La evolución socioeconómica de España en los últimos sesenta años ha tenido diversos efectos positivos. Vivimos en una sociedad más justa, más rica y más igualitaria. No obstante, este crecimiento, aunque rápido y sostenido, ha tenido sus altibajos temporales y no se ha desarrollado de manera homogénea en los diferentes territorios.
En línea con el resto de los países europeos, desde los años 50 del pasado siglo se ha producido en España un importante movimiento migratorio interior que ha generado una concentración en las grandes ciudades y una paulatina pérdida de población en los entornos rurales. Así, en la actualidad, el 53% de la población española se concentra en las ciudades de más de 50.000 habitantes.
A corto plazo, estos movimientos resultaron en una clara mejora en la calidad de vida y el poder adquisitivo de grandes grupos poblacionales. No obstante, la polarización del crecimiento económico y demográfico lleva consigo evidentes riesgos ambientales, económicos y sociales.
Aunque se trata de una tendencia generalizada en Europa, esta desigualdad poblacional es más acusada en España. El informe 'La despoblación de la España interior' realizado por Funcas (2020) explica que España es un país poco poblado en relación con los grandes Estados europeos, pero se sitúa en segunda posición en cuanto a densidad en las áreas habitadas. Es decir, tenemos poca población y muy concentrada.
Desde los años del “milagro económico español”, la pérdida de población en los entornos rurales ha sido dramática. Casi la mitad de las provincias españolas terminaron el siglo XX con cerca de un tercio de habitantes menos, configurándose así “la España despoblada”, que se define como aquellos territorios que tienen una tasa negativa de crecimiento demográfico y una densidad de población inferior a la media nacional.
España es un país con poca población y muy concentrada en las grandes urbes, una tendencia más agudizada que en Europa
No obstante, no todas las provincias incluidas en la España vaciada se encuentran en la misma situación, y el desarrollo industrial tiene mucho que ver en estas diferencias. La importancia de la industria en el impulso al desarrollo del territorio es innegable, así como la correlación entre la densidad de población (sobre todo, joven) y el tejido industrial. Una clara evidencia de ello es que las comunidades autónomas cuyo tejido industrial es más relevante (Cataluña, Andalucía, País Vasco y la Comunidad Valenciana) están entre las de mayor densidad de población y renta per cápita.
Existen multitud de ejemplos de cómo la industria puede contribuir a frenar la despoblación a través de dos palancas fundamentales: la creación de empleo cualificado y de largo plazo, y la dinamización de los territorios a través de empresas vinculadas a la actividad industrial o la producción energética. Casos como los de las plantas de cogeneración, ubicadas generalmente en áreas con bajo número de habitantes, son ejemplos del impulso que la industria puede aportar al empleo y al desarrollo territorial en la España vaciada, dándose el caso de que en algunas poblaciones prácticamente todos los ciudadanos en edad laboral trabajan en estas instalaciones.
Sin embargo, este no es un dato con el que tengamos que estar plenamente satisfechos: son necesarias más instalaciones en más poblaciones, porque la actividad industrial, complementada con otras fuentes de ingresos como el turismo, es fundamental en el entorno actual para garantizar la cohesión territorial y un desarrollo realmente sostenible.
Tanto España como la Unión Europea parecen haber asumido el compromiso firme de contribuir a una distribución poblacional más homogénea, para lo que es imprescindible el impulso de la industria, especialmente en un momento como el actual. La pandemia ha dejado claro que el sector servicios, con toda la importancia que tiene en un país tan turístico como España, no puede ser el único motor de desarrollo, y que es imprescindible una industria fuerte, nutrida por un sistema energético eficiente y competitivo capaz de crear empleo y, no lo olvidemos, de proporcionar los productos que consumen los restaurantes, bares o tiendas que visitan los turistas.
No podemos esperar a que el equilibrio poblacional se restablezca por sí mismo, porque eso no va a ocurrir. Es el momento de tomar medidas para garantizar un desarrollo económico más justo e igualitario, para lo cual es imprescindible impulsar la industria desde una perspectiva resiliente. Solo así podremos enfrentar el reto demográfico y la cohesión territorial. Porque una España sin industria es una España aún más despoblada.
***Antonio Cortés es consejero delegado de Grupo Neoelectra.