Hace 10 días, Bloomberg publicaba en su canal de YouTube un interesante y didáctico video acerca de la crisis energética que vivimos y lo que queda por llegar. No en vano el título elegido era La pesadilla energética europea no ha hecho más que empezar (Europe’s Energy Nightmare Has Only Just Begun).
En él, reconocidos expertos como Javier de Blas explican cómo hemos llegado aquí, y especialmente, el destacado y nefasto papel que está desempeñando Vladímir Putin y Rusia. Porque, como explica De Blas, la relación entre Rusia y Europa respecto al gas ser remonta a la época en que Rusia era parte de la Unión Soviética.
Europa empezó a comprar gas barato. Era una historia de éxito: energía barata para acelerar la industrialización de la Europa de los 90. Luego llegó Putin en el año 2000, un personaje peculiar y sin escrúpulos, quien se dio cuenta de que la dependencia energética era el talón de Aquiles europeo.
En la era Putin, Rusia incrementó su producción y sus exportaciones a la Unión Europea. Pero también aumentó el recurso al gas como amenaza política por parte del mandatario ruso para presionar a Europa.
Esta presión se reflejó en el aumento de los precios de la energía previo a la invasión de Ucrania. La interpretación del aumento de los precios fue diferente según distintos analistas. Pero quienes estaban realmente en el meollo de la energía ya percibían el peligro de que un dictador como Putin tuviera en sus manos un arma tan estratégica como esa. La ocupación de Ucrania no hizo sino desatar un fenómeno que ya había comenzado.
"La ocupación de Ucrania no hizo sino desatar un fenómeno que ya había comenzado"
Una de las lecturas que se pueden encontrar entre opinadores más o menos expertos es que la globalización es la causa de la crisis. Abrir los mercados de energía ha llevado a que confiemos en 'socios' que nos salen rana y nos "secuestran" energéticamente. Parecen olvidar que el libre mercado no consiste en el comercio abierto entre países, sino entre personas y empresas.
Obviamente, las empresas productoras y distribuidoras de energía no son comparables a un bar o a una tienda de ropa. Todo es mucho más complejo, la inversión inicial es abrumadora, el mantenimiento del negocio es verdaderamente complicado, las implicaciones trascienden al simple mundo empresarial.
No en vano la energía ha sido el motivo de las guerras más cruentas. El economista Daniel Lacalle, en su libro llamado justamente La madre de todas las batallas, explica cómo se ha utilizado cada accidente de seguridad desde finales de los 70 para privilegiar una agenda energética internacional.
Lo que Lacalle echa de menos en el libro, en el que trata muy en profundidad el tema, es una actitud emprendedora en Europa similar a la que en su momento fomentó Estados Unidos. Este país reaccionó al impacto fruto del accidente de Fukushima invirtiendo en una tecnología que permitía extraer gas del subsuelo mediante el fracking.
Paralelamente se promocionaron películas, series que denunciaban problemas relacionados con el fracking. Pero la realidad es que Estados Unidos disponía de energía barata mientras Europa se enfrentaba a un aumento del precio del gas licuado (GNL). Y, hoy en día, sigue siendo mucho más autónomo energéticamente que Europa.
"Los problemas que se adivinan de cara al invierno son muy preocupantes"
¿Y cuál es la situación actual? Los problemas que se adivinan de cara al invierno son muy preocupantes. La actitud de los gobiernos animando a consumir menos energía pero, al mismo tiempo, subvencionando el consumo, están lanzando mensajes contradictorios.
Obviamente, todos queremos que todos tengan acceso a luz y calefacción. Pero si frenas el aumento de precios favoreces que todos consumen más. ¿Merecería la pena ayudar a los menos favorecidos de otra manera? Para eso sería necesario abandonar las políticas de "contraprogramación" y de precampaña electoral.
Uno de los argumentos más frecuentemente esgrimidos es que las medidas más sólidas requieren mucho tiempo. Pero esa idea señala la poca previsión de las políticas de estos años. Desmantelar la energía nuclear para abandonarse en manos de Putin y ahora explicar que las medidas más sensatas llevan mucho tiempo y por eso hay que hacer "lo que sea" no deja en muy buen lugar a los políticos europeos.
Y lo más paradójico es que la tendencia es adoptar posturas colegiadas entre los socios europeos. Y los más radicales no se paran ahí y claman por la nacionalización de la energía.
Una barbaridad que, precisamente, deposita las decisiones en los gobiernos. Esos gobiernos que, parafraseando a Daniel Lacalle, no han defendido a los mercados por seguir una agenda. Unos gobiernos, como el alemán, alguno de cuyos miembros tenían intereses creados en los pactos con Putin.
[Opinión: El plan energético de la UE ahonda la crisis. Por Daniel Lacalle]
¿Cuál es la solución? Probablemente no hay una, y necesitaríamos un análisis muy profundo, serio e imparcial, para plantear las diferentes soluciones en los diferentes casos.
Es un caso de resolución de problemas complejos (CPS) a gran escala. Sin embargo, me permito dudar de que haya voluntad política real para que se dé ese análisis. Hay muchas conversaciones políticas "de altura", hay fotos para demostrar que ahora sí que nuestro presidente tiene presencia y se le tiene en cuenta en la política internacional.
"Todo a favor del Gobierno, de los políticos. Pero de espaldas al ciudadano, que merece energía sostenible y autonomía energética"
Todo a favor de los partidos, del Gobierno, de los políticos. Pero de espaldas al ciudadano, que merece energía sostenible y autonomía energética. Y no se merece que se ponga a la guerra como hombre de paja, aunque efectivamente tenga mucho que ver. Y para lograr esa autonomía y esas sostenibilidad hay que defender la innovación, la inversión privada, la diversidad energética.
¿Y las renovables? Pues en la medida que sean eficaces y estén al servicio de los usuarios, y no al revés, que es lo que implica una agenda política global.
El tema va a dar para mucho porque los expertos están ya preocupados por el precio de la energía del 2023 y del 2024. Es imprescindible hablar más del futuro de la energía y tomar medidas de calado. Nos jugamos mucho.