Las diferencias que hay entre el ministro José Luis Escrivá y la vicepresidenta Yolanda Díaz se deben a los intereses que tiene cada uno.
A Escrivá no le salen las cuentas. Cada mes debe pagar sobre 10.000 millones de euros a los casi nueve millones de pensionistas y no los recauda con las cuotas de la Seguridad Social. Es un profesional metido a gestor público. Un contable que ve la quiebra del sistema de pensiones a cierto plazo.
A Díaz tampoco le salen las cuentas. Pero no las presupuestarias, no le salen sus cuentas electorales. Díaz ve como su plataforma, Unidas Podemos, pierde votos, poco a poco, pero sin pausa, y necesita comunicar que la presencia de Podemos en el Gobierno es necesaria para su electorado. Es una política: le interesan, sobre todo, las consecuencias electorales de sus decisiones.
A Díaz tampoco le salen las cuentas. Pero no las presupuestarias, no le salen sus cuentas electorales
Escrivá necesita más cuotas para cubrir el agujero de las pensiones. Eso sólo se conseguirá si aumenta el número de cotizantes: de trabajadores por cuenta ajena, de empresas y autónomos. Sin eso es imposible cuadrarlas.
Escrivá sabe que el aumento del porcentaje de jubilados y del gasto en pensiones son imparables: porque ahora llegan a la edad de jubilación las cohortes de población más numerosas, las del 'baby boom'; que cotizaron muchos años, con sueldos más altos y tienen derecho a mejores pensiones que las anteriores generaciones.
Además, este Gobierno ha indexado las pensiones al IPC con la inflación a la vista y hay medidas del Gobierno, como la subida del SMI (Salario Mínimo Interprofesional), que gestionó Díaz con casi cuatro millones de desempleados registrados en el SEPE, que van contra la creación de trabajo.
Escrivá también sabe que para aumentar las cuotas tiene que retrasar la edad real de jubilación porque las nuevas cohortes de población son menores en número que las del 'baby boom'. Por eso, prima la pensión de los que deciden seguir en el tajo después de la edad oficial de jubilación y la reduce a los que la quieren anticipar. Por eso dijo que había que cambiar la "cultura laboral" española respecto a la edad. Trabajar más entre los 55 y los 75 años. No dijo que la gente no se pudiera jubilar si lo quiere cuando le toque (67 años en un futuro próximo).
También podría aplicar otra medida que, con cicatería, está vigente: la jubilación activa. En virtud de ella las personas que renuncian al 50% de su pensión pueden trabajar. Con ello, cotizan algo a la Seguridad Social, pero sobre todo pagan más IRPF y, como consumen más, también pagan más IVA.
Si esos ingresos fueran a las cuentas de la Seguridad Social, muchos se autopagarían su pensión, al menos unos cuantos años ¿Pero, por qué tienen que renunciar a ese 50% para trabajar? Esa es la cicatería. Si no hubiera reducción de la pensión o esta fuera un porcentaje menor (15% por ejemplo), seguro que muchas personas trabajarían (quizás a tiempo parcial o intermitentemente). Con los impuestos generados se podría sanar parte de las cuentas que traen de cabeza al ministro.
Ahora bien ¿qué diría la vicepresidenta Díaz a esa medida? Que entonces los jóvenes no ocuparían esos puestos de trabajo. Merluzada comunistoide que parte del supuesto de que, si uno trabaja, otro no lo hace; que considera que el mercado de trabajo es de suma cero. Un disparate al que se suelen sumar los sindicatos. La realidad es que si las personas tienen ingresos gastan o ahorran, producen más puestos de trabajo o inversiones (que son los puestos de futuro).
En esta disyuntiva, Escrivá es el estudioso que quiso decir una verdad técnica, Díaz la demagoga que quiere mantener la influencia del escuálido PCE a través de Unidas Podemos y su mantenimiento electoral. Un PCE que es una parte y pequeña IU que, a su vez, es otra parte, la menor de Unidas Podemos, que, además, es la minoría en el Gobierno ¡listos estos comunistas! Su grupúsculo manda mucho más de lo que le corresponde a su realidad. Como se decía antes: ¡cuánto tonto útil a su servicio!
Escrivá no quiere ser eso: el tonto útil de Díaz. Lo malo es que lo quiera ser Sánchez.
*** J. R. Pin es profesor del IESE.