El "partido" que la Covid-19 está jugando contra la Humanidad se está haciendo interminable. Tras el desastre de 2020, en el que el virus ganaba por goleada, la aparición, antes de lo previsto, de una serie de vacunas de eficacia contrastada, supuso un importante avance y la Humanidad se puso por delante en el marcador. El final de la pandemia estaba en el horizonte, con fecha incierta, eso sí, y las perspectivas económicas cambiaron sustancialmente.
La Gran Recuperación, término que contraponía al de La Gran Recesión de 2008, se hizo bastante popular. El ritmo de vacunación empezó lento en la Unión Europea, pero muy intenso en EEUU, Reino Unido, Israel y muchos países asiáticos. A partir de abril la vacuna se aceleró, también en Europa. En mayo de 2021 se doblegaba la 2ª gran ola mundial. En España terminaba el estado de alarma y se ponía en marcha un exitoso plan de vacunación masiva cuyo objetivo era alcanzar el 18 de agosto al 70% de la población, que era el nivel que supuestamente garantizaba la "inmunidad de rebaño", estado en el cual el virus encontraría dificultad para hallar personas no inmunizadas por la vacuna y terminaría desapareciendo.
Pese a esta euforia primaveral (léase el artículo Mayo, el mes en que nos creímos que la Covid había terminado) llegó la 5ª ola. Lejos de hacer un análisis crítico de los motivos que la habían permitido, se achacó a las ganas de disfrutar del verano, a la entrada de turistas y a la lógica relajación de costumbres, en parte por la sensación de seguridad que aportaba la vacuna.
En septiembre el mundo culminaba su tercera gran ola, tal y como recoge el gráfico 1. Y España descendía de su quinta ola, que muchos vaticinaron que sería la última, dado nuestro nivel de vacunación. Casi todos los políticos hablaban de la pandemia en pasado y la agenda se llenó con otros temas, desde el volcán de la Palma a temas económicos, energéticos, políticos o sociales. "Pasa página, Miguel", decía un celebrado tuit que me dirigía un seguidor que ya tenía ganas de cerrar la pandemia. Como yo y como tantos.
Pero la pandemia no terminó. El 14 de octubre, cuando algunos de los que "habían pasado página" se encontraban de viaje, celebrando el puente del Pilar, la 5ª ola alcanza un mínimo, con una incidencia a 14 días de 40 y, desde un punto de vista técnico, comienza la 6ª ola. Fueron muchos los que negaron la posibilidad de una 6ª ola en España. Nuestro nivel de vacunación y "el uso generalizado de la mascarilla" nos blindaban ante lo que parecía que empezaba a moverse en el Este de Europa y, de ahí, saltaba al centro de nuestro continente: Alemania, Austria, Suiza, etc.
El virus recortaba distancias y nuestra goleada quedaba en una victoria por la mínima. Pero en España, los datos de octubre y noviembre parecían dar la razón a los que pensaban que nos salvábamos de la 6ª ola. Así, el 14 de noviembre la incidencia todavía se situaba en 80: ¡un aumento de apenas 40 puntos en 30 días!
El gráfico 2 recoge, con escalas comparables, las diferentes olas, excepto la primera, sufridas en España. En efecto, la 6ª tardó más de un mes y medio en arrancar.
La llegada de Ómicron y la explosión de casos mundiales (más de 3 millones de infectados diarios) han supuesto un duro golpe para toda la población y para los responsables políticos. Ha significado el empate casi en el último minuto de un partido que creíamos ganado hace apenas tres meses. Y, en el mejor de los casos, nos condena a una "prórroga" de al menos 6 meses más, antes de que podamos alzarnos con el trofeo de vencedores frente al virus e iniciar la Gran Recuperación económica y social.
Además de este empate y de esta prórroga inesperados, la situación es de un gran desconcierto, pues los científicos están lejos de llegar a un diagnóstico compartido y a unas recomendaciones de política sanitaria claras. Parecen tan confundidos como todos nosotros.
Las causas del desconcierto son claras:
1. Las vacunas, que han reducido la mortalidad de la pandemia de forma significativa (la letalidad mundial ha pasado del 2,1% de los infectados al 0,2%, aunque habrá que esperar al final de la Sexta ola para hacer un cómputo definitivo, que quizás sea menor), no han conseguido la inmunidad de rebaño. Los vacunados pueden contagiar y ser contagiados. Ello ha supuesto un golpe especialmente duro para los países que habían optado casi en exclusiva por la estrategia de vacunación. Ni siquiera la tercera dosis o "boost" ha servido para alcanzar algo parecido a una inmunidad. Un amigo, generalmente bien informado, más o menos de mi edad, me dijo cuando nos pusieron la tercera dosis: "Miguel, estamos fuera de la pandemia". A las pocas semanas se contagió de Covid.
2. El haber pasado la enfermedad tampoco te blinda frente al virus. Es decir, no existe la "inmunidad natural" que refuerce a la presunta inmunidad adquirida por la vacuna. Las reinfecciones están a la orden del día.
3. La explosión de casos alcanza incluso a la gente que toma medidas de precaución, por lo que la gente empieza a considerar el contagio como una lotería siniestra.
4. El nivel de incidencia es tan alto que impide los mecanismos de rastreo o de confinamiento de las personas que hayan tenido "contacto estrecho" con algún infectado, lo que dificulta la contención del contagio.
Ante esta situación, algunos han propuesto un enfoque de salida de la pandemia, que ha sido rápidamente comprada por muchos gobiernos. Es lo que hace unas semanas en estas mismas páginas yo llamaba "el Plan C" y recientemente se ha denominado la "gripalización". Una palabra que no existe en el diccionario de la RAE y que, al parecer, consiste en tratar al SARS2 como una gripe más, frente a la que, una vez vacunados, ni nos testeamos, ni nos confinamos (salvo si nos encontramos mal), ni se exigen medidas de contención (control de aforos, toques de queda, cierres de algunos establecimientos masivos), ni rastreos.
Algunos han propuesto un enfoque de salida de la pandemia que recientemente se ha denominado la "gripalización".
Los gurús de esta fórmula la aderezan vaticinando la rápida caída en las curvas de incidencia, que abrirán una nueva era en la que la pandemia se habrá convertido en "endemia".
Conviene aclarar los términos. Este enfoque no es el de "convivir con el virus", como dicen algunos. En Occidente llevamos conviviendo con el virus desde mayo de 2020, cuando terminaron los primeros confinamientos estrictos y se buscó el famoso y falaz "equilibrio entre salud y economía". Lo de ahora es otra cosa. Es entregarse al virus, aprovechando la menor letalidad de la variante Ómicron, para conseguir la inmunidad que no hemos logrado con las vacunas.
La "gripalización" no tiene nada de moderno
Aunque se ha vendido como un enfoque "moderno" ante una pandemia que ya dura dos años y que requiere nuevos enfoques, la gripalización no tiene nada de moderno. Es volver al modelo clásico de inmunidad de rebaño natural del que se hablaba al principio de la pandemia. El de la gripe del 18, para entendernos. Los partidarios de este modelo, ya criticaban las medidas de contención en febrero y marzo de 2020. Fueron derrotados porque la letalidad era altísima: 3% en China y superior en los países con población envejecida. Para algunos tramos de edad, la letalidad se acercaba al 20%.
Pero ahora la situación es diferente. Con nuestros niveles de vacunación, la letalidad debe situarse en torno al 0,1% de los infectados y, según los partidarios de este modelo, el número de fallecimientos es "socialmente asumible". De cada millón de infectados, morirían unos 1.000. Estas son, por cierto, las cifras que se están barajando ahora en España. En lo que llevamos de enero ha habido 1,7 millones de infectados y 1.354 fallecidos, aunque los retardos de esta variable probablemente hagan aumentar la cifra en el cómputo que se haga al finalizar la ola.
Los detractores de la "gripalización", que son mayoritarios en el lado científico, han dejado claros sus argumentos, que resumo a continuación:
1. Si no se ha conseguido inmunidad natural con el resto de las variantes, como parece que se demuestra con las reinfecciones, ¿por qué se supone que se va a conseguir dicha inmunidad en esta ocasión? Es decir, ¿quién nos garantiza que estaríamos ante la última ola?
2. Si el virus circula a gran velocidad, como parece que requiere el modelo de inmunidad de rebaño natural, el riesgo de que aparezcan nuevas variantes es más alto. ¿Qué ocurriría si dichas variantes son resistentes a las vacunas existentes y/o más letales? Habría que plantearse otra ronda generalizada de vacunaciones. Pero ello sería contradictorio con el propio modelo y abriría el debate de cuantas vacunas pueden ponerse, cuál sería su efectividad y cuál sería la aceptación social a las mismas en caso de una repetición continuada.
3. ¿Puede resistir el sistema sanitario el impacto de un contagio masivo, incluso mayor que el actual, aunque su gravedad y letalidad sean más bajas?
4. ¿Cuál es el número de muertos "aceptable socialmente"? Nueva Zelanda y China han tenido apenas un puñado de fallecidos por Covid en 2021. ¿Cómo justificaríamos en Occidente tener miles de muertos por la gripalización?
5. ¿Por qué China, Nueva Zelanda y otros países que insisten en su política de Covid0 no ven las bondades de esta estrategia? ¿Acaso tienen peores epidemiólogos o inmunólogos que Occidente?
6. ¿Cuál es el impacto a largo plazo de la infección por Covid en importantes sectores de la población, lo que se conoce como Covid persistente o "long Covid2?
A los motivos sanitarios anteriores, se les podrían añadir algunos motivos económicos, que casi nunca se tienen en consideración. De hecho, la economía siempre se ha utilizado como el argumento a favor de la estrategia de inmunidad de rebaño o la de convivir con el virus. Nunca han aceptado que ambas variables, salud y economía, van de la mano, y que lo que más daña a la economía es la duración de la pandemia, no su intensidad.
7. ¿Cuál es el coste económico de los millones de horas perdidas por la gente que se contagia? En la versión blanda del modelo de gripalización, los asintomáticos también tendrían que confinarse. En la versión dura, no. Al revés, sería "óptimo" que salieran y contagiaran a raudales.
8. ¿Cuál es la duración de la pandemia en este modelo? Es decir, ¿Cuánto se tarda en conseguir la ansiada "inmunidad de rebaño natural"?
9. ¿Cuál es el coste económico de los eventos cancelados, viajes aplazados, reuniones pospuestas? Mucha de la pérdida de actividad en la pandemia no es por las restricciones impuestas por las autoridades, sino por la propia autorregulación de los ciudadanos. Y si las curvas de incidencias van a descender, como espero, en las próximas semanas, es por el auto confinamiento responsable de los ciudadanos infectados. Es decir, por lo contrario de lo que proponen los partidarios de la inmunidad de rebaño natural.
En medio del desconcierto y la confusión, la OMS se ha descolgado diciendo que "la mitad de la población europea se va a contagiar en las próximas 6-8 semanas". El vaticinio lo acompañan de una crítica al modelo de "gripalización". Pero, ¿Cuál es la diferencia entre un resultado y otro, más allá del timing?
Nunca han aceptado que ambas variables, salud y economía, van de la mano, y que lo que más daña a la economía es la duración de la pandemia.
Desde un punto de vista cuantitativo, Europa, en sentido amplio (excluyendo Rusia y Turquía, pero incluyendo a todos los países del Este y a los que no están en la UE) tiene unos 700 millones de habitantes. La mitad son 350, pero 100 millones ya se han contagiado. Suponiendo que no va a haber reinfecciones, que es mucho suponer, el vaticinio de la OMS requiere 250 millones de contagios en las próximas 6-8 semanas. Tomando el período más largo, ello requiere 31 millones de contagios a la semana, unos 4,5 millones de contagios al día.
En la situación actual se han llegado a registrar, en los peores días, 1,2 millones de contagios diarios en Europa. Habría que multiplicar ese dato casi por cuatro. Si repetimos el ejercicio para España, de los 48 millones de españoles se contagiarían 24. Según los datos oficiales, 8 millones ya lo han hecho, por lo que quedarían (sin reinfecciones) unos 16 millones, 2 millones a la semana, tomando el periodo más largo. Eso es casi triplicar el ritmo actual, que consideramos brutal.
¿Y cómo es posible que las curvas bajen con estos vaticinios de la OMS? Nadie explica nada, ni presenta un diagnóstico coherente. De ahí el hartazgo de la población que, mientras tanto, sigue con sus test, sus confinamientos responsables, su uso de la mascarilla, incluso en exteriores, y el mantenimiento de la distancia de seguridad. Porque no tienen ganas de contagiarse. Ellos serán los artífices de los descensos en la curva las próximas semanas. No los gurús de la "gripalizacion".
Miguel Sebastián - Universidad Complutense e ICAE