Truss, esa tosca caricatura de Thatcher
La 'generosidad gratuita' de la primera ministra británica ha estado a punto de dar al traste con los ahorros de los planes de pensiones privados por la esperable tormenta que ha desatado en los mercados.
La frase más veces citada de Karl Marx es la célebre que aparece en el primer párrafo del 18 de brumario de Luis Bonaparte, aquélla donde apostilla una idea de Hegel, su maestro, la de que la Historia siempre ocurre dos veces, añadiendo por su parte que "la primera como una gran tragedia, la segunda como una grotesca farsa". Y lo que ahora mismo acontece en el Reino Unido con Liz Truss, esa tosca caricatura anacrónica de Margaret Thatcher, recuerda bastante a la grotesca farsa de la que hablaba Marx.
Uno de los grandes sueños húmedos de los think tank libertarios que escriben las partituras de la música que la nueva primera ministra trata de interpretar desde Downing Street sería poder acabar con el sistema público de pensiones. Pero lo que ella ha estado a punto de conseguir, y a la primera tacada además, ha sido justo lo contrario, esto es, lograr la quiebra en cadena de todos los fondos de pensiones privados del país. Hazaña que, reconozcámoslo, tendría su mérito.
He ahí, por lo demás, la genuina razón última de que se haya visto obligada a poner el freno tan rápido a su muy alegre contrarrevolución fiscal. Porque la libra, otro logro no menor de Truss, se está hundiendo, sí, pero mucho peor resultaría para los conservadores que se hundiesen los ingresos financieros de los millones de pensionistas y jubilados británicos que votan tory.
La estrategia económica de Truss se ve adornada con la virtud de la simplicidad. Una sencillez extrema que se puede resumir en el propósito simultáneo de regar con generosos regalos fiscales a los ricos y con desprendidas subvenciones energéticas a los que no lo son, todo ello financiado con un desmedido incremento exponencial de la ya de por sí desmedida deuda pública del Reino Unido.
"La estrategia de Truss se puede resumir en el propósito de regar con generosos regalos fiscales a los ricos y con desprendidas subvenciones energéticas a los que no lo son"
Estamos hablando de un repentino subidón adicional del saldo deudor del Estado equivalente a un 20% del PIB, algo que, amparándose en el famoso cuento de la lechera que dibujó Laffer en su mítica servilleta, no supondría ningún problema pagar llegado el momento. O eso piensa Truss.
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Pero ocurre que, desde 2008, los mercados ya no creen en cuentos ni en servilletas. Demasiada generosidad gratuita. De ahí la tormenta casi perfecta que se ha desencadenado en Londres. Unos rayos y truenos en forma de huidas masivas de la libra con rumbo al dólar norteamericano que tampoco requerían ser un genio de la Teoría Económica para haber sido previstos. Porque lo mismo hubiera pasado en cualquier país cuya deuda pública equivaliera ya al 100% del PIB, el caso que nos ocupa, y que anunciase un incremento adicional del 20%.
Así, antes de hacer las maletas con rumbo al otro lado del Atlántico, los tenedores de bonos estatales británicos comenzaron a quitárselos de encima a toda prisa, una estampida que habría disparado el tipo de interés de esos activos hasta el 8% en apenas horas. Solo la urgente intervención del Banco de Inglaterra logró contener su escalada en el entorno del 4,5%.
A primera vista, no suena catastrófico. Pero lo hubiera sido, al punto de que nueve de cada diez fondos de pensiones del Reino Unido habrían ido directamente a la quiebra en caso de no haber corrido en su auxilio el banco central la semana pasada.Y ello porque, a su vez, los gestores de esos fondos están embarcados en esquemas de inversión no muy alejados de los modelos Ponzi.
Truss hizo irrupción en sus vidas mientras ellos se dedicaban a comprar bonos del Tesoro que después utilizaban como garantía crediticia para seguir comprando más bonos, pero sin ya disponer de efectivo. Así las cosas en su particular castillo de naipes cotidiano, si de repente se derrumbase el valor de los títulos de deuda pública utilizados como contraparte en sus compras apalancadas, justo lo que ha provocado la líder conservadora con su populismo fiscal libertario, entonces la súbita crisis de liquidez en todas esas entidades estaría garantizada, que igualmente es lo que ha ocurrido.
"Nueve de cada 10 fondos de pensiones del Reino Unido habrían ido directamente a la quiebra en caso de no haber corrido en su auxilio el banco central"
De un día para otro, y gracias a Truss, esos fondos, que han manejado un inmenso volumen de negocio cercano a 1,5 billones de libras durante los últimos 10 años, se encontraron con tipos de interés al alza a corto, junto con precios a la baja de los bonos a largo, consecuencia a su vez de las anunciadas subida de tipos del Banco de Inglaterra para combatir la inflación.
[Las enseñanzas de una crisis ponen los cimientos de la siguiente. Por Juan Ignacio Crespo]
Compraron en su día algo que valía mucho a crédito. Pero ese algo pasó a valer bastante menos merced a las ocurrencias de la primera ministra. Y ahora resulta que había que pagarlo tan caro como al principio con un dinero que nadie les iba a prestar, pues carecían de garantías suficientes para devolverlo.
Ahí teníamos, pues, a todos los abuelos de la clase media británica, pendientes de quedarse sin sus complementos privados a las pensiones estatales por culpa de una quiebra repentina que solo se ha podido evitar en el último minuto gracias a una transferencia de urgencia por parte del Banco de Inglaterra de 65.000 mil millones de libras a fin de que los fondos pudieran hacer frente a sus perentorias obligaciones de pagos a corto plazo.
Thatcher tenía cerebro, un bien escaso en los tiempos que corren. Y Laffer, el de la servilleta, a diferencia de los extravagantes devotos de Ayn Rand que integran el círculo más íntimo de la todavía líder de los conservadores, también tiene cerebro.
Por eso, él, genuino padre intelectual de la doctrina de la economía de la oferta que inspira hoy al Gobierno británico, la que predica que reducciones sustanciales de impuestos a los de arriba se traducen en mayor crecimiento económico y nueva prosperidad para los de abajo, apuntó que eso solo ocurriría si los tipos impositivos marginales máximos se situaban por encima el 50%, algo que no sucede en el Reino Unido. Quizá la cabeza de Kwasi Kwarteng no sea suficiente.
*** José García Domínguez es economista.