Todo se ha precipitado. Los índices de bolsa de todo el mundo han caído en las tres últimas semanas el mismo porcentaje que perdieron a lo largo de los doce primeros meses de la crisis de 2007-2009. Ha sido una caída sin compasión. Por la velocidad de la bajada, solo hay dos momentos comparables en la historia conocida: 1987 y 1929. Por tanto, con éste, ya se conocen tres casos. ¡Bienvenidos al crac de 2020! Por ahora, se parece mucho al de 1987.
Pero, mientras que el monto total de la caída reciente de las bolsas era una incógnita, la velocidad de contagio del virus que la provocaba era perfectamente conocida: China, primero, e Italia, después, nos daban la pauta. Solo era cuestión de mirar y no hacerse ilusiones vanas. Por desgracia, éstas prevalecieron.
Y, al parecer, siguen prevaleciendo. En Francia han decidido no escarmentar en cabeza ajena y, no contentos con su pasada concentración de “papá-pitufos”, han decidido imitar a los españoles y, manteniendo la celebración de sus elecciones municipales ayer, han cargado una buena bomba de neutrones vírica como la que estallará en España a lo largo de los próximos diez días, esto último gracias a no haber desautorizado el gobierno, o desconvocado los organizadores, los actos diversos del día 8 de marzo, desde las manifestaciones hasta los congresos partidarios, y desde los conciertos musicales a los eventos deportivos.
Desde finales de enero hemos ido siguiendo la evolución de los acontecimientos en China y el posible impacto que tendrían en las economías y las bolsas occidentales. Para esto la Bolsa de China no ha sido un buen referente puesto que, mientras ella cayó solo un 12% en el peor de sus momentos (3 de febrero) la de EEUU acumulaba el jueves pasado por la noche un -28% (medida por el índice Dow Jones Industrial) y la española (IBEX 35) un -37%.
La semana terminó de manera un poco menos mala en España y con una subida de casi el 10% en el caso de la de EEUU, ayudados los índices por las medidas de apoyo de los bancos centrales, por las de los reguladores, que prohibían la venta en bolsa de valores tomados a préstamo (en la jerga del oficio, prohibían “ponerse corto”) y por la aparente concienciación de los gobiernos, que abarcaba desde que Pedro Sánchez preanunciara el “estado de alarma” hasta que Donald Trump dejara de decir que lo del coronavirus eran “fake-news” y decidiera echar mano del fondo para emergencias de 50.000 millones de dólares del que dispone la Administración norteamericana.
Cualquier intento de racionalizar lo que ha pasado en los mercados de valores y de materias primas en estos últimos días está por sí mismo condenado al fracaso, y no porque los mercados sean irracionales, como suele decirse, sino porque son “fieramente humanos” y como tales combinan la extrema racionalidad, con la bobaliconería y con las reacciones espontáneas propias de las multitudes asustadas.
Así y todo, vamos a intentarlo. El mayor problema con el que se han enfrentado las bolsas y los valores de renta fija en estos días ha sido contemplar la pasividad de los gobiernos y, sobre todo, la del Gobierno de EEUU. Probablemente a la bolsa china le hubiera sucedido lo mismo si no hubiera dado la afortunada casualidad de que estaba cerrada por vacaciones en el momento de eclosión de la pandemia.
El mayor problema con el que se han enfrentado las bolsas y los valores de renta fija en estos días ha sido contemplar la pasividad de los gobiernos
Cuando reabrió, después de diez días cerrada, tuvo la habitual reacción de pánico, pero con la ventaja de que el gobierno chino ya había tomado las medidas de aislamiento de la población y tenía claro que había que parar el país. Todo esto dentro del caos propio de una situación como ésta.
Las bolsas occidentales registraron la misma pasividad que los gobiernos durante las siguiente tres semanas, pero tuvieron algo más de reflejos y reaccionaron espantadas desde el día 24 de febrero por la más sencilla de las razones: si los gobiernos no tomaban medidas, estaríamos ante una situación parecida a la de 1929-1930 cuando, tras el crac de la Bolsa, el gobierno de EEUU creía que el mercado y la economía se autocorregirían solos. No en vano el consejo Andrew Mellon, secretario del Tesoro de EEUU, al presidente Herbert Hoover fue “liquidar la mano de obra, liquidar las acciones, liquidar a los agricultores; eso purgará lo podrido del sistema”. Lo que vino a continuación es conocido: una caída de las bolsas del 89% en total a lo largo de tres años y la conocida como “la Gran Depresión”.
Nuestros “Andrew Mellon” de este momento decían algo solo diferente en apariencia: “tenemos un sistema sanitario muy bueno, tenemos un sistema sanitario muy bueno...”
En la actualidad, la “fase de negación” de los gobiernos parece estar terminando, a pesar de las elecciones municipales de ayer en Francia (también en la alemana Baviera y en el suizo Thurgau) y del experimento social a que va a someter Boris Johnson a los británicos que, si fracasa, les pondrá de rodillas de nuevo a las puertas de la Unión Europea, de la misma manera en que el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Enrique IV, estuvo ante el castillo de Canossa, pidiendo árnica.
La “fase de negación” de los gobiernos parece estar terminando
El que hasta Donald Trump se haya tomado ya el asunto en serio es inquietante (las bolsas cayeron el jueves por el susto de que hubiera cortado los vuelos con Europa durante un mes, aunque quedándose conectado al experimento con dinamita de Boris Johnson) y, a la vez, reconfortante: no hay que descartar que en uno de esos giros copernicanos, por decirlo finamente, que le son propios aproveche para matar tres pájaros de un tiro: 1) declarar, mientras dure la pandemia, la sanidad universal en USA; 2) una renta básica de mil dólares, también transitoria, para las familias más pobres y 3) destruir con esas medidas la campaña electoral de los demócratas. Aunque combinado con alguna pirueta más.
Pero, volviendo a los mercados de valores, la subida del 10% en la bolsa americana del viernes puede ser lo que, de una manera un tanto ordinaria y falta de tacto para con los animales, suele llamarse el “rebote del gato muerto”, o podría ser perfectamente el inicio de una recuperación complicada, pero recuperación, al fin y al cabo.
El que los gobiernos sigan cerrando sus países interior y exteriormente, es condición imprescindible para que las bolsas reduzcan sus pérdidas hasta el límite del 12% que marcaban las chinas, ya que de esa manera se podrá evaluar el impacto posible sobre los resultados de las empresas cotizadas de una economía casi paralizada, algo que resultaba complicado para el caso de China en febrero, pero que se vuelve completamente imposible si no se sabe cuánto va a durar ese parón económico en Europa y USA.
La mejor prueba inmediata de que la explicación puede ser esa es que a lo largo de la semana pasada la rentabilidad de la deuda pública de EEUU ha pasado del 0,5% de hace una semana al 1% de hoy, algo que normalmente se interpreta como síntoma de que la economía de EEUU va a mantener un pulso económico superior al que se le atribuía entre el pesimismo de hace unos días.
Todo esto puede cambiar, porque los mercados son animales extraños que, por ejemplo, en mitad del caos y el pánico de estas semanas solo ha premiado a los tenedores de oro (su “activo refugio”) desde que empezó el año con un… -0,2%. Es decir, con pérdidas. Un consuelo si se compara con las de los índices de bolsa, pero poca cosa para tanta espera…
Solo la inacción de los gobiernos y de los bancos centrales, pues, nos llevaría a un crac como el de 1929. Por ahora, el gráfico de la caída de las bolsas en este 2020 es prácticamente igual que el de la de 1987. Entonces, ni siquiera hubo recesión. Pero esta vez será muy difícil evitarla: el propio parón la impone. Con que las bolsas se comporten en algún momento solo un poco peor que en 1987 podríamos darnos por satisfechos.
Ahora solo cabe esperar y, mientras tanto, por respeto histórico a cómo imploraban protección nuestros ancestros europeos en calamidades como la actual, vamos a recordar unas palabras del oficio de vísperas anglicano, esa manera de “aproximarse a la divinidad de forma majestuosa”. Proceden del Libro de Oración Común de Thomas Cranmer:
"Te rogamos, Oh Señor, que ilumines nuestra tiniebla; y que con tu misericordia nos protejas de todo riesgo y peligros esta noche; por el amor de tu único Hijo, nuestro Redentor, Jesucristo. Amén"