Los seis meses y medio transcurridos de 2022 están seguramente entre los dos o tres inicios de año peores de la historia financiera documentada, en especial para los activos financieros en los que se invierte más habitualmente: Bolsa y bonos (a los inmobiliarios ya les llegará su turno).
En el caso de las Bolsas, solo el inicio de 1932 fue peor que el de 2022. En el de los bonos y obligaciones (lo que incluye la deuda pública emitida por los gobiernos en nombre del estado, además de los que emiten las empresas) es, sin más, y con diferencia, el peor año conocido: en el caso de los EEUU las pérdidas del conjunto del mercado de renta fija han llegado a superar el 10%, algo inaudito en los países desarrollados.
Quien tenga, a estas alturas del año, ganancias en su cartera de valores puede considerar que le ha tocado la lotería. Solo quienes, más arriesgados de lo normal, hayan invertido en materias primas relacionadas con el mundo de la energía estarán cosechando, de momento, unos buenos resultados. En cambio, quienes, arriesgando mucho el tipo también, hayan invertido en Bolsa en los valores tecnológicos estarán, en promedio, soportando pérdidas del 30%, ya que la cotización de más de la mitad de ese tipo de empresas acumula pérdidas superiores al 50%.
Los que compraron criptomonedas acumulan pérdidas que van desde el 66% de los más afortunados (por el Bitcoin) hasta el 100% de los que compraron Terra o Luna.
Los que compraron criptomonedas acumulan pérdidas que van desde el 66% de los más afortunados (por el Bitcoin) hasta el 100% de los que compraron Terra o Luna.
¿Qué hacen los gobiernos ante semejante panorama? Gesticular frente a la tempestad, para hacer creer a los ciudadanos que ellos sí que saben lo que hay que hacer en semejante adversidad (que incluye la subida descontrolada de los precios, la posibilidad de racionamiento energético y un sinfín de efectos adversos provocados por las medidas que ellos mismos imprudentemente adoptan).
Decía Joaquín Garrigues Walker, ministro del gobierno durante la Transición, en anécdota muchas veces recordada y celebrada, que, “si los españoles supieran como son las reuniones del Consejo de Ministros habría cola en los aeropuertos”. Eran tiempos más ingenuos en los que todo el mundo pensaba que había unos pocos que sabían de verdad lo que estaba sucediendo, y que la proximidad al poder permitía estar mejor informado.
Ya muy poca gente cree que eso sea así y la figura de los ministros está francamente devaluada. Es algo inevitable en una democracia, y más con el ritmo acelerado que las nuevas tecnologías han imprimido a la información. En el pasado se sabía muy bien que había que resguardar el sancta sanctorum gubernamental de las miradas indiscretas, so pena de devaluarlo.
El caso es que estamos en una situación que desde hace años se describe (por el título de un libro) como de “Gray Rhino” o “rinoceronte gris”.
El caso más extremo era el de los emperadores chinos: el jesuita Matteo Ricci se pasó su vida en China haciendo de todo para que le recibiera el emperador. A veces, postrado en una cámara vacía esperando que el emperador apareciera, como le habían prometido, pero sin que llegara nunca a presentarse.
Eso explica que no se haya cumplido la promesa de un exvicepresidente primero del gobierno español actual de hacer en “streaming” (retransmitir en directo por Internet) todas las reuniones en que él y su partido participasen. Al pobre, no le han dejado. Suponemos que los poderes fácticos… ¡Lo que le hubiera faltado al gobierno para que “los españoles corrieran hacia los aeropuertos”!
El caso es que estamos en una situación que desde hace años se describe (por el título de un libro) como de “Gray Rhino” o “rinoceronte gris”. Una situación en la que se mezcla que “hay un elefante en la habitación” (expresión que se utiliza cuando hay un problema grave y obvio, que todo el mundo conoce, pero del que nadie quiere hablar) y que se espera que en cualquier momento se presente un “cisne negro” (un acontecimiento imposible de predecir).
Lo curioso es que, a la vez que eso sucede, todo el mundo conoce mejor que nunca las piezas del rompecabezas actual: la economía global se desacelera y, probablemente, tanto China como EEUU están bordeando la recesión: la primera con la caída de 2,6% de su PIB trimestral en la primavera y el segundo con la estimación de que el suyo habrá bajado un 0,37% (tras haber caído en el invierno 0,40%).
Se sabe, también, que el grado de incertidumbre va en aumento y eso se ve reflejado en que sube el coste de protegerse contra el riesgo de impago. Es algo de lo que este año no se habla mucho, pero ese encarecimiento fue la primera señal desde junio de 2007 de que venía la Gran Recesión (la crisis financiera).
Ese riesgo de impago (como cosa curiosa y con un posible efecto bola de nieve difícil de evaluar) está llevando a que las familias en China estén dejando de pagar sus hipotecas a los bancos, a la vista de que los apartamentos que compraron sobre plano se están dejando a medio construir. Esto agrava la crisis, ya de por sí descomunal, de las empresas inmobiliarias chinas y pone a los bancos en riesgo extremo, en un momento en que, algunas de las cajas rurales con problemas están impidiendo el acceso de los impositores a sus ahorros.
Al menos tenemos la sensación de seguridad en la ruta que da el que casi todo se esté comportando como en el año 2008.
Se habla poco de los efectos deletéreos que para los países emergentes que no son exportadores de las materias primas energéticas está teniendo tanto el encarecimiento de éstas y de las materias primas agrícolas, como la subida de la cotización del dólar, que pone en cuestión su capacidad de pagar la deuda externa que tienen contraída. Ahí China va a pasar por su calvario estilo el 1982 de la banca americana, con todos los impagados que va a acumular en los países pobres.
Y así sucesivamente…
Aunque el grado de incertidumbre siga siendo muy alto, al menos tenemos la sensación de seguridad en la ruta que da el que casi todo se esté comportando como en el año 2008. Gracias a eso, sabemos que todo va mal pero que tendrá un final no tan lejano. Sobre todo, si los gobiernos y bancos centrales asumen que son poco más que un Micky Mouse que gesticula frente a las olas (como hacía Stokowski frente a la orquesta) en “El aprendiz de brujo”.
El rompecabezas y el “elefante en la habitación” se conocen. De éste último nadie quiere hablar, y el gobierno español es el que más se empeña en ignorarlo, negando lo que es evidente desde que se inventó el molino de agua: que no hay progreso sin fuentes de energía. Y que, ya sea por diversificar el suministro; sea por pura precaución (por los mismos motivos por los que se contrata un seguro de vida o de automóvil); o por cálculo electoral (si hay apagones y cortes de gas este invierno, se puede dar por liquidado)… la vuelta a la energía nuclear es inescapable. Lo decían hace más de 40 años “Aviador Dro y sus obreros especializados”: “nuclear, sí, por supuesto… nuclear sí, ¡cómo no!”.
Mejor que Pedro Sánchez haga caso al Aviador Dro que, además, no cobra por sus consejos, antes de que llegue el cisne negro.