En su permanente campaña contra las empresas a quienes el Gobierno quiere convertir en el símbolo de todos los males económicos padecidos por España, se une ahora el intento de responsabilizarlas del alza de la inflación. El egoísmo de los empresarios, su búsqueda insaciable de beneficios sería la causa determinante de la escalada del nivel general de precios.
Para combatir ese espíritu depredador de las firmas patrias, la señora Calviño se propone crear un Observatorio cuyo objetivo es fiscalizar los márgenes de las compañías, un instrumento propio de sistemas antagónicos con una economía de mercado y que hubiese sido aplaudido con entusiasmos por el sector falangista del franquismo.
Para empezar, el Gobierno no tiene ni puede tener nunca la información necesaria para determinar cuáles son los márgenes “razonables” de ninguna compañía privada que opere en un mercado abierto a la competencia y, en cualquier caso, ya existen organismos como la CNMC para velar por la preservación del orden competitivo y penalizar a las empresas que realicen prácticas abusivas o ilegales a costa de los consumidores. De cualquier manera, puestos a utilizarla como una Gestapo gubernamental no tiene porqué esforzarse mucho dado su control de la misma.
El Gobierno no tiene ni puede tener nunca la información necesaria para determinar cuáles son los márgenes “razonables” de ninguna compañía privada
Ni la teoría macro ni la microeconómica ni la evidencia empírica avalan la hipótesis según la cual el aumento de los beneficios empresariales causa una dinámica inflacionaria. De entrada, si una compañía decide de manera arbitraria incrementar los precios de los bienes o servicios que produce, los consumidores se enfrentan a dos opciones: comprar menos productos de esas empresas o aceptar una reducción de su capacidad para adquirir los ofertados por otras.
Este mecanismo de ajuste, derivado de la restricción presupuestaria de los hogares, es una pura, simple y meridiana aplicación de las leyes básicas de la oferta y de la demanda. Pero es interesante dar algunos pasos más.
En el supuesto de que una firma goce de un cierto poder de mercado y decida elevar los precios de forma injustificada, sus ventas decrecerán, porque el monopolista se enfrenta una curva de demanda con pendiente negativa, y, por tanto, sus beneficios caerán si decide actuar de esa manera. La hipótesis del impacto alcista sobre la inflación de las compañías con poder de monopolio resulta aún menos consistente cuando se analiza a escala macroeconómica.
En concreto, las empresas que operan en mercados con competencia efectiva tienden a neutralizar el potencial impacto sobre el conjunto de la economía de quienes ostentan posiciones monopolísticas o de baja intensidad competitiva. Si éstas lograsen imponer y mantener precios abusivos, las demás verían caer sus ventas y sus ganancias en el supuesto de que los consumidores no pudiesen o no quisiesen prescindir de los bienes y servicios suministrados por los monopolistas. Pero ahí no termina la historia.
Sería un grave error ignorar un hecho clave: la inflación es una fuerza nociva, ya que es un factor de erosión del capital de las compañías
Si las alzas de precios relativos provocan, para simplificar, la del IPC general, los individuos demandan mayores saldos monetarios. Ahora bien, si la cantidad de dinero en circulación permanece constante, no hay efectivo adicional para compensar aquellas subidas y, en consecuencia, la única forma mediante la cual los consumidores pueden mantener o elevar sus saldos monetarios reales es disminuyendo sus gastos. Esto se traduce en un descenso de la demanda agregada y, por tanto, en un retorno del nivel general de precios a su posición inicial.
En otras palabras, sin un aumento de la oferta monetaria que preceda o acompañe la subida de los precios relativos es imposible que se desencadene un proceso inflacionario. De hecho, eso nunca ha sucedido y quienes descalifican la naturaleza monetaria de la inflación no han podido mostrar un solo caso en el que aquella se haya desatado y persistido sin un excesivo crecimiento de la cantidad de dinero en circulación.
¿Son las empresas las culpables de la inflación? No. Una compañía no puede manipular los precios a voluntad
La razón por la cual los beneficios crecen en situaciones de inflación es muy sencilla. No todos los precios aumentan a la vez y en los mismos sectores. Cada vez que se imprime dinero nuevo, llega a las manos de unos primeros receptores que lo gastan y lo ponen en manos de otros que a su vez lo gastan en otro lugar y así sucesivamente. De esta manera, ese aumento de la oferta monetaria por parte de los bancos centrales se filtra al resto de la economía y genera un aumento progresivo, constante y generalizado de los precios.
En ese contexto, las empresas no fuerzan a los consumidores a pagar unos precios más altos o usan la inflación como un pretexto para hacerlo. Aquella eleva los precios de unos bienes antes que de otros y ello se traduce en una temporal y artificial elevación de sus márgenes. Por último, sería un grave error ignorar un hecho clave: la inflación es una fuerza nociva, ya que es un factor de erosión del capital de las compañías, y puede conducir a una errónea toma de decisiones al falsear el cálculo económico, la contabilidad. Por eso como escribió Mises: “produce el fenómeno de ganancias aparentes imaginarias”.
¿Son las empresas las culpables de la inflación? No. Una compañía no puede manipular los precios a voluntad, sino que solo puede cobrar lo que el mercado soporte. La culpa recae únicamente en quienes controlan la oferta monetaria: los bancos centrales.
Acusar a las firmas de hacer eso e intentar preconstituir una prueba, que nadie se engañe, para actuar contra ellas es pura demagogia para consumo de fanáticos e ignorantes.