En ya solo dos días, Donald Trump se va. Llegó hace cuatro años anunciando una guerra comercial con China. Una “bonita guerra comercial”, según decía, que sería “muy fácil de ganar”. Pues bien, la ha perdido: el déficit comercial de EEUU con China es más elevado que nunca. Es lo que tiene morir de propaganda, aunque, de conjunto, en el interín de su mandato, el yuan se haya apreciado, bien que muy recientemente, frente al dólar un 5,5%, mostrándole la vía que debió elegir desde el principio, la de la depreciación del dólar, como manera de recuperar competitividad para los productos norteamericanos.
En esta semana que empieza, también se conmemora el primer aniversario de la Declaración por el gobierno español de la Emergencia Climática y Ambiental, con el objetivo de “alcanzar la neutralidad climática, a más tardar, en el año 2050”.
Ni más ni menos que, “a más tardar”…
Lo bueno de hacer este tipo de proclamas bombásticas y a largo plazo (¡todos muertos!) es que le permite, a quien las hace, vivir en un mundo de fantasía en que todo es posible, desde la desaparición del diésel y demás derivados del petróleo (sin que se resientan o desaparezcan dos de las industrias exportadoras más importantes del país, la del automóvil y la de la maquila del petróleo) hasta la implantación de la democracia ecológica mediante medidas tan ideales como la de: “Reforzar los mecanismos de participación ya existentes con una Asamblea Ciudadana del Cambio Climático, cuya composición contará con el mismo número de mujeres que de hombres e incluirá la participación de los jóvenes”, combinando así la más completa imprecisión en lo difícil con la mayor concreción en lo fácil: “el mismo número” y “los jóvenes”.
Una Asamblea Ciudadana del Cambio Climático. ¡Mon Dieu…! Y ¡urgente!, para crearla en los primeros 100 días de gobierno…
Por si esto fuera poco, se impulsará “la transformación de nuestro modelo industrial y del sector servicios a través de Convenios de Transición Justa y de medidas de acompañamiento”.
¡Convenios de Transición Justa y de medidas de acompañamiento! ¡Nada más y nada menos! Parece arte de birlibirloque: se le añade al engrudo de “la senda de descarbonización a largo plazo de nuestro país” unos polvos mágicos de “transición justa” y se golpea con la varita de las “medidas de acompañamiento” que lleva el mago en su mano y ¡ale hop!, se consigue la “neutralidad climática”.
Si no fuera por el logotipo de la vicepresidencia cuarta del Gobierno, parecería que uno está leyendo La Codorniz, el Hermano Lobo, la jerigonza de un Góngora contemporáneo, o al Quevedo que se burlaba de él con estos versos adaptados:
“Quien quiera ser climático en un día
La jeri (aprenderá) gonza siguiente:
Sectores, arrogar, puntos calientes
Indicador, incluye y armonía
Poco, mucho, si no, ciudadanía
Drama, forestación y medio ambiente"
…….
Por suerte, el Gobierno, también tiene los pies en el suelo y, como se ha topado con la realidad mostrenca de la pandemia, la recesión y la caída de la recaudación, se ha puesto manos a la obra y, desde el sábado, ha entrado en vigor una Ley (la del Impuesto sobre Transacciones Financieras) que también pareció fantástica en su día pero que tiene la virtud de la concreción y aplica una variante de la tasa Tobin, un 0,20%, a quien compre acciones de empresas españolas con una capitalización superior a 1.000 millones de euros.
Su primer inspirador conocido, el Premio Nobel James Tobin, la describía ya en 1972 como una manera de “echar arena en el engranaje de la especulación”, mostrando la inquietud que había hace 50 años por los bandazos en las cotizaciones de las divisas, por causa de los movimientos especulativos de lo que entonces se llamaba dinero caliente.
A los gobiernos les ha resultado muy difícil sacar adelante leyes de este tipo hasta que, a mediados de la década pasada (2010-2020) el atractivo recaudatorio se volvió irresistible por el aumento descomunal experimentado por el volumen de la negociación en Bolsa: mientras que entre 1975 y 2015 el PIB mundial se había multiplicado por 15, la capitalización de las Bolsas lo había hecho por 50 y el volumen de negocio en ellas se había multiplicado por 300.
Algo tentador, pues, como para considerarlo un hecho imponible. Aunque las expectativas de recaudación hayan disminuido mucho desde que la Unión Europea empezó a considerar el tema hace 10 años: si entonces se pensaba en recaudar 35.000 millones de euros, ahora se piensa como mucho en 3.500 millones (o en 850 millones si se trata del objetivo presupuestario del gobierno actual para este año 2021).
Está por ver si la aplicación del impuesto va a tener un efecto negativo en el volumen de negociación. Si se cumple el pronóstico expresado aquí muchas veces de Bolsas con tendencia al alza para el conjunto del año, lo más probable es que no lo afecte negativamente: ¿quién va a retraerse de comprar en Bolsa solo porque le cobran un 0,20% si piensa en que va a ganar mucho más?
Al fin y al cabo, la Bolsa europea por antonomasia, la de Londres, ha venido aplicando de siempre una, llamada en inglés, 'stamp duty' que viene a ser como un “impuesto del timbre”, algo tradicionalmente ligado a los actos jurídicos documentados.
Pero las Bolsas por ahora están estancadas, en el mismo nivel de final de año. Algo parecido le sucede a la cotización del euro frente al dólar, en esa débil fortaleza que le hemos augurado para los próximos meses.
La verdadera acción en las dos primeras semanas del año se ha dado en los mercados de materias primas, en la deuda pública de EEUU y en el bitcoin.
Lo de la deuda pública de EEUU es un sin vivir pues, mientras se argumenta que su rentabilidad se puede ir a las nubes (y mientras su precio cae, por tanto) por un aumento transitorio de la inflación, se constata que la creación de empleo está perdiendo vigor, lo que es un síntoma claro de que la economía norteamericana se está desacelerando.
Todo ello con el telón de fondo de una deuda que crece exponencialmente para poder financiar el aumento del gasto pasado, presente y futuro: a los tres billones (trillion) de dólares de los programas de gasto de Trump en 2020, hay que sumar los 0,9 billones aprobados en Navidad y los 1,9 billones prometidos por Joe Biden: 5,8 billones de dólares en total.
En cuanto a las materias primas, el petróleo y sus derivados compiten con los productos agrícolas (alimentos) para ver quien se encarece más en el año 2020. Al menos, eso parece, de momento. Podría hacerse demagogia y hablar de emergencia energética y de emergencia alimenticia. Pero eso se lo dejamos a los políticos de todo signo. La realidad es que el precio de la energía sube desde niveles muy bajos: hace nueve meses el precio del petróleo Brent era de 16 dólares y con los 55 dólares de ahora aún está seis por debajo de su precio de hace un año.
En cambio, el precio del trigo sí que está 100 dólares más caro que hace 12 meses, tras haber estado deprimido durante seis años: hace año y medio estaba 170 dólares más barato.
El exceso de liquidez está llevando a muchos a invertir y hacer subir de manera frenética el precio del bitcoin, ese 'bien' escaso y susceptible de ningún uso alternativo. Cualquier disminución, siquiera pasajera, de esa liquidez lo hará caer junto con las Bolsas.
El capítulo del bitcoin se recordará en la historia como se recuerdan ahora los episodios de gula y vomitonas del Imperio romano.
¡Qué mala es la propaganda! La de los gobiernos, la del bitcoin, la de las emergencias que no lo son y la de las emergencias que sí que lo son pero que no se quieren ver…
Pero, concluyendo con la receta, adaptada, de Quevedo para hacer "soledades" (o emergencias) en un día:
"Que ya toda Castilla
Con solo esta cartilla
Se hiela de ambulancias y emergencias
Mareada por decretos e inclemencias
Climáticas futuras y alejadas
Mientras las actuales tan nivosas
Que miran con mirada escrupulosa
Las tienen los gobiernos olvidadas".