Llega la socialdemocracia populista
La socialdemocracia se muestra aturdida y desarmada ante las avalanchas migratorias. Las respuestas llegan desde otras corrientes y Barcelona va a ser un laboratorio.
"Cada vez tengo más claro que son las clases bajas las que pagan el precio de la globalización desregulada, de la inmigración masiva y de la libertad de movimientos de los trabajadores". La autoría de esa sentencia entrecomillada bien podría corresponder a Anne Marie Le Pen, a Mateo Salvini, a Viktor Orbán, a Santiago Abascal o incluso a Donald Trump. Pero resulta que quien la pronunció en su día responde por Mette Frederiksen, por más señas la primera ministra danesa.
Frederiksen es uno de los principales referentes de la socialdemocracia mundial en este muy preciso instante. Si bien, la líder del Partido Socialdemócrata de Dinamarca se significa todavía mucho más por sus hechos que por sus palabras. Hechos a veces cargados de inquietantes, muy perturbadoras reminiscencias históricas, como la práctica policial instaurada por su Gobierno y consistente en confiscar las joyas personales y demás objetos de valor que pudieran portar encima los inmigrantes irregulares sorprendidos dentro de territorio danés, algo que ninguno de los citados ahí arriba se ha atrevido nunca siquiera a insinuar; ni a insinuar.
En Dinamarca, como pronto en Alemania, gobierna, sí, la socialdemocracia, pero en el tiempo presente eso ya forma parte de la excepción más o menos peculiar, no de la norma. De hecho, lo hoy en verdad extraño es que la socialdemocracia, corriente doctrinal que en su día agrupó, y de modo crónico, casi rutinario, al 40% del electorado europeo desde el final de la Segunda Guerra Mundial, siga ocupando el poder en alguna parte.
Hasta el punto de que en países como Francia, Irlanda o Polonia no es que esté en decadencia, es que, simplemente, ha desaparecido el mapa porque ni existe. Una muerte nada natural, la de la genuina socialdemocracia clásica [asunto bien distinto es que aún existan partidos aquí o allá que todavía conserven nominalmente esa definición en sus siglas]. Una muerte que Branko Milanovic, uno de los economistas más lúcidos de la nueva centuria, atribuye a cuatro novísimos escollos históricos que se reveló incapaz de superar.
Los cuatro sepultureros de la socialdemocracia habrían sido el multiculturalismo, la globalización, el cambio demográfico y el ocaso final del 'taylorismo'
No necesariamente por este orden, esos cuatro sepultureros de la socialdemocracia habrían sido el multiculturalismo, la globalización, el cambio demográfico y, por último, el ocaso final del taylorismo como gran principio ordenador del viejo universo industrial. La globalización, es sabido, ha facilitado que los capitales huyan de las fiscalidades progresivas a través de unas fronteras nacionales cada vez más etéreas y porosas; al tiempo, y también resulta de sobra sabido, los masivos flujos migratorios intercontinentales acaban provocando, más pronto o más tarde, el colapso operativo de los principales servicios públicos gratuitos asociados al Estado del bienestar, la suprema bandera histórica de la socialdemocracia.
Por su parte, el envejecimiento de la población occidental conduce a un callejón sin salida financiera a otra de sus grandes señas de identidad ideológica: los sistemas estatales de pensiones.
Añádase a ello la definitiva obsolescencia técnica y económica del taylorismo, una extinción casi geológica, la de aquellas grandes concentraciones de obreros fabriles, las propias de las antiguas cadenas de montaje que dibujaban el paisaje productivo de la era industrial.
Y es que la decadencia actual de los sindicatos, otro de los pilares de la socialdemocracia, para nada resulta ajena a la nueva atomización y dispersión física de la fuerza de trabajo. En cuanto al multiculturalismo, o a su inviabilidad efectiva en el plano real para ser precisos, basta con reparar en el perfil sociológico de los distritos electorales donde la extrema derecha europea ha consolidado sus principales caladeros de votos para acusar recibo de la muy profunda fractura cultural que ha terminado escindiendo a la base social tradicional de la socialdemocracia.
La variante reformista del socialismo emergió en su momento para ofrecer la tercera vía que trazara una solución posibilista al principal problema colectivo del siglo XIX y también de gran parte del XX: la lucha de clases.
Pero el principal problema colectivo del siglo XXI, y en la totalidad de las sociedades occidentales además, resulta ser otro muy distinto, a saber: la inmigración desde el mundo subdesarrollado, algo que coincide con el ocaso de los empleos estables y vitalicios para la población de las sociedades receptoras.
El principal problema colectivo del siglo XXI, y en la totalidad de las sociedades occidentales, es la inmigración desde el mundo subdesarrollado
Un nuevo terreno de confrontación ante el que la corriente mayoritaria de la socialdemocracia se muestra por lo común aturdida y desarmada, tanto en el plano ideológico como en el de la praxis política. Sencillamente, nada propio y original tiene que decir al respecto. Porque, frente a la avalancha migratoria, existen ahora mismo tres estrategias, ya muy definidas las tres, si bien ninguna de ellas pueden asociarse con las tesis socialdemócratas, al menos con las ortodoxas. Así, está la doctrina canónica de la derecha populista a ambos lados del Atlántico, que propugna el izado ubicuo de barreras físicas, literalmente físicas, para frenar ese flujo.
Está la estrategia de la izquierda altermundista, esa que encabeza La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, que también postula altas barreras nacionales a fin de cambiar la tendencia dominante de los nuevos tiempos, pero en su caso -y de modo complementario a las restricciones legales a la entrada de inmigrantes- esas barreras tendrían como misión impedir los movimientos transnacionales de capitales a fin de evitar las deslocalizaciones.
Y está asimismo la propuesta de otra facción de la izquierda alternativa, una que en los próximos meses se va a experimentar en Cataluña con una muestra de 5.000 personas bajo la supervisión técnica del sociólogo inglés Guy Standing, el principal teórico mundial de esa corriente.
Su idea, al menos la idea, se antoja simple: establecer una forma de renta garantizada universal para la parte de la población occidental que ya no vaya a disponer de un empleo estable de modo más o menos permanente. Tres ideas, pero como se ha dicho, ninguna acuñada por los socialdemócratas. Uno de los padres de la Segunda Internacional, el 'renegado' Kautsky, fue, junto con Bernstein, el pionero que abrió la puerta para que el socialismo europeo pudiera desprenderse de la pesada losa leninista y bolchevique. Quizá Mette Frederiksen, con el auxilio del inminente canciller de Alemania, sea ahora la llamada a resucitar por segunda vez de entre los muertos a la vieja socialdemocracia europea.
*** José García Domínguez es economista y periodista.