La inteligencia artificial amenaza la gestión activa
Apenas estamos en los primeros estadios de comprensión de lo que supone la llegada de la inteligencia artificial a nuestras vidas e inevitablemente aparecen las habituales tesis del miedo por la amenaza de lo desconocido.
No es lógico abrazar una disrupción como tampoco lo es rechazar de forma sistemática aquello a lo que nos enfrentamos simplemente por ser una novedad o pensar que puede poner fin a un ecosistema de vida asentado.
No hace falta remontarse a apariciones como el fuego, la revolución industrial o la llegada de los combustibles fósiles. En todas ellas encontramos rechazos históricamente documentados fuera de la comunidad científica. Uno evidente que se me ocurre basado en la ignorancia es el relativo a la energía nuclear, que vive un ocaso producto de la incomprensión.
Si tuviera que enumerar algunas de las realidades que han cimentado el desarrollo económico podría citar sin importar el orden avances en el campo de la robótica, la genética y el blockchain. Todas han comportado novedades que incluso hoy siguen en fase explosiva de comprensión que, por supuesto, tienen sus detractores.
El principal miedo del ser humano no lo encontramos en un punto de vista intelectual, sino en su forma más elemental de sustento, el empleo. Recientemente estuve en una visita en unas factorías de producción automovilística y costaba encontrar trabajadores. El mensaje era demoledor, pues no va a mejorar a futuro y la idea es ir a una robotización total de la producción.
La inteligencia artificial tiene un abarque que es difícil imaginar pero, que aplicada a las inversiones, es aterradora. Quién necesita un gestor o un asesor si hay una inteligencia que aprende de sus errores, no tiene sesgos y no se deja dominar por las emociones. La inversión hoy está dominada por su gran aliado que es la gestión pasiva y su peso va en aumento. Los grandes dominadores de la industria, los bancos, no quieren un gestor con el que se pueda ganar mucho dinero sino un patrón contenido que se mueva en un sigma o desviación típica respecto a una media calculada.
En otras palabras, si como cliente la opción es ganar un 20% con una gestión alternativa frente a un 2% con una gestión pasiva en el que la primera está en la cola de la distribución y la segunda se sitúa exactamente en el promedio, no hay duda.
Quién necesita un gestor o un asesor si hay una inteligencia que aprende de sus errores, no tiene sesgos y no se deja dominar por las emociones
La inteligencia artificial elimina elementos cognitivos influyentes, simplemente aprende de sus errores. Un gestor automatizado que procesa a una velocidad infinitamente superior y que, además, no tiene vergüenza o miedo a reconocer sus fracasos, va a eliminar de forma acelerada ese pequeño reducto que hoy se llama gestión independiente y que en España apenas supone un 9% del total del patrimonio gestionado.
Las pruebas que he podido hacer usando ChatGPT muestran una capacidad ilimitada para resolver problemas, ecuaciones, desarrollar ideas cada vez más complejas desde de conceptos básicos partiendo de una sencilla conversación.
Aplicado al campo de las inversiones financieras, es prematuro afirmar si su llegada aniquilará la figura de un gestor, pero con el tiempo la respuesta parece inevitable. La principal barrera que tiene hoy no es tanto de aplicación práctica, sino de confianza.
Es un cálculo aleatorio, pero en uno o dos años podría invertir y tomar decisiones como Warren Buffett solo que, en lugar de emplear largos procesos de toma de decisiones, la inteligencia artificial emplearía una fracción infinitesimal. El problema es conceptual pues difícilmente entregaríamos nuestros ahorros a una tecnología de la que no sabemos nada. Y no es un tema de seguridad, es simplemente de prueba y error. Pasa lo mismo que el vehículo autónomo. Una vez que se prueba y se supera el miedo, ¿quién quiere volver a conducir?