canal por el que fluye la riqueza, y cuanto más amplio y cómodo sea el canal, mayor será el caudal de riqueza y su velocidad: el flujo de bienes y servicios que son intercambiados en el mercado por un precio que representa la conjunción de los intereses de oferentes y demandantes.
La riqueza de los individuos, por tanto, no es la cantidad de dinero que poseen, sino su capacidad para adquirir esos bienes y servicios que necesitan para vivir o para mejorar sus vidas. La riqueza de las naciones es la capacidad combinada de los habitantes de cada nación para satisfacer sus necesidades. Y su fuente es la acción humana, no una mina de plata.
Pero, si de algo se ha acusado equivocadamente a Smith, es de defender el egoísmo. Un error básico, facilón y que se desmonta leyendo al propio economista. “Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de otros, y hacen que la felicidad de éstos le resulte necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de contemplarla”. Esas son sus palabras en la Teoría de los Sentimientos Morales (1759).
En La Riqueza de las Naciones (1776) señala que es la búsqueda del propio interés (self-love) y no el egoísmo (selfishness), el incentivo que mueve al ser humano, es decir, el afán por mejorar la propia condición, sin que eso implique descuidar a los demás.
Pese a todo lo dicho, tal y como ha señalado Rodríguez Braun en Otro problema de Adam Smith: el liberalismo, Smith aplaudía la intervención estatal en muchas más cosas de las que a muchos liberales nos gustaría: “Desde la acuñación de moneda hasta las empresas públicas e incluso las diversiones y espectáculos públicos, desde las represalias arancelarias hasta la regulación de las profesiones, el comercio y los precios en diversas actividades. Llegó a respaldar monopolios temporales, y las mercantilistas y proteccionistas Leyes de Navegación”.
En concreto, cuando explica la razón para que la emisión de dinero sea estatal, Smith expone el siguiente argumento: “Ahora bien, todo ejercicio de la libertad natural de unos pocos individuos que pueda poner en peligro la seguridad de toda la sociedad es y debe ser restringido por las leyes de todos los estados, de los más libres a los más despóticos. La obligación de construir muros para evitar la propagación de incendios es una violación de la libertad natural, y exactamente de la misma clase que las reglamentaciones de la actividad bancaria que aquí se proponen”.
Sigue resultando ambiguo, desde mi punto de vista y, además, peligroso. ¿No se abre la puerta a que unos gobernantes ansiosos de poder decidan arbitraria e injustamente qué pone en peligro la seguridad de toda la sociedad?
Es la búsqueda del propio interés (self-love) y no el egoísmo (selfishness), el incentivo que mueve al ser humano
Por poner un ejemplo kármico, los Inquisidores Apostólicos contra la Herética Pravedad y Apostasía debieron considerar que La Riqueza de las Naciones ponía en peligro la moral de los católicos y, en 1792, promulgaron un edicto prohibiendo la obra, que permaneció en la lista de libros prohibidos durante muchos años.
Vivimos unos tiempos en que las ideas que se separan de la ortodoxia gubernamental son tachadas de peligrosas para la sociedad. O eres afín al régimen o eres peligroso, al más puro estilo franquista. La puerta que dejó entreabierta Smith se ha ido de las manos y caminamos alegres hacia otro tipo de estado inquisitorial.
Pese a todo, hay que felicitarse por las innumerables aportaciones y enseñanzas del escocés, trescientos años después.