Ayer lunes tuve el honor de comparecer ante la Comisión de Reconstrucción del Parlamento Andaluz. Para mí, toda una aventura. Me precedió Luis Garicano, desde Bruselas, quien ofreció una perspectiva de las oportunidades que se le abren a la Comunidad Autonómica de Andalucía, desde el punto de vista de la eficiencia del gasto de los fondos europeos.
La Unión Europea concede fondos que no se ejecutan. Gastar es un problema. ¿Cómo es posible? Porque no hay proyectos de envergadura y los fondos se emplean, por ejemplo, en contratar interinos por cuatro años asociados a programas e iniciativas ya existentes o nuevos.
Garicano explicó que los fondos procedentes del Mecanismo de Recuperación y Resiliencia (MRR), que están encuadrados en el plan de reformas nacional , y alineado con el semestre europeo, nos va a proporcionar unos 61 mil millones de euros en transferencias y 55 mil millones en préstamos. Un 70% de esas cantidades han de gastarse entre los años 2021 y 2022.
La exposición del profesor Garicano consistió en una lista de prioridades en las que invertir: empleo de calidad para la era digital, educación, economía verde, sanidad, digitalización y transparencia de la administración pública. Todas ellas, cuestiones muy interesantes que pueden impulsar la economía andaluza.
Mi propuesta coincidía parcialmente con algunas de sus ideas. Yo me centré más en la empresarialidad, en la tecnología agrícola, la digitalización del turismo, la Formación Profesional, pero ambos destacamos la necesidad de eliminar trabas administrativas, de mejorar la transparencia de las instituciones públicas, de la modernización y adecuación de la educación, del desempleo. Sin embargo, hay algo que nos ha separado radicalmente: la mentalidad de ambas intervenciones.
Frente al “gasten bien” de Garicano, yo proponía “inviertan bien o sean atractivos para los inversores”. Entiendo que es él quien habla en el lenguaje de la mayoría de la población, y también representa la ortodoxia económica de nuestra socialdemocracia.
Me recuerda a la ingenuidad, típicamente keynesiana, que asume que el tecnócrata es eficiente y honesto. Por eso, anima: “Piensen qué necesidades administrativas tienen el tamaño y la capacidad de absorción de gasto suficiente como para poder ejecutar las ayudas”.
Inviertan bien o sean atractivos para los inversores
Cualquiera que le escuchara podría pensar que no necesitamos nada, que tenemos que devanarnos los sesos para encontrar una excusa con la que cubrir el expediente. Por supuesto que los préstamos hay que devolverlos con intereses, y que, como reconocía Luis Garicano, las transferencias están asociadas inevitablemente a una condicionalidad, no tanto en aspectos macro, es decir, no en forma de cumplimiento de determinados niveles de determinadas macromagnitudes. Pero sí en términos de reformas. Es decir, nada es gratis.
Lo que pone de manifiesto el discurso de Garicano es el drama de no saber aprovechar ayudas. Porque, tal y como explicó, de los ocho mil millones de euros concedidos entre los años 2014 y 2020, un año antes de la culminación del período, en el 2019, aún quedaban seis mil quinientos millones de euros por ejecutar. Necesitamos vendas y cuando nos las dan nos hacemos lazos para el pelo en vez de curar la herida.
Pero lo que me dolió más no fue constatar ese hecho. Todos estamos de acuerdo en eliminar la brecha digital, acabar con las desigualdades educativas, en promocionar la administración eficiente y la transparencia. Pero, en una región cuya tasa de desempleo prevista es (como en los peores años) un 30%, y la tasa de desempleo juvenil será aún mayor, a mí me importa la empresarialidad, que se traduce en la creación de empleo.
Garicano reconoció que la partida de apoyo a empresas se sacó del presupuesto general de la UE para incluirla en el presupuesto “especial” de recuperación económica. Y ahora resulta que es una de las partidas que se está eliminando.
Se me cae el corazón a los pies. Por eso, creo que habría que empezar por eliminar las trabas administrativas; sustituir subvenciones por facilidades fiscales a las cooperativas agrícolas y a las empresas andaluzas; permitir que haya competencia fiscal entre municipios (no es mi idea, es de Juanma López Zafra). Aprender de los países con problemas similares al nuestro que han llegado a soluciones imaginativas y eficientes.
Pero, el punto que suscitó más interés, fue mi propuesta de cambiar la mentalidad: mirar a largo plazo para asegurar que el crecimiento económico se sostiene en el tiempo, cuando han desaparecido las ayudas.
Para ello, es perentorio despolitizar los problemas económicos y sociales. Piensen en la educación adolescente imaginando el trabajo de ese joven, cuya alternativa es el contrabando de droga en Campo de Gibraltar. No hagan cálculos acerca del voto ganado o perdido.
Ese esfuerzo por despolitizar los temas difíciles para que el horizonte temporal de las medidas sea más de cuatro años, no solamente beneficia a las futuras generaciones debido a que les deja una economía más próspera. También es relevante el ejemplo que esa actitud les transmite. Y es así como se cambian las mentalidades.
Es perentorio despolitizar los problemas económicos y sociales
Los representantes de los ciudadanos deberían remar en la misma dirección, deberían mimar el euro recaudado y dar cuenta de dónde lo gastan y su resultado. Estas ideas son válidas para Andalucía y para cualquier administración a mayor escala.
No parece muy original, es de sentido común. Y, sin embargo, cuando he preguntado porqué no estaban los representantes del PSOE y de Podemos en la Comisión en la que diferentes analistas externos están tratando de aportar luz para lograr que la reactivación económica de Andalucía sea una realidad en un futuro cercano, la respuesta que me han dado ha sido descorazonadora: no participan porque la mesa está presidida por Vox.
Una prueba de inmadurez democrática falta de responsabilidad, que revela la escasa o nula voluntad política real de caminar juntos, en una Andalucía aún en pie de guerra contra el virus. Decepcionante.